Un coloso de 42 millones de euros

El complejo medioambiental de Meruelo, donde se reúnen y tratan todas las basuras urbanas de la región que no han sido seleccionadas en origen, va a poner en marcha la mayor de las instalaciones construidas, una enorme incineradora que culmina la cadena de plantas de tratamiento iniciada en 2002.
El horno incinerador será el destino final de todo aquello que no tiene otra vía de recuperación (alrededor de un tercio de los residuos que se generan) y, al menos, permitirá obtener energía de ellos. Convertir esas 96.000 toneladas de desperdicios en escorias y cenizas también servirá para alargar notablemente la vida útil de este vertedero, ya que son mucho menos voluminosas que la basura original. Quedarán reducidas a 15.300 toneladas y, de esta forma, el complejo de Meruelo, que estaba cerca de agotar su vaso de vertidos, aplazará considerablemente la fecha de colmatación.
La energía eléctrica obtenida a partir de la combustión de los residuos no reciclables permitirá enviar a la red eléctrica 8.261 kw/h, una potencia suficiente para abastecer las necesidades de una población de 20.000 habitantes.

Del compostaje a la incineración

La planta de tratamiento de residuos sólidos urbanos ha sido diseñada y construida por Urbaser, la filial de Dragados que ostenta la concesión de las instalaciones de Meruelo. Es idéntica a la que esta misma compañía construyó en Valdemingómez (Madrid), a donde van a parar los residuos de la capital de España. En el territorio nacional tan sólo existen media docena de plantas similares a la de Meruelo –situadas en Galicia, Mallorca, País Vasco, Cataluña y Madrid– aunque hay varias más en proyecto.
El modelo de gestión que se aplica en estas instalaciones, combinando el reciclado y compostaje con la incineración, se viene utilizando en Europa desde hace años, aunque en España no se libran de la polémica. En países como Dinamarca, muchos barrios tienen pequeñas incineradoras de basuras domésticas y la energía generada se destina a la calefacción de las viviendas.
La primera fase del complejo de recuperación de residuos entró en funcionamiento hace algo más de dos años. Incluía el pretratamiento de las basuras, para recuperar materiales como el papel, el cartón, los plásticos y los metales, algo que no resulta demasiado fácil ni eficiente cuando llega mezclado en un totum revolutum con materiales orgánicos y sin separación en origen. También se puso en marcha una gran planta de compostaje a la que iban a parar los restos orgánicos que, tras un proceso de fermentación y maduración, se convierte en fertilizante. Esta instalación permite obtener anualmente 27.000 toneladas de compost –un abono rico en nitrógeno, carbono y potasio– muy apreciado por los agricultores.
El complejo medioambiental de Meruelo cuenta también con una planta de desgasificación que permite generar electricidad a partir del metano producido por la descomposición de los residuos orgánicos enterrados en el vertedero. De esta manera, no sólo se resuelve el problema que plantean las peligrosas bolsas de gas que genera la descomposición de las basuras, sino que se obtiene una utilidad por la venta de energía a la red. Un rendimiento al que se sumará ahora el que se obtenga del horno incinerador.
La nueva planta de recuperación energética ha requerido una inversión de 42,6 millones de euros (algo más de 7.000 millones de pesetas) financiados en un 75% por Urbaser, que ahora se resarcirá de la inversión a través del cobro de un canon al Gobierno cántabro por cada tonelada de basura tratada. El 25% restante ha sido dinero público, aportado por la autonomía, aunque en realidad se trataba de fondos europeos.

96.000 toneladas anuales

La incineradora esta diseñada para tratar 12 toneladas de residuos a la hora. La intención es que permanezca en funcionamiento las 24 horas del día, por lo que engullirá 96.000 toneladas de basura al año. Se compone de un horno de cuatro preencendidos, una caldera de vapor de alta presión, una turbina de vapor y un transformador de 12 MV de potencia, además de los sistemas de control y filtrado de gases y una planta para la desmineralización del agua que se utilizará en la caldera.
Para alimentar el horno se ha construido un foso en el que se almacenan los residuos (el combustible). Un puente-grúa y un pulpo los transportan a una gran tolva que, una vez llena, se descarga en el horno gradualmente y de forma automática.
El horno es un gran recipiente de acero con un recubrimiento interior refractario y una cubierta exterior de material aislante. Por la parte superior salen los gases procedentes de la combustión con destino a la caldera y al sistema de limpieza y, por la inferior, las escorias y productos que no pueden ser quemados, como la cerámica o los metales. Este residuo final –aproximadamente el 16% de las 96.000 toneladas que anualmente serán incineradas– se depositará en el vertedero.
Los gases de combustión salen del horno a una temperatura superior a los 850 grados centígrados y pasan a la caldera de recuperación de calor. En su interior hay un entramado de tubos por los que circula agua que, al absorber el calor de los gases, se convierte en vapor a alta temperatura y presión. El tramo vertical de la caldera alcanza los 40 metros de altura, lo que confiere a todo el complejo una imponente presencia. Sin embargo, la ubicación de la planta, en un escondido valle y lejos de cualquier núcleo habitado, hace que pase desapercibida en el entorno.
El vapor generado en la caldera se envía a las turbinas para la generación de energía eléctrica. Una parte servirá para el propio consumo de la planta y el excedente será enviado a la red de alta tensión a través de una subestación construida por Viesgo en las inmediaciones. A esta subestación llega, además, la energía producida en el proceso de desgasificación, a partir del metano que genera el vertedero y que aporta unos dos megavatios de potencia. La Empresa de Residuos también estudia la posibilidad de obtener un rendimiento energético de los cuatro pequeños hornos de incineración de materias peligrosas (residuos hospitalarios, cárnicos, etc) que han acabado por convertir el lugar en un enorme complejo industrial vinculado exclusivamente al tratamiento de las basuras.
Al salir de la turbina, el vapor es condensado por medio de aire y enviado de nuevo a la caldera mediante bombas que elevan la presión del agua. De esta forma, se reinicia el ciclo al que está sometido el agua (líquido-vapor-líquido) con la que se recupera la energía térmica de los residuos.
La tecnología empleada permite cumplir con la legislación, que requiere que los gases estén en la cámara de post-combustión a una temperatura superior a los 850 grados durante más de dos segundos y en presencia de más de un 6% de oxígeno, con objeto de asegurar la destrucción de dioxinas y furanos y de otros productos volátiles. “El sistema de combustión –explica el jefe de obra, Joaquín Pérez Viota– ha sido diseñado para quemar únicamente el rechazo de la planta de reciclaje, de manera que su versatilidad para quemar otro tipo de residuos es muy escasa”.

Limpieza de gases

Tras pasar por la caldera, los gases se someten a un cuádruple proceso de limpieza para anular los posibles elementos contaminantes que pudieran llevar.
El primer dispositivo de limpieza son los ciclones, que separan las partículas sólidas más grandes y de mayor peso. Después, en un gran silo, se inyecta a la corriente de gases una lechada de cal que neutraliza los ácidos, secando e inertizando las partículas. Tanto a la entrada como a la salida de este silo, la corriente de gases pasa por una mezcla de carbón activo y cal seca molida que absorbe tanto metales pesados (mercurio y cadmio, principalmente) como compuestos orgánicos volátiles (dioxinas y furanos), que se quedan en la microestructura del carbón activo. Por último, los gases así tratados pasan por un filtro de mangas de un material textil especial, que retiene los últimos metales pesados, el polvo y otros componentes volátiles que aún pudieran contener.
Tras los cuatro filtrados, los gases ya están ajustados a los parámetros fijados por la Directiva europea 2000/76, y se dispersan en el aire.
Para las cenizas –11.800 toneladas al año– se ha construido un vertedero de seguridad en el propio complejo de Meruelo. El resto de los residuos de la combustión –las 3.500 toneladas de escorias que quedan en el horno– se llevarán directamente al vertedero general, ya que son totalmente inertes.

Control de gases y partículas

En el complejo trabajan 120 personas, pero el funcionamiento de la nueva planta está muy automatizado. Una sala de control monitoriza la marcha de los procesos y realiza un análisis permanente de los gases que se emiten a la atmósfera. Los datos pueden ser controlados desde los ordenadores de la propia Empresa de Residuos en Santander. Además de los gases, el complejo medioambiental de Meruelo realiza controles periódicos de la calidad de las tierras, pastos y aguas en un radio que abarca los términos de Beranga, Omoño y Escalante. Con esta red de alerta se podría detectar la presencia de sustancias contaminantes como dioxinas, furanos y metales pesados si llegasen a salir al medio ambiente.

Oposición ecologista

A pesar de los argumentos técnicos empleados por los defensores del sistema de incineración para convencer de la inocuidad del proceso que se pondrá en marcha en Meruelo, el recurso a la combustión en el tratamiento de residuos tiene fervientes detractores. Grupos como Arca o Ecologistas en Acción, muy activos también en su oposición al proyecto de incineración de Cementos Alfa, han mostrado su rechazo a la planta de recuperación energética de Meruelo por entender que puede suponer un riesgo para la salud y la conservación del medio ambiente. Izquierda Unida se ha sumado a estas críticas y ha solicitado que la incineradora no llegue a entrar en funcionamiento.
Lo cierto es que en Meruelo convergen los residuos de los 102 ayuntamientos de Cantabria, bien directamente, como en el caso de Santander desde donde llegan los camiones recolectores municipales, o bien desde las ocho estaciones de transferencia repartidas por la región, donde se compactan las basuras para reducir el número de viajes hasta el vertedero. La planta recibió 240.000 toneladas de residuos domésticos el año pasado y, al ritmo actual de depósitos, el vaso de este vertedero, con capacidad aún para acoger 4,4 millones de toneladas, apenas duraría una década. Con la puesta en marcha de la incineración, que minimiza el residuo final, la vida útil se va a multiplicar.

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