Una casa alternativa

Los cuentos clásicos no siempre llevan razón, porque hay casas de paja que resisten al más feroz de los lobos. La prueba está en Llanez, un pequeño pueblo del Valle de Aras, en la zona oriental de Cantabria, donde una joven pareja está levantando una casa con barro y balas de paja para reivindicar las ventajas de los materiales naturales y la necesidad de integrar los asentamientos humanos en un entorno rural.
Su forma de construir es diferente en todos los sentidos. No sólo porque evoca las casas medievales en pleno siglo XXI, sino también porque llevan a cabo la obra con sus propias manos y con la ayuda de un grupo de voluntarios que obtienen comida y alojamiento a cambio de colaborar en el trabajo. En realidad, nadie hubiese llegado desde tan lejos sólo para asegurarse la alimentación. Lo que buscan los muchachos extranjeros y españoles que han acudido a su llamada es vivir una experiencia laboral y de convivencia única, al participar en una construcción del pasado, que ahora sería calificada como ‘una casa bioclimática’.
El objetivo es levantar una casa familiar y, junto a ella, un centro medioambiental más amplio y ambicioso que sirva de lugar de encuentro entre personas que comparten sus mismas inquietudes. Lo han bautizado con el evocador nombre de ‘Abrazo House’, que también remite a la dirección de un blog en internet en el que comparten las fotos y las vivencias que van acumulando desde el comienzo de las obras.
El auténtico impulsor de la iniciativa es Robert Alcock, un emprendedor de origen británico que llevaba años preocupado por encontrar formas de construcción más respetuosas con la naturaleza. Conoció las posibilidades del barro y la paja en Estados Unidos e Irlanda pero, como él mismo confiesa, le faltaba trasladar esos conocimientos a la realidad: “Había hecho un par de cursillos de uno o dos días, pero no tenía más experiencia práctica hasta que empezamos con este proyecto en el 2005”, cuenta.
Después de vivir algunos años en Bilbao, donde impulsó, junto a su pareja, un proyecto de sostenibilidad en un barrio industrial del corazón de la ciudad, decidieron trasladarse a Cantabria para hacer realidad su sueño: “Construir una casa para mí y para mi familia, sostenible y próxima a la naturaleza”. Lo que no tiene tan claro es por qué acabaron en este precioso rincón del municipio de Voto y no en cualquier otro de Cantabria o de España.

Ventajas de la autoconstrucción

El inestable clima regional les ha creado no pocos problemas, sobre todo, el pasado invierno, uno de los más crudos del último medio siglo, en opinión de los vecinos de la zona: “Es alucinante que ha entrado la primavera y Abrazo House todavía se mantiene en pie”, comentaba hace unos meses Robert Alcock en su blog.
No obstante, este ecologista británico está convencido de la idoneidad de las casas hechas de barro incluso en climas atlánticos u oceánicos, como el de Cantabria. Prueba de ello son la mayoría de las casas medievales que todavía siguen habitadas en su país de origen, Inglaterra, y que fueron construidas con estos materiales.
La principal ventaja de esas construcciones es su buen rendimiento térmico, ya que las estancias se mantienen frescas en verano y cálidas en invierno, lo que implica un escaso coste de calefacción y ninguno de enfriamiento. A lo que el británico añade que “al ser casas hechas de materiales no tóxicos y transpirables, son más saludables que las casas convencionales”.

Un procedimiento económico

Otra de las ventajas es que el proceso de construcción puede resultar más económico siempre que, como han hecho ellos, se utilicen materiales de bajo coste –en especial, maderas recicladas– y no falte ayuda: “Las técnicas son fáciles de aprender y agradables de usar, por lo que se prestan fácilmente a la autoconstrucción y al uso de voluntarios”, culmina Alcock.
Aunque llevan cerca de cinco años ligados a este proyecto, no ha sido hasta 2008 cuando comenzaron a levantar un edificio con muros de carga hechos con balas de paja y adobe. El primer piso está reservado a la vivienda familiar y el segundo, dotado de un jardín-tejado, les servirá de zona de trabajo.
Previamente, habían edificado con las mismas técnicas, y también con la ayuda de voluntarios, una pequeña casita (snail cabin), cimentada en piedra, con muro portante de cob y un tejado de roble verde, donde se alojan de forma temporal junto a sus hijos pequeños: “Fue una experiencia intensiva de aprendizaje que nos permitió cometer errores a pequeña escala antes de construirnos la casa principal”, explica Robert.
Ahora que ya cuentan con las paredes y tejado, vuelven a solicitar la colaboración de voluntarios para añadir todo lo que hace falta (ventanas, puertas, suelos, etc) para convertir la casa en habitable.

Ayuda voluntaria

Quieres aprender la autoconstrucción con materiales naturales? ¿Te gusta el ejercicio, la buena compañía, el aire libre, el entorno natural, la paz y la tranquilidad? ¿Estás dispuesto a trabajar durante al menos una semana a cambio de comida y alojamiento? Es la invitación que los promotores lanzan desde su página web (abrazohouse.org) a todas las personas que quieran participar en su singular proyecto.
A los que han colaborado hasta ahora y que proceden de lugares tan distantes como Canadá o tan cercanos como Santander, Alcock les describe como “gente joven, al menos en espíritu, que viene con ganas de aprender y experimentar en esta forma de construir”. El emprendedor se muestra encantado de poder sumar esfuerzos a su iniciativa y los voluntarios, por su parte, suelen encontrar en este escondido valle lo que habían ido a buscar.
Aunque en el camino que han emprendido no hay ningún lobo que les aceche, son conscientes de los obstáculos que aún han de superar hasta poder traspasar las puertas de su casa. Al menos, cuentan orgullosos que nunca les ha faltado ayuda y que tampoco se la han pedido a ninguna institución pública, porque su forma de construir se avala por sí misma.

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