La gran empresa también se tambalea

Las grandes fábricas han aguantado mejor que el resto los cuatro primeros años de la crisis, pero a estas alturas ya no hay nadie invulnerable. En poco más de un año se ha marchado Haulotte; Teka ha cerrado media planta; B3 Cable ha quebrado y los administradores judiciales intentan librarla de la liquidación completa; Candemat ha perdido al empresario (afortunadamente, ha encontrado otro); Firestone ha despedido a casi un centenar de trabajadores y Sniace ha cerrado temporalmente la mitad de la factoría. Si a esto se añade que el Grupo Bolado ha quedado reducido a una mínima parte de lo que fue y que Papelera del Besaya definitivamente ha pasado a peor vida, queda claro que nadie se libra de la agitación y la incertidumbre sobre el futuro.
El virus que ha inoculado la crisis afecta menos a las empresas más vinculadas a la exportación, o que han podido reorientar hacia el exterior la caída del mercado interno, pero las que no tienen esa capacidad de maniobra se encuentran con graves problemas, por poderosas que sean. Y algunas de los que viven del mercado exterior, como Sniace, se ven afectadas por la fortísima subida de impuestos decidida por el Gobierno, que hace inviable su competitividad en muchos mercados.
Es cierto que se producen algunos movimientos positivos en el otro lado de la balanza, como la llegada de Nestor Martin, que va a recolocar al personal despedido por Teka, o la de Farmacell, para retomar el proyecto de GFB, pero son muy pocos como para aspirar a que el saldo final pueda llegar a resultar mínimamente equilibrado.
El único factor favorable es que la gran empresa ya realizó los ajustes de plantilla más severos en los años 80 y 90 y no volvió a cargarse de personal cuando llegó la bonanza, por lo que ahora no se ve impelida a importantes recortes, a excepción de Firestone.
No obstante, los EREs de Sniace y Ascan han sido un aldabonazo. Más desapercibido ha pasado el de Evobus, la constructora de autobuses Mercedes en Sámano, que el pasado 11 de diciembre solicitó la suspensión temporal para los 257 trabajadores de su plantilla.
La concentración de problemas ha sido especialmente notoria en Torrelavega, donde resucita el fantasma de los descarnados años 90, cuando el cierre temporal de la fábrica Sniace creó un estado de depresión en la ciudad. Aunque la plantilla ha reaccionado de una forma mucho más cautelosa de lo que entonces hizo frente al Gobierno del PSOE, el horizonte inmediato tiene muchos parecidos. Si Sniace cierra, arrastrará una buena parte de la economía de la ciudad, a pesar de que está más diversificada que entonces.
El céntimo verde, que en el caso de Sniace se suma a la fortísima subida de los cánones de vertidos y saneamiento (paga los dos, paradójicamente), puede suponerle 30 millones de euros en costes añadidos a las grandes empresas de la región que producen energía en régimen de cogeneración. Una cuantía muy elevada como para asumirla con los márgenes del negocio, sobre todo a estas alturas de la crisis, cuando se han estrechado enormemente o han desaparecido.
Para algunos de los afectados supone atravesar la línea roja e incurrir en pérdidas, en el mismo club en el que ya militan la mayoría de las pequeñas y medianas empresas de la región. Pero mientras que para las empresas familiares la supervivencia es innegociable y pueden prolongar su existencia a costa del patrimonio personal, en las grandes industrias la lógica del beneficio es mucho más exigente: si la empresa entra en pérdidas, el accionista exige recortes inmediatos o el cierre.
En una reunión que 30 de las mayores empresas de la región han celebrado en la CEOE ya han advertido con toda claridad que, con el precio de la materia prima por las nubes y la subida de impuestos, sólo es posible actuar sobre los gastos de personal. O el Gobierno da marcha atrás en los nuevos impuestos, o se verán obligados a hacer miles de despidos e, incluso, a trasladar las fábricas a otros países.
En el caso de Solvay, una de las empresas que mejor estaba resistiendo, al reorientar parte de su producción hacia los mercados exteriores, el céntimo verde merma sensiblemente su competitividad y no solo fuera, ya que en España tiene que competir con importadores de sosa natural turca que, obviamente, no está afectada por el precio de la electricidad.
La fábrica ha implicado en el problema fiscal a sus contratistas, a los que está forzando a bajar el precio de sus servicios sustancialmente. Un golpe muy duro para todos ellos, que sólo podrían alcanzar unos ahorros semejantes recortando la plantilla, con lo que no se descartan más problemas laborales en la comarca.

Los mayores riesgos

Aunque sigue habiendo grandes empresas en la región que sobreviven con una salud aceptable, hay varias que quizá no superen la crisis, como B3, que trata de evitar desesperadamente poner punto final a un producto obsoleto, el cable de cobre utilizado en telecomunicaciones. El cobre tuvo un resurgir inesperado hace década y media con las redes que empezaron a tender los países emergentes, pero estaba destinado a la derrota, antes o después, a manos de la fibra óptica y de la telefonía sin hilos.
Sniace, por su parte, tiene un negocio extraordinariamente complejo, con muchas patas que hacen que la compañía tenga un perfil público confuso: química, textil, eléctrica… Incluso hay quien sigue considerándola una papelera, un negocio que segregó hace años. No obstante, las diferentes patas se justifican entre sí y prescindir de cualquiera de ellas descompensa al conjunto. Por eso, su presidente, Blas Mezquita no lo tendrá nada fácil para decidir cómo reorientar la empresa si se ve obligado a prescindir de una parte de la actividad.
GSW trabaja a buen ritmo, pero se resiente de los problemas financieros de su matriz, Celsa, que consiguió una gran expansión internacional a base de endeudamiento y ahora se encuentra con una carga financiera difícil de sobrellevar.
Para Robert Bosch Treto la crisis no ha sido un problema, porque con su nuevo alternador ha vendido más que nunca. Sin embargo, empieza a verse afectado por la contracción de la demanda de automóviles en los países mediterráneos y la que empieza a producirse en el mercado alemán.
Las fábricas de Nissan en Los Corrales de Buelna también estaban al albur de lo que ocurriese con la negociación del nuevo modelo de coche en la planta de montaje que el grupo japonés tiene en Barcelona. Después de un proceso incierto, en el que el responsable de Nissan en España llegó a aventurar, con todo dramatismo, “la muerte lenta para la factoría”, las aguas han vuelto a su cauce, eso sí, con una rebaja de salarios, y las fábricas cántabras también han respirado con alivio.

Los bienes de equipo también se resienten

El descenso en el consumo afecta especialmente a las fábricas de electrodomésticos, y de ahí la decisión de Teka de cerrar la mitad de su planta de Cajo.
Afortunadamente para Cantabria, la mayoría de sus grandes empresas no se dedican a productos destinados al consumidor final y se han resentido menos. Pero esa no es suficiente garantía: Haulotte, que hacía plataformas elevadoras tuvo la mala suerte de tener como cliente al sector de la construcción. Cuando decidió crear una fábrica en Cantabria las necesidades de ese sector parecían infinitas. Sin embargo, bastaron unos meses, los necesarios para levantar la planta y comenzar la producción, para que todo cambiase. Al pincharse la burbuja inmobiliaria, la demanda de las máquinas elevadoras se esfumó de la noche a la mañana. Un caso idéntico fue el de GFB, que ahora renace mucho más modestamente de la mano de la empresa alemana a la que pensaba disputar su jugosísimo mercado.
Las incertidumbres llegan a todas partes. La planta de aerogeneradores de Reinosa no ha sido afectada por los recortes de su grupo, Gamesa, pero no puede resultar del todo ajena al descenso internacional en la ventas de molinos eólicos y a la absoluta paralización del mercado interior, donde hace tiempo que no se vende una sola máquina.
Es lo que ocurre con muchas de las grandes empresas, que están en manos de grupos capaces de reconducir sus ventas hacia nuevos mercados, aunque no siempre encuentren la forma de dar el esquinazo a la crisis interna y los ajustes que están llevando a cabo lo ponen de manifiesto.
Si las medidas coyunturales no son suficientes, cada fábrica que cierre será un gran zarpazo sobre la economía regional, dado que sostienen entramados industriales y de servicios muy tupidos, y, algunas de ellas, comarcas enteras. Pero lo más preocupante es que el tiempo ha demostrado que son irreemplazables.

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