¿Verdadero o falso?
‘Un falso cocodrilo puede costarle auténticas lágrimas’. Con leyendas como estas, 66 marcas de lujo francesas han iniciado una campaña para convencer a la población de que no compren productos falsificados. Mensajes en vallas publicitarias como ‘Su última llamada será a su abogado’ bajo un teléfono móvil cubierto con una funda falsa de Louis Vuitton, forman parte de la cruzada antipiratería puesta en marcha en Francia.
Los expertos coinciden en señalar que Francia es quien mejor defiende su mercado de las copias ilegales por una razón muy clara y es que las grandes firmas de lujo tienen un gran peso específico en su balanza comercial. Y son ellas el objeto preferente de las redes de falsificación que trabajan a escala mundial y que surten los mercadillos de medio mundo con réplicas de plástico de bolsos Fendi y Vuitton, polos Lacoste, pañuelos Hermès, vaqueros Levi´s, relojes Cartier y gafas Versace. Sólo el año pasado se requisaron cien millones de artículos falsificados en las fronteras de la Unión Europea. El último enero, la aduana francesa incautó una cantidad de ropa Vuitton falsa suficiente para cubrir 54 canchas de tenis. Lo más reproducido son las prendas deportivas de Adidas y los bolsos de Louis Vuitton.
Un gurú del márketing definió la marca como un contrato emocional entre la fabricante y el consumidor; una relación a dos bandas que la realidad se encarga de convertir en un trío la mayor parte de las veces. En menos de un año, todo aquello que tiene éxito en el mercado aparece en forma de sucedáneo. Lejos de menguar, la piratería ha aumentado en todo el mundo, no sólo en España, porque el negocio de las falsificaciones se ha profesionalizado e internacionalizado y las cadenas de distribución están vinculadas en muchas ocasiones a la delincuencia organizada.
El año pasado se interceptaron en España 5,5 millones de productos ilegales, de los que el 34% eran bolígrafos, maquinillas de afeitar y mecheros Bic, el 33% tabaco de las marcas de Philips Morris y un 10% aparatos electrónicos Philips. Sin embargo, por valor se encuentran a la cabeza los productos que imitan carteras y bolsos de Vuitton, ropa de Nike, productos Disney y prendas textiles de Ralph Laurent, Adidas, Gucci y Philips. En material informático, las marcas más afectadas son Epson y Canon, mientras que las copias de relojes de firma se reparten entre sucedáneos de Rolex, Bulgari y Cartier. La mayoría de las incautaciones realizadas en España proceden de un país africano tan pequeño como Benin y de China.
Los productos falsificados varían según las épocas. En este momento, por el extraordinario beneficio que implican las falsificaciones, se copia prácticamente todo y la réplica es más rentable para el infractor cuanto más valor añadido aporta la marca y menos valor intrínseco tiene el producto.
Hasta el año 94, las marcas de prestigio de los sectores textil y deportivo eran las más castigadas por los efectos de los falsificadores, que ahora también se han fijado en los juguetes, la perfumería y la cosmética. En realidad, nada se libra de las falsificaciones, incluida la Viagra, los tamagochis, el whisky J&B, las baterías de coche, la Coca-Cola o los móviles.
“Admiremos a los grandes maestros, pero no les imitemos”. Con esta cita, Eduardo Arasti, concejal del Ayuntamiento de Santander, abrió las jornadas sobre la Falsificación organizadas por la Federación de Comercio de Cantabria (COERCAN), que han traído hasta Santander a expertos en la piratería de marcas.
Si para el comercio estas prácticas son consideradas una competencia desleal, nadie duda que los más perjudicados por el mercado pirata son las grandes firmas agrupadas desde 1989 en la Asociación Nacional de Defensa de la Marca (ANDEMA). La variedad de socios –firmas como Chanel, Gilette, Adidas, Campofrío, Robert Bosch, Freixenet o La Española– da idea de que lo mismo se falsifican colonias, ropa o complementos que jamón york, aceitunas o componentes de automoción. Las marcas de lujo francesas figuran entre las seis que más se falsifican en el mundo, una verdadera industria paralela que a firmas como Lacoste le cuesta, al menos, tres millones de euros anuales, la cantidad que emplea para combatir la falsificación. Las pérdidas en imagen y en menoscabo de ventas son incalculables. Departamentos específicos –Louis Vuitton dedica catorce personas en exclusiva a investigar las réplicas ilegales–, detectives y los mejores buffetes de abogados en cada país –en España, Gómez-Acebo y Pombo representa a Lacoste, Hermés o Nike y una decena de marcas más– persiguen la pista de un comercio ilegal que, además de un perjuicio económico, contribuye a desprestigiar la marca: el cliente habitual se cansa del producto que ve falsificado por todas partes.
Sin los artículos de imitación, el famoso Mercado de la Seda de Pekín desaparecería. Por sus pasillos flotan miles de camisas Versace, bolsos Prada, botas Timberland, relojes Rolex o Patek Philippe. Allí, el desparpajo de los falsificadores les lleva hasta el punto de editar catálogos, en papel de lujo, con todos los modelos y marcas disponibles. Por supuesto, todo auténticamente falso.