Inventario

Presupuestos milagro

Que el Gobierno calcule recaudar más el año que viene, tal como están las cosas, se escapa de lo inverosímil y entra directamente en el terreno de lo milagroso. El problema es que, en caso contrario no le salen las cuentas. Rajoy, que prometió llamar al pan pan y al vino vino ha vuelto a hacerse las mismas trampas en el solitario que se hizo Zapatero en los últimos presupuestos, pero corregidas y aumentadas. Después de recortar todo lo recortable, incluso partidas que obviamente no disminuirán, como la del pago a los desempleados, y de subir todos los impuestos que podía subir, las cuentas seguían sin cuadrar. Y cuando las piezas no encajan en el cuadro, sólo hay una solución: hacer el cuadro más grande: Desafiando todas las previsiones, se decide que la economía española en 2013 sólo va a caer un 0,5% y quien no se lo crea, peor para él. Pero incluso si fuese verdad, ¿será posible recaudar más cuando la riqueza nacional va a menos? ¿De verdad llegará a disponer de un 34,1% más ingresos fiscales que en 2012, aunque gran parte de este aumento se produzca por el expeditivo procedimiento de dar menos dinero a las autonomías?
Montoro ha acabado cuadrando los Presupuestos a martillazos, lo que no va a mejorar mucho la credibilidad de España, cuando la realidad los vaya desmintiendo, como ocurrió con los presentados tras las elecciones andaluzas. Y no habrá que esperar mucho a que eso ocurra. El mismo día en que se conocían las líneas generales se abrían los cielos con el dato de inflación de septiembre: el 3,5%. El IVA había causado, como presumíamos en el número anterior de esta revista, un fortísimo aumento del IPC que, como primera consecuencia, provocará un gasto añadido en pensiones de 5.000 millones de euros (2.500 en la compensación por el desvío de este año más esa misma cuantía que se consolida para el que viene).
Es un triste récord que el primer día los Presupuestos sufran un revolcón semejante, pero no va a ser el único problema con el que se encuentren. Con una inflación de casi el 4% y enormes colectivos, como el de los trabajadores públicos, que no van a tener ninguna revisión salarial (y que por lo tanto, sufrirán una devaluación de sus ingresos en esa misma proporción), ni el más optimista puede suponer que se va a ingresar mucho más, como presume el Gobierno. Los bolsillos ya están vueltos del revés y lo demuestra el hecho de que las subidas del IRPF y la del IVA no están consiguiendo cambiar la tendencia a la baja de la recaudación.
Es fácil achacar el problema a la economía sumergida pero tampoco en ese caso el Gobierno podría eludir sus responsabilidades, puesto que es a quien le compete erradicarla.
En fin, que no hay que desanimarse. Si usted, al hacer el presupuesto de su empresa para el año que viene, lo ha recortado todo y sigue sin conseguir cuadrar las cuentas, haga como el Gobierno, ponga en los ingresos un 35% más. ¿Vé como ahora todo encaja? Uff, ¡qué desahogo!

¿Deuda pública o privada?

Es muy difícil pensar que el mismo Mariano Rajoy que acusaba a Zapatero hace bien poco de apostar por la catástrofe al subir el IVA esté ahora convencido de que la única salida para la economía española pasa por una subida generalizada de impuestos y por la reducción del gasto público hasta la asfixia. San Pablo cayó del caballo por un rayo divino y da la impresión de que el rayo del presidente llega desde Alemania, aunque defienda sus nuevas convicciones con tanto ardor. La realidad es que la inmensa mayoría de los empresarios españoles (salvo la CEOE, que no se pronuncia) empieza a pensar que si se salva el país será a costa de dejar arrasado el entramado económico existente. Y es obvio que el espacio que dejen las empresas nacionales será ocupado por otras foráneas.
Los resultados de la política de la máxima austeridad son tan discutibles que este verano la propia directora de Ratings Soberanos de Standard and Poor’s se veía obligada a desentenderse del problema asegurando que su agencia, la misma que nos ha dejado a los pies de los caballos, se limita a poner notas, no a decir qué políticas hay que aplicar y advertía tajantemente que la idea de que “S&P ha demandado más austeridad es manifiestamente falsa”. Por si a alguien no le quedaba claro, sostenía que su agencia “asigna un mayor peso a los factores económicos y políticos que a los fiscales, lo cual está muy lejos de favorecer la austeridad por encima de todo”.
Puestas las cartas encima de la mesa, recordaba que España entró en la crisis financiera con una posición mucho más favorable que otros países, con un nivel de deuda pública muy bajo, y algo que todos hemos olvidado, que el problema se planteó cuando el Estado se vio obligado a asumir, por una u otra vía, parte del endeudamiento privado.
Quizá desde afuera tengan que aclararnos algunas cosas que dentro hemos acabado por embrollar. La deuda de los promotores que no vendieron las viviendas o no pudieron desarrollar el suelo comprado a crédito, se convirtió en deuda de los bancos, cuando se vieron forzados a quedarse con esos activos, y la deuda de los bancos acabó por convertirse en deuda del país, ya fuese a través del rescate europeo o por la subida de la prima de riesgo que ha de pagar por sus emisiones. Las discutibles inversiones de las eléctricas, a costa de un sistema de remuneración de los kilovatios aún más discutible, han acumulado una gigantesca deuda para el Estado que el Gobierno no sabe cómo afrontar, pero que también pagará. Incluso la deuda de las concesionarias de autopistas, cuyos cálculos de usuarios han fracasado estrepitosamente, acabará siendo asumida por las arcas públicas.
En España, la frontera entre lo privado y lo público es muy frágil, sobre todo para determinados colectivos que pueden presionar por su dimensión (son demasiado grandes como para dejarlos caer) o por sus vinculaciones con el poder. Y por eso estamos como estamos. Es verdad que casi todos los países con problemas en el sistema financiero han tenido que acudir al rescate de sus bancos pero en todos han surgido fuertes polémicas sobre si debía hacerse o no. En el nuestro, ni siquiera nos hemos planteado cómo es posible que Bankia pida, por sí solo, veinte veces más de lo que debe Cantabria, y no se haya producido una catástrofe política, ni estén declarando en el juzgado los auditores que aún en febrero o marzo daban por bueno que el banco obtenía beneficios milmillonarios. Aquí nadie asume sus propias responsabilidades –y no solo los políticos– y sólo hace falta tamaño para conseguir blindar las pérdidas. Si son muchas, son de los españoles.

La política no vende

A la mañana siguiente de la comparecencia televisiva de Mariano Rajoy, todos los españoles se desayunaban con la referencia en prensa, muy abundantes en número y espacio. Pero la ciudadanía estaba en otra cosa. Hay muchos que sostienen que el problema del Gobierno es de comunicación pero da la sensación de que el auténtico problema es la cruda realidad: los empleos que desaparecen, las empresas que cierran, los locales que quedan vacíos, la pérdida de patrimonio por el descenso de la bolsa y del valor de los inmuebles, la sensación de que todo va a peor en lugar de mejorar… Así que, o bien los españoles vieron a Rajoy por televisión y quedaron completamente satisfechos o bien sus palabras les suenan a estas alturas a música celestial, porque los lectores de los cuatro periódicos de mayor difusión del país pasaron ampliamente de las declaraciones del presidente. En el ranking de noticias más leídas de El País por internet había que ir hasta el puesto 22 para encontrarla, lo que indica bien a las claras la diferencia de criterio entre lo que el periódico considera ‘importante’ (era la primera noticia del día) y lo que los lectores consideran ‘interesante’. Ni en La Razón ni en el ABC estaba entre las diez noticias más leídas y en El Mundo, sólo avanzada la mañana logró colarse como la séptima. No hace falta mencionar cuáles eran las que más atención habían suscitado entre los lectores, porque todas ellas tienen que ver con el sexo o la vida rosa.
La política no es que haya dejado de tener credibilidad, es que ha dejado de tener interés. Y más desde que todo el mundo es consciente de que nadie tiene soluciones. Ni las tenía el PSOE, que creyó que podría superar la crisis a través del gasto público, ni las tiene el PP, obligado a improvisar desde que comprobó que su llegada al poder no tenía los efectos balsámicos sobre la prima de riesgo y la inversión extranjera que presumía Rajoy. Incluso quienes no le votaron confiaban en que el cambio de gobierno supondría una mejora de la economía, se acabarían las sospechas de un pacto con los etarras para normalizar la situación en el País Vasco y se embridaría a los nacionalistas catalanes para que se olvidasen por mucho tiempo de las veleidades nacionalistas, pero han bastado unos pocos meses para comprobar que la economía no va mejor, que cualquier partido que llega al Gobierno adopta políticas muy parecidas sobre los presos etarras (el mismo Mayor Oreja excarceló a 16 terroristas cuando era ministro del Interior) y que el problema del independentismo catalán no va a menos sino que va a más, y no es un juego de palabras con el apellido del presidente de la comunidad.
Si la izquierda está desconcertada y la derecha desencantada no es difícil entender que las noticias políticas atraigan tan poco y más cuando resultan tan previsibles como las declaraciones de Mariano Rajoy, enrocado en su mantra de la reducción del déficit: “Nadie puede gastar más de lo que ingresa”. Una teoría económica muy fácil de entender para el hombre de la calle pero demasiado simplona para explicar el mundo moderno. Cumplida al pie de la letra, las familias no hubiesen podido aspirar jamás a tener una vivienda (todo el mundo ha de pedir una hipoteca y endeudarse) y las empresas no existirían, puesto que sus inversiones casi siempre se hacen con financiación externa. Volveríamos a la economía de trueque y poco más.
Tal como están las cosas, ni siquiera hay que predicar la virtud del ahorro. El personal ha dejado de gastar porque no tiene dinero o porque no sabe si le durará. Siguiendo la teoría de Rajoy, tanta contención nos llevará al cielo sin tardar mucho, pero en este mundo donde los caminos de Dios tienen tantos retruécanos, es más probable que acabemos donde no queríamos. La economía es una maquinaria de reloj con demasiados engranajes y el único aceite que la mantiene engrasada es el dinero. En caso contrario, el reloj atrasa más cada día. A estas alturas, llevamos perdidos varios años.

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