Cuidado con el dinero de plástico

Con apenas 5 centímetros de alto y 8,5 de largo, las tarjetas de crédito son uno de los instrumentos financieros más eficientes para la agilización de la dinámica comercial. En este reducido espacio, cada unidad contiene las identificaciones de la entidad emisora y del afiliado autorizado para emplearla, así como el periodo temporal durante el que mantendrá su vigencia. Además, suele añadir la firma del portador legítimo y un espacio con elementos electrónicos que, si se emplean los lectores adecuados, habilitan al portador para disponer del crédito que conlleva al presentarla sin estampar su firma.
Mucho ha avanzado este sistema desde que la Western Union emitiera la primera tarjeta de crédito para sus clientes preferentes en 1914, aunque no es hasta finales de los años 50 cuando surgen las grandes firmas de tarjetas que operan bajo los nombres de Mastercard Internacional y Visa Internacional. Hoy en día, tener una tarjeta de crédito no es ningún lujo. Los bancos ofrecen todo tipo de facilidades, por lo que casi todo el mundo posee alguna. Nadie duda de su utilidad y de que pueden sacarnos de más de un problema, pero también de que su abuso nos acarreará más de un quebradero de cabeza. Además del descontrol de gastos y de un uso excesivo del financiamiento (que va encareciendo de forma creciente el costo original de lo comprado), existe la posibilidad de un mal uso intencionado, tras un robo o pérdida de la tarjeta.
Según la European Security Transport Association (la organización que representa a empresas de movimiento de efectivo de toda Europa) casi 2’5 millones de españoles han sufrido algún tipo de engaño vinculado con este pago. La mayoría de estafas supera los 500 euros y quizá sea este el motivo de que casi la mitad de los adultos españoles (46%) prefiere pagar en efectivo aunque disponga de medios electrónicos para hacerlo.

Peligros a la vista

La posibilidad de robar mediante una tarjeta de crédito es difícil pero no imposible. Hace algunos años, su uso fraudulento prácticamente se reducía a tratar de utilizar en las tiendas tarjetas que habían sido sustraídas; sin embargo, debido a la obligatoriedad de comprobar el DNI del comprador –algo que no siempre se aplica–, esta práctica ha descendido notablemente, obligando al ladrón a recurrir a métodos más sofisticados, como la duplicación de la tarjeta.
Las copiadoras de banda magnética se pueden encontrar disimuladas como máquinas de cobro en las tiendas, escondidas en las ranuras de un cajero o en las puertas de los bancos con acceso de seguridad. Como la tarjeta duplicada no sirve de nada sin el PIN (número secreto), los ladrones se las ingenian para hacerse con él, siempre con la colaboración inconsciente de la víctima: carcasas falsas sobre el tablero numérico de un cajero automático, espejos estratégicamente situados o cámaras para grabar los movimientos del usuario en el teclado y descubrir su clave.
Internet es, con el gran avance de la tecnología, otro terreno resbaladizo para los que disponen de una tarjeta de crédito. En los últimos años han proliferado los sitios donde se pueden realizar compras a través de la red con un único requisito: tener una tarjeta y ganas de gastar dinero. El problema viene con la seguridad que, en bastantes casos, no se corresponde con la información que se pone en juego. Uno de los mayores riesgos es el de las web falsas. Son páginas idénticas a las de las tiendas o bancos en las que se solicitan los datos más comprometedores del usuario, como el número secreto. Aunque suelen ser exactas a sus homólogas verdaderas, pero son fácilmente reconocibles por no estar certificadas con el candado que aparece en la parte inferior derecha del explorador y por pedir datos que no reclaman ni siquiera los propios bancos.
Sin embargo, la apariencia de veracidad hace que se produzca lo que se conoce como phishing, la revelación de los datos críticos del usuario. Para evitarlo, hay que ser precavidos y desconfiar de ese tipo de comunicaciones (normalmente vía e-mail) en la que se pide esa información. Si dudamos, simplemente bastará con realizar una sencilla comprobación de la página web: con cualquier navegador podemos conocer si un sitio posee sistema SSL (páginas seguras) ya que las direcciones de las páginas comienzan con https://, en lugar de la común http:// (la letra añadida «s» indica el uso de esta tecnología). Con este sencillo truco evitaremos más de un disgusto. Y si usted es de los que compra en Ebay, hágalo siempre a través de PayPal, un sistema propio de la página de subastas más popular de Internet en el que los datos de su tarjeta de crédito no le son ofrecidos a los vendedores, además de obtener una factura-comprobante, por si el producto no le llega o tiene cualquier defecto. Desconfíe de aquellos que solicitan el pago por transferencia o a través de Western Union, ya que no quedará ningún rastro del producto ni del nombre del vendedor.

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