¿Son necesarios los centros de empresas?
Los viveros de empresas municipales fueron una iniciativa novedosa a comienzos de la pasada década. Apoyados en los fondos europeos destinados a estimular el desarrollo regional, fueron varias las corporaciones municipales que se atrevieron a llegar mucho más allá de los tradicionales servicios de agua, alcantarillado o urbanismo para lanzarse a impulsar la economía local, creando edificios donde las empresas incipientes pudieran disponer de condiciones muy favorables, hasta que estuvieran en condiciones de volar por sí solos.
Una década después, esa estrategia ha sido reformulada y asumida por la iniciativa privada bajo la fórmula de espacios de coworking, que replican el modelo de incubadora municipal de empresas ofreciendo a los emprendedores el ecosistema favorable que precisan para sus proyectos. Incluso el Gobierno regional ha habilitado edificios de oficinas en el Parque Científico y Tecnológico para albergar viveros de empresas relacionadas con las nuevas tecnologías.
Parecía que la hora de los centros empresariales de titularidad municipal había pasado, teniendo en cuenta la falta de recursos de las entidades locales, el reflujo de las ayudas europeas y el ajuste a la baja de los precios en el mercado privado de oficinas. Sin embargo, hay un ayuntamiento, el de Torrelavega, que insiste en dotarse de un centro para emprendedores, aunque ya cuenta con una infraestructura similar en Tanos. Una decisión que ha generado tal polémica, por la oposición de una Plataforma que agrupa a diversos colectivos y partidos políticos, que su eco ha llegado hasta el Parlamento Europeo.
Un proyecto contrareloj
La construcción de un Centro de Emprendedores era el proyecto más relevante del Plan Urban diseñado para recuperar el torrelaveguense barrio de La Inmobiliaria, construida en los años cincuenta y sesenta para acoger a los trabajadores de las industrias cercanas, que acusa el paso del tiempo y el declive de la economía local.
Las obras ya están ejecutadas en su totalidad, salvo el Centro de Empresas, y han sido cofinanciadas al 50% por el Ayuntamiento y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER). Pero la ayuda europea tiene fecha de caducidad, ya que el nuevo edificio debe estar terminado antes de concluir 2015.
El proyecto del Centro de Empresas había sido aparcado en 2010 por la corporación presidida por el popular Ildefonso Calderón pero fue retomado dos años después por este mismo equipo de gobierno con un cambio sustancial. Si inicialmente se iba a ubicar en un solar a expropiar en la calle Pintor Salces, el proyecto se desplazó a la finca municipal de La Carmencita, para ahorrar los costes del suelo. Una decisión que suponía un cierto riesgo, ya que sobre ese solar pende un litigio judicial entre el Ayuntamiento y sus anteriores dueños, la promotora Terrenos Adarzo.
Para Calderón, sin embargo, tal riesgo no existía, porque el Centro de Emprendedores no ocuparía la parcela en litigio, sino otra de las que componen la finca.
La llegada de un nuevo equipo de gobierno a la alcaldía, tras la moción de censura planteada por el PSOE y el PRC, no alteró el guión previsto, a pesar de la insistencia de los opositores a la iniciativa sobre el supuesto despilfarro de recursos que supondría este inversión (2,6 millones de euros) y sobre la indefinición del proyecto y de su sostenibilidad.
Desde la corporación municipal se argumenta que, además de aprovechar un dinero que llega de Europa, servirá para atraer proyectos empresariales e inversiones a la ciudad. También se intenta buscar la colaboración del Gobierno regional para dotar a ese edificio de otros contenidos, como Escuela Regional de Emprendedores.
El inmueble, de 3.500 m2, incluirá ademas de esa Escuela, una incubadora de empresas, un centro de negocios y diversos espacios de uso común. Se trata de una torre de cristal diseñada por el arquitecto Javier Rodríguez, ganador del concurso de ideas, que se convertirá en la imagen de la ciudad, puesto que estará situado en la puerta de entrada a Torrelavega.
La tramitación administrativa del Centro ya está concluida, tras firmarse el acta de replanteo en septiembre, y su ejecución no puede demorarse si se quiere acabar la obra en el plazo que exige la cofinanciación europea. La obra, además de luchar contra el tiempo, deberá hacerlo contra la oposición que ha generado el proyecto, que ha llegado hasta el punto de que Izquierda Plural plantee una pregunta ante el Parlamento Europeo sobre la información aportada por el Ayuntamiento de Torrelavega para justificar su construcción.
Lo que no se pone en cuestión es la función social que han venido cumpliendo estos centros. Una función que en la crítica situación económica por la que atravesamos tiene aún más sentido. A estas alturas, ya se puede hacer balance de otros centros de empresas municipales, comenzando por el que ya existe en Tanos, uno de los primeros que se levantaron en la región.
El Centro de Tanos creó en 2002 como un proyecto de escuela taller y con la intención de ofrecer a los emprendedores un lugar desde el que comenzar (una oficina equipada, con acceso a internet de alta velocidad y unos servicios comunes). Por sus diez despachos han pasado 43 empresas de las que al menos 30 continúan en activo. Actualmente el grado de ocupación es del 90%, lo que supone un incremento muy notable con respecto a mediados de 2013 en que la ocupación era tan solo del 30%.
En 2005, el centro se complementó con la construcción de ocho naves nido, cofinanciadas por el Ayuntamiento de Torrelavega (un 70% ) y el Ministerio de Industria (30%). Para su puesta en funcionamiento se contó con ayudas provenientes de la Unión Europea a través del proyecto ATI (Atractividad del Territorio e Innovación). Su ocupación actual es del 100% y desde su creación han pasado por ella 15 empresas con actividades tan variadas como la elaboración de ginebra y cerveza artesanal, rocódromos, nuevas tecnologías, energías renovables o la fabricación de biodiésel. Las instalaciones del centro de emprendedores de Tanos acogen también a los ganadores de los premios UCEM.
Camargo, pionero
El Centro de Empresas de Camargo no tuvo que lidiar con debate alguno cuando, en 1999, el alcalde socialista Angel Duque presentó un proyecto que resultaba novedoso en la región. Su puesta en funcionamiento no fue sin embargo sencilla, dado que las relaciones entre el Ayuntamiento y la Consejería de Industria de la época no eran muy fluidas.
El edificio tenía grandes espacios comunes y una cuidada estética, además de un gran tamaño (8.000 m2 de superficie) y requirió una inversión de 3,1 millones de euros, que se financió en parte con fondos FEDER.
En los doce años en que lleva operativo, el Centro ha conocido cambios sustanciales, especialmente en esta última etapa para adaptarse a la situación económica de la región. Se han modificado a la baja las tasas que pagan los empresarios como alquiler y al alza el periodo de estancia. Y lo que comenzó siendo una concesión administrativa para la adjudicación de espacios mediante convocatorias públicas se ha convertido en un sistema abierto que permite la llegada de una empresa en cualquier momento. Los iniciales tres años máximos de estancia se han convertido en cuatro, prorrogables por otros cuatro más.
Los precios también se han adaptado a la crisis y el alquiler de una oficina de 50 m2 cuesta ahora 225 euros al mes (4,5 euros por metro). Para una persona que quiera compartir el espacio de coworking con que cuenta el Centro, que dispone 14 puestos de trabajo, el coste es aún más bajo, de 75 euros al mes.
También se han relajado los criterios de admisión de empresas. Hasta 2011, el acceso estaba reservado a las de nueva creación, de forma que no podían tener una antigüedad superior a un año, pero ante la escasa demanda esa limitación ha desaparecido y el Centro se ha abierto a todo tipo de empresas.
Eso no impide que se siga justificando su existencia por la rentabilidad social más que por la económica. De hecho, el Ayuntamiento ha de sostener económicamente un Centro que por sí mismo es deficitario. No solo tiene unos precios por debajo del mercado sino que las empresa radicadas en Camargo se benefician de unas deducciones en las tasas del 50%.
Incluso con este forzado cambio en la filosofía inicial que no ha impedido acabar con las pérdidas, el balance que hacen los responsables es satisfactorio. Y es que, desde su apertura en 2002, por este Centro han pasado, 87 empresas, con una estancia media de algo más de tres años y medio.
Las actividades representadas están tan repartidas que resulta difícil hacer un perfil de los usuarios más habituales: El 15,4% de las empresas que han pasado eran del sector servicios; un 12,8%, ingenierías; un 10,25%, consultoras. Con parecidos porcentajes están las comerciales (11,5%), constructoras (10,2%); instaladoras (9%) e informáticas (7,7%).
A pesar de haber rebajado sustancialmente las condiciones, la ocupación sigue sin ser completa, aunque está cercana. En la actualidad quedan tres oficinas libres de las 35 existentes y dos naves, de las 15 que albergan estas instalaciones.
Uno de los servicios que ha conocido un mayor incremento de la demanda al cambiar las condiciones de acceso es el de las salas de reuniones, que son alquiladas por empresas y asociaciones de todo tipo para selecciones de personal, entrevistas con proveedores y clientes, presentaciones de productos o juntas.
El arrendamiento de despachos por horas y el de un buzón comercial son otros servicios que facilitan a las empresas una extraordinaria flexibilidad.
“Lo que busca la gente es una buena conexión a internet y un sitio agradable que permita trabajar y concentrarte” –señala Guadalupe Piñera, técnico de apoyo a la empresa en el Centro–. “Igual que ha habido épocas en que se necesitaban espacios más grandes, la demanda se dirige ahora hacia locales de entre 20 y 30 metros”, añade. Y en esta capacidad para adaptarse a las necesidades de micropymes, autónomos y emprendedores, el Centro retoma el espíritu con que se fundó.
Una década de servicio a las empresas
El Ayuntamiento de Santander también se sumó a esta moda, con el Centro de Iniciativas Empresariales que creó en 2004 en la planta inferior del Mercado de México, de la que desplazó, no sin cierta resistencia, a los comerciantes que la ocupaban, reubicándolos en la planta superior.
El acondicionamiento de los algo más de dos mil metros cuadrados obtenidos requirió una inversión de 930.000 euros, financiada en un 75% con los fondos del programa Urban (FEDER), como ocurre en el caso actual de Torrelavega.
La obra ha resultado problemática, porque el local siempre ha presentado deficiencias, pero en los diez años que lleva funcionando el Centro han pasado por él 75 empresas, que han creado más de 200 puestos de trabajo. Suelen estar unos dos años, aunque la permanencia máxima es de tres, más dos prórrogas anuales, la última de ellas condicionada a que la ocupación del Centro esté por debajo del 75%. La media de ocupación en los diez años que lleva abierto es de aproximadamente un 80%.
Alta supervivencia
Lo más relevante es que de las 75 empresas que han pasado por allí, 55 mantienen la actividad, una tasa de supervivencia del 73% que supera ampliamente la habitual entre empresas de nueva creación. Nada mejor para mostrar la eficacia de un vivero de este tipo que la perduración de los proyectos que incuba.
Ayudado por su pequeña dimensión, el Centro se encuentra totalmente ocupado, con 13 empresas instaladas, otra más en proceso de adjudicación y la que saldrá de los ganadores de los premios UCem. En total, trabajan allí 35 personas.
La condición para tener acogida en el Centro es que se trate de empresas de nueva creación o aquellas que, no siéndolo, vayan a lanzar una nueva línea de negocio. Otro requisito es que sus actividades estén centradas en campos innovadores, aunque este es un criterio tan ambiguo como amplio.
Los quince locales con que cuenta el Mercado de México tienen superficies que van de los 18 a los 50 m2 y los precios de alquiler son extraordinariamente accesibles, ya que oscilan entre los 31 y 95 euros el primer año, y entre los 51 y 160 euros para las estancias prorrogadas, aunque existen bonificaciones para quienes permanezcan tres años.
Los recursos que genera el Centro no bastan para su sostenimiento, por lo que el Ayuntamiento de Santander ha de sufragar cada año su déficit. Tampoco es fácil –indican desde la gerencia– cuantificar ese esfuerzo y diferenciar los costes específicamente imputables al Centro de otros servicios que se prestan en él, ya que el personal adscrito trabaja simultáneamente en otros programas de emprendimiento y desarrollo empresarial. Algo similar ocurre con las instalaciones (sala de juntas, aula de formación, espacio Enclave Emprendedor, etc.) que se utilizan para otras actividades de la Concejalía de Empleo.
También en Santander la función social parece justificar la existencia de una instalación de este tipo, de las que existen más ejemplos en ayuntamientos como El Astillero o Reinosa. La capital campurriana lo inició en el año 2000, con fondos del programa europeo Resider, destinado a la recuperación económica de las zonas con fuerte asentamiento de empresas siderúrgicas, muy afectadas por la reconversión del sector.
Reinosa invirtió 1,8 millones de euros en construir 14 naves nido y 595.000 euros en un Centro de Empresas con 12 módulos. Mientras que la ocupación actual de naves está al 93% (sólo queda una libre para venta o alquiler sin límite de permanencia), de los 12 módulos en alquiler solo cinco están ocupados.
Tanto las naves nido como los módulos se financian con las rentas de los usuarios. El precio del alquiler de un módulo (110 m2), es de 288 euros al mes durante el primer año; después va subiendo progresivamente hasta los 396 euros que cuesta en el quinto año, el último de los que pueden permanecer los emprendedores que inicien nuevas actividades con un proyecto viable. Unos requisitos que, si inicialmente se exigían en todos los centros empresariales abiertos en la región se han ido flexibilizando por escasez de demanda, aún a riesgo de desvirtuar lo que el fue el propósito inicial de estas iniciativas municipales: servir de plataforma de lanzamiento al emprendedor. Pero, o bien no hay tantos emprendedores como se suponía que necesitan un local o muchos de ellos buscan otras alternativas.
Lo único seguro es que, en una sociedad donde la mayoría de las iniciativas suelen estar vinculadas a las nuevas tecnologías, cada vez son menos necesarias las naves y los grandes locales para montar una empresa.