Caja Cantabria reestrena palacio en Santillana
En realidad, la apertura al público del Palacio siempre será restringida, porque la casona mantiene las circunstancias propias de una residencia privada. El Marqués de Benemejís, Juan Iturralde, su anterior propietario, vendió el inmueble a Caja Cantabria en 1992 por tres millones de euros. Desde esa fecha, en la Casa del Marqués, como se la conoce en Santillana del Mar, no se había cambiado un mueble de sitio. Tan sólo se procedió al inventariado de los miles de objetos que adornaban cada esquina del palacio, tan sobrecargado como era costumbre en la época. La familia Iturralde vendió un patrimonio excepcional por una cifra que en la época pudo parecer elevada pero que hoy, vista la evolución del mercado inmobiliario, no parece una mala inversión para la Caja cántabra, que cedió el Palacio a su Obra Social.
En todo caso, los Benemejís no hicieron un mal negocio, ya que consiguieron, también, que la entidad se comprometiese a conservar el patrimonio acumulado por la familia en las mejores condiciones.
Muchos de los objetos recuerdan la relevancia que ha tenido la familia Iturralde en Santillana, ya que, además de formar parte de una de las estirpes mas adineradas y populares de la localidad, una de las hermanas, Blanca Iturralde de Pedro, propietaria de la Torre del Merino en la misma localidad, fue alcaldesa de la villa durante un largo tiempo. Su paso por el sillón municipal se recuerda por una gestión muy exigente con la conservación del patrimonio histórico, urbanístico y cultural de Santillana en una época en que la legalidad era bastante laxa en los planeamientos.
El casco histórico de Santillana ha conservado su peculiar fisonomía a lo largo de los siglos, al igual que lo ha hecho la propia residencia de los Benemejís. La estructura interna de la vivienda ha sufrido algunas modificaciones no demasiado sustanciales. La única novedad en el ámbito arquitectónico es la recuperación de cuatrocientos metros cuadrados en la bajocubierta, que se dedicarán a exposiciones temporales y la supresión de tabiques en algunos salones.
La vivienda tiene una superficie de mil doscientos metros cuadrados repartidos en tres plantas. Los arquitectos se plantearon la conveniencia de mantener el espíritu del Palacio, guardando las proporciones de las diversas estancias para que no perdiese su naturaleza de vivienda familiar. No obstante, han buscado la manera de favorecer la entrada de luz natural y una disposición más ordenada de los miles de objetos que la familia atesoró a lo largo de su vida. Hay más de 6.000 objetos inventariados, sin contar los volúmenes que integran la biblioteca, algunos de ellos guardados durante trescientos años y con un valor histórico-artístico elevado. Alfombras de la Real Fábrica de Tapices, pinturas, jarrones, porcelanas y muebles de varios estilos visten la residencia, colocados sobre las mesas, en las paredes o en los armarios, como si sus antiguos inquilinos siguiesen viviendo en la casa. El proyecto ha sido minucioso para sustituir frisos de madera, rodapiés o cajetones de lámparas. Todos esos elementos han sido realizados en roble macizo. Los restauradores no encontraron esta materia prima en Cantabria con lo cual tuvieron que reutilizar el roble de la casa para completar la restauración. Todo el equipo de restauradores y documentalistas es cántabro. En el Palacio sólo hay un elemento ajeno a la región, el roble laminado, que se adquirió en Francia para sostener la bajocubierta.
Visitas controladas
La naturalidad en la rehabilitación suscita problemas en orden a su apertura al público. Caja Cantabria quiere que el Palacio se utilice para actos oficiales públicos y privados. En realidad la Casona forma parte de un conjunto. Los edificios anexos ya tienen un uso definido, básicamente expositivo. Y el jardín, como corolario del conjunto arquitectónico, será utilizado como escenario para eventos promocionales e incluso publicitarios de empresas e instituciones.
Además de esos usos puntuales, está previsto que se abra al público en visitas controladas.
El palacio es un tesoro en cada estancia. Una de las habitaciones más sobresalientes es la biblioteca. Contiene casi seis mil volúmenes con ediciones originales de los siglos XV al XX, entre las cuales hay incunables de Góngora o Lope de Vega y una edición ilustrada del Quijote elaborada en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. La Caja, además, ha trasladado al Palacio algunas obras pertenecientes a los fondos propios de pintores como Riancho o Egusquiza.
La restauración ha costado 2,1 millones de euros, una cuantía que no parece demasiado significativa para las proporciones del Palacio. La obra ha sido realizada por Ancemar Tagle, una empresa cántabra con experiencia en rehabilitación, pero el objetivo era transformar una vivienda privada en un espacio semipúblico y una buena parte de los trabajos ha quedado en manos de restauradores y conservadores.
Como muchos otros edificios emblemáticos, el origen del palacio está vinculado a las fortunas realizadas al otro lado del Atlántico. Un indiano llamado Francisco Miguel de Peredo lo mandó construir en 1694 y, después de pasar por muchas manos en los tres últimos siglos, fue vendido a un organismo semipúblico, como la Caja, para evitar una decadencia que de otro modo hubiese resultado casi inevitable. Esa labor cultural de la Caja ha sido reconocida por la asociación ‘Cantabria Nuestra’ que ha decidido premiar el esfuerzo realizado en la restauración con su premio anual.