Una pasión a cielo abierto

Hace más de ochenta años que Alfonso XIII hizo construir el campo de golf de Oyambre para reunir en él a la aristocracia que veraneaba en Comillas y atraer a turistas ingleses a la región. Cuatro años más tarde, se fundaba el Golf de Pedreña, esta vez por deseo de su esposa, la reina Victoria Eugenia. Eran los primeros campos del país y convertían a Cantabria en una pionera de este deporte. Desde entonces, no han faltado aficionados –uno de cada setenta cántabros está federado–, ni embajadores como Severiano Ballesteros.
Tanto el clima como el paisaje son inmejorables para convertir Cantabria en la capital del golf. Sin embargo, no suele aparecer entre los destinos del turista de golf ni albergar competiciones de renombre por no disponer de un número significativo de campos de 18 hoyos –los que tiene la iguala a Extremadura o Navarra–. El hecho de que sólo Pedreña, Santa Marina y el campo público de Nestares tengan los 18 hoyos reglamentarios, impide captar a los jugadores internacionales que se desplazan allí donde tienen cantidad y variedad de alternativas. No obstante, el Gobierno ya ha anunciado su intención de sumar tres nuevos hoyos a los quince del Abra del Pas, en Mogro, para extraer todo su potencial y aumentar nuestras posibilidades dentro de este mercado.
El golf puede ayudar a desestacionalizar el turismo en la región, porque se practica durante todo el año y, siempre que los campos puedan recuperarse con rapidez, la lluvia no tiene por qué ser un impedimento, como ha quedado demostrado en Suecia, Inglaterra o Escocia, países que atraen a numerosos jugadores aficionados, pese a registrar condiciones climatológicas más severas que las nuestras. Un turismo que deja ingentes ingresos, dado que el gasto diario de un jugador es, en promedio, tres veces superior al del visitante habitual.
En la última legislatura se ha planteado construir en la región varios campos de golf más, pero la normativa urbanística hace que su plasmación práctica sea un proceso largo y complejo. De hecho, la única incorporación al censo de campos ha sido la del municipal de Noja, en pleno casco urbano y junto a la playa del Ris, por lo que tiene unas limitaciones de espacio evidentes; Liérganes se plantea construir otro en Campo La Espina; Penagos en La Cavadilla y Medio Cudeyo sólo está a falta de la aprobación del Plan General para que pueda realizarse un campo de iniciativa privada en la Mies de Hermosa. Entre los existentes, la Junquera o Mataleñas estudian restructuraciones para aliviar la altísima presión de jugadores que tienen sus instalaciones y para potenciar el desarrollo turístico de la zona donde se ubican.
No todo serán incorporaciones. Hay un campo histórico que puede desaparecer, el de Oyambre. Un campo rústico creado en las mismas dunas que está afectado por un expediente de expropiación forzosa de la Demarcación de Costas y que frustra el proyecto de recuperación promovido por su propietaria, la sociedad Silver Eagle, que también lo es del Racing. Los movimientos ecologistas apoyan su eliminación, incluida la de su sede social, que cuenta con un bar y un aparcamiento, mientras que buena parte de la comunidad golfista defiende su continuidad por la tradición que tienen estas instalaciones, de casi un siglo.
Oyambre no es el único campo de golf cántabro que se ubica al borde mismo de la costa. También Mataleñas, Pedreña, La Junquera, Abra de Pas o Santa Marina responden al modelo de links, terrenos situados cerca de las playas o en acantilados al borde del mar, muy bien aceptados en otros países, aunque por lo general se trate de lugares muy ventosos y desapacibles, algo que no ocurre en Cantabria, donde el clima es más suave y sólo están afectados por las brisas de verano. Otra ventaja más sin aprovechar.

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