Las rías, un ecosistema único

Después de Canadá, Gran Bretaña y la costa Atlántica francesa, el Norte de España tiene las mareas más vivas, lo que supone grandes zonas de inundación en las playas o en las riberas de los cursos inferiores de los ríos.
Una circunstancia tan específica como la de quedar cubiertos dos veces al día, hace que estos terrenos bajo el influjo de las mareas hayan generado una flora y fauna especial y sean un hervidero de vida, no siempre bien entendida. Basta recordar que hasta épocas muy recientes la política oficial en España fue la desecación y relleno de marismas y aún hoy resulta muy complejo defender las agresiones externas.
El fenómeno de mareas es conocido desde la antigüedad. Se atribuye a Piteas (siglo IV adC) el haber sido el primero en observar la relación entre la amplitud de los movimientos del mar y las fases de la Luna, así como su periodicidad. Plinio el Viejo, cuatro siglos después, ya describió correctamente el fenómeno y relacionó la marea con la Luna y el Sol.
El fenómeno es bastante complejo en la práctica, ya que la proximidad de los astros no justificaría, por sí sola, la diferencia de alturas que alcanza la marea en puntos geográficos relativamente próximos o que la amplitud de las mareas en alta mar sea menor de un metro y, sin embargo, cerca de las costas pueda llegar a sobrepasar los 10 metros (algo más de cinco en el Puerto de Santander). Este fenómeno es consecuencia de la resonancia de la capa de agua situada sobre la plataforma continental (las aguas costeras poco profundas), que aceleran la velocidad del agua hasta 4 nudos y que, dependiendo del fondo, lo hace en unos lugares más que en otros.
Las zonas mareales más evidentes son las de las playas, donde los bañistas acostumbrados a otros mares se asombran de cómo el límite tierra-mar se modifica sustancialmente en pocas horas. Pero es en las rías, las zonas interiores que quedan a resguardo de las olas, donde se forman ensenadas de limos y praderías y se desarrolla un ecosistema más rico. Miles de hectáreas donde especies de todo tipo han aprendido a vivir en dos medios completamente distintos, el agua dulce y el agua salada, que se reemplazan al ritmo de las mareas. De hecho, las rías del Cantábrico presentan una de las tasas de producción primaria de vida animal y vegetal más altas de la biosfera, por el permanente arrastre de sustancias nutritivas tanto desde el río hacia el mar como en el sentido inverso, la buena distribución de esas sustancias a consecuencia del permanente movimiento de las aguas y la temperatura relativamente templada que tiene a lo largo de todo el año. Pero también como consecuencia de la escasa profundidad, que refuerza los efectos de la acción solar. El resultado es la multiplicación de los microorganismos y, con ellos, de toda una cadena de vida.

Colonización
Todos los factores colaboran en convertir las rías en una sopa vital extraordinariamente productiva, pero hay otro que compite por impedirlo: el efecto de los asentamientos humanos, que han colonizado sus riberas. El hecho de que gran parte de la población haya escogido los tramos fluviales más cercanos a la costa para vivir y que ríos y rías se hayan utilizado tradicionalmente como el sistema más expeditivo para deshacerse de todos los residuos líquidos producidos por el hombre ha provocado una grave contaminación de los cauces, que la entrada de agua limpia procedente del mar no siempre puede disipar. Y ha deparado, también, una contaminación permanente de los lechos, donde se han acumulado las partículas más pesadas, entre ellas muchos metales tóxicos.
El choque entre el agua salada que entra del mar y el agua dulce que desaloja el río, a su vez, provoca la decantación natural de otras partículas menos pesadas, formando los fangos y limos, donde habitan una interesantísima población de invertebrados.
Los limos afloran en extensos páramos durante las bajamares y en las mareas muertas, propiciando la aparición de plantas vasculares que, a medida que colonizan estas zonas, crean un ecosistema propio, la marisma, donde no sólo surgen peces capaces de vivir en esta duplicidad de aguas, sino que atrae a un gran número de aves.
La aparición de animales adaptados a un medio que, a lo largo de un solo día, pasa de estar anegado por dos veces a quedar en seco o, de estar bañado por agua dulce a formar parte de la masa de agua salobre, da un extraordinario valor ecológico y biológico a las rías y marismas. Pero, a pesar de que este ecosistema es el fruto de una evolución biológica milenaria, no siempre se valora. En aquellos lugares, como Cantabria, donde siempre ha estado tan cerca de los asentamientos humanos, su existencia se ha trivializado durante muchos años e, incluso, se ha considerado incómoda, al relacionarla con enfermedades epidémicas.

Protección
Ha tenido que ser la Unión Europea la que alertase, en varios casos, de la destrucción a la que seguía siendo sometido este medio natural, con una sentencia contra el Reino de España, como consecuencia de las actuaciones realizadas en los años 80 en las Marismas de Santoña y con reiteradas advertencias sobre los vertidos al río Besaya.
Por fin, buena parte de las marismas han conseguido regímenes específicos de protección, que no siempre son suficientes, ya que muchas de ellas están sometidas a fuertes presiones poblacionales a su alrededor, como ocurre con las de Santoña, Noja y Joyel. El Plan de Ordenación del Litoral es una cautela añadida en esta política actual de preservación. Pero de poco valdrían todos ellos si no fuesen complementadas con el saneamiento de los vertidos y es en ese terreno donde se ha realizado el esfuerzo más importante durante la última década, en buena parte, gracias al dinero de los Fondos de Cohesión comunitarios, que están sufragando unas obras ingentes para evitar que los ríos y las marismas sigan siendo el destino inevitable de todos los sistemas de alcantarillado y los colectores de la región.
La capacidad de recuperación de las marismas ya empieza a comprobarse, una vez que han entrado en funcionamiento los primeros sistemas de depuración de vertidos, pero nadie podrá recuperar ya las miles de hectáreas perdidas en las últimas décadas, para su uso inmobiliario, para la construcción de polígonos industriales o, simplemente, como un lugar propicio donde deshacerse de los escombros de las obras.

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