Enrique Campos, el economista que abrió caminos y compartió su saber con la región

Los ojos azules del recién fallecido Enrique Campos siempre sonreían aunque él estuviese serio, que no era lo habitual. Su talante risueño y bromista, que invitaba a la complicidad, contribuyó tanto como su empuje profesional a convertir la imagen tradicional de los contables de manguito –una disciplina en la que solo se pedía sentido del orden y rigor– en una profesión estratégica para cualquier empresa.

Cuando en 1957 Enrique decidió dejar su puesto de ejecutivo en Corcho (entonces Basse Sambre) y alquilar un local para montar un despacho de asesoría y consultoría, fueron muchos los que lo consideraron un disparate. Por abandonar un puesto con una importante proyección para un joven como él, y porque nadie sabía muy bien qué era aquello de la consultoría y la auditoría, sin apenas precedentes en España.

Afortunadamente para él, los clientes acabaron por entrar por aquella puerta (quizá por curiosidad) y no tuvo que ganándose la vida con la guitarra por las calles, como aseguraba riendo que llegó a temerse, porque era muy aficionado a tocar.

Enrique no solo intuyó la proyección que iba a tener el mundo de la asesoría y la auditoría años después; también acertó al suponer que los conocimientos que había adquirido en la Escuela Mercantil y en los cursos americanos de contabilidad y auditoría que compró a plazos, resultarían mucho más rentables puestos al servicio de muchas empresas que de una sola, algo que nadie más podía entender cuando todo el mundo permanecía ligado a una sola compañía de por vida.

El despacho creció y creció y Enrique consiguió tener uno de los más reconocidos de España, con más de 60 profesionales. Estar en una región periférica no facilita las cosas, cuando todas las grandes compañías tienen su sede en Madrid o en Barcelona, pero algunas de gran tamaño, incluso multinacionales como Teka, le confiaron sus cuentas.

Su otro hallazgo fue CEMIDE, el Centro Montañés de Investigación y Desarrollo. Cuando lo creó, con la sana intención de contribuir al desarrollo de La Montaña (entonces ni había autonomía ni nadie manejaba semejante posibilidad), era un foro completamente atípico, con la sana vocación de formar a la clase empresarial de Cantabria y, a la vez, de estrechar los contactos con quienes deciden en aquellas materias que más les afectan.

Por CEMIDE pasaban cada año los altos cargos del Ministerio de Hacienda, Industria o la Seguridad Social, y todos ellos conocieron, a través de Enrique, la realidad local y a sus empresarios más relevantes. En ninguna otra provincia había algo parecido, y mucho menos, creado por un particular.

A Cemide también acudieron muchas veces Blas Calzada, que llegó a ser responsable de la Bolsa de Madrid; Pedro Rivero, que por entonces era el director de la poderosa patronal eléctrica, y personajes que llenaban los salones sistemáticamente, como el polemista Manuel Funes Robert o el catedrático Ramón Tamames. Hubo charlas celebradas en los salones del viejo Chiqui que fueron seguidas desde la calle a través de megafonía por los muchos que no pudieron entrar.

Con motivo de su fallecimiento, Ramón Tamames nos remitía este pequeño recuerdo: “Fue un buen empresario, y supo inculcar en sus colegas el deseo de innovar para prosperar. Desde CEMIDE creó una tribuna muy importante para el estudio de todos los problemas de la Cantabria de hace tiempo y de ahora mismo. Yo me permití tratar de contribuir a ese esfuerzo como asistente a sus conversaciones públicas anuales, casi siempre en el Hotel Bahía. Nunca olvidaremos a Enrique Campos, que unía a su pasión marinera un verdadero culto a la amistad permanente y al estudio de los problemas, siempre con sensatez. Descansa en paz, querido Enrique”.

En CEMIDE se analizaron sistemáticamente los planes de desarrollo de Cantabria, se impartieron cursos sobre actualizaciones contables o fiscales y se consolidó una jornada anual denominada ‘Cómo ven los hombres de empresa el futuro de Cantabria’ (desde hace muchos años en colaboración con la Cámara de Comercio de Cantabria) en la que se toma el pulso de la región, con un representante de cada sector productivo.

Pero Enrique siempre pensó que la sociedad le debía un reconocimiento a estos empresarios forjados a sí mismos que han tenido una enorme importancia en la creación del tejido económico del que hoy disfrutamos, e instituyó el Premio Hombre de Empresa Ejemplar, que cada año homenajeaba a uno de estos emprendedores, desde José Burgada (Talleres Orán) al alemán Klaus Graf, impulsor de Teka.

Campos formó parte, desde el primer día, del Consejo Asesor de Cantabria Económica, donde dio muestras permanentes de su colaboración desinteresada, y recibió varias distinciones, entre ellas la Medalla de Plata del Gobierno de Cantabria.

Retirado de la vida pública desde hace una década por problemas de salud, CEMIDE ha continuado bajo la tutela de sus hijas Ana y Belén Campos, y concede cada año el premio que lleva el nombre de Enrique Campos Pedraja a los mejores expedientes académicos de Administración y Dirección de Empresas (ADE) de la Universidad de Cantabria y de Economía de la Universidad Europea del Atlántico.

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