Chacolí de Cantabria
El auge experimentado en estos últimos años por los vinos del norte peninsular –el albariño, ribeiro, chacolí de Guetaria, vinos del Bierzo– tradicionalmente relegados a un consumo doméstico o regional, ha generado un mercado económicamente relevante en el que también el vino producido en Cantabria puede ocupar un lugar, sobre todo en la variedad de los denominados vinos verdes, tipo chacolí, vinos blancos jóvenes, ácidos, frescos y de baja graduación alcohólica que son cada día más apreciados por el consumidor.
La iniciativa privada, personalizada sobre todo en jóvenes agricultores que buscan producciones alternativas a los tradicionales modos de explotación, ha comenzado a ponerse en marcha y la propia Consejería de Agricultura está impulsando algunos proyectos experimentales. Las posibilidades que ofrece Cantabria para la producción de vinos de calidad están despertando un interés cada día mayor entre estos nuevos productores, que deben enfrentarse al reto de renovar unos modos de explotación muy tradicionales pero que no aportan la calidad que demanda el mercado.
Un vino con historia
La producción de vino tiene en Cantabria raíces que se remontan a más de 800 años atrás, cuando en la comarca de Liébana se empezó a cultivar la vid. A principios de siglo el cultivo alcanzó su máximo apogeo con más de 850 hectáreas en la comarca pero plagas como la filoxera provocaron que en 1910 la superficie cultivada se redujera a la mitad. En la actualidad únicamente sobreviven 55 hectáreas de viñedos que producen 300.000 kilos de uva dedicadas básicamente a la producción de orujo, en el que se ha alcanzado una notable especialización, y de vinos tintos de mediocre calidad destinados al consumo doméstico y sin interés comercial.
Una tradición vinícola diferente aunque también secular, es la que aún se mantiene de forma casi testimonial en los valles de Villaescusa, del Asón y en la comarca de Santillana del Mar, donde antiguamente se elaboraba un vino blanco, tipo chacolí, muy apreciado en la región y que se exportaba en pequeñas cantidades a Asturias, País Vasco y Castilla. La mejora de las comunicaciones, que facilitó la llegada de los vinos riojanos, y la progresiva especialización de Cantabria en la producción lechera supuso la desaparición del cultivo de la vid en las zonas costeras en beneficio del forraje destinado a alimentar el ganado. Tan sólo perviven algunas pequeñas parcelas en las que aún se produce vino para consumo familiar.
Recuperar la tradición
Las tendencias del mercado anuncian que ha llegado el momento de recuperar esa tradición vinícola que tan buenos resultados económicos está produciendo en la comunidad gallega y en el País Vasco. En este punto han coincidido las iniciativas de algunos particulares con los proyectos que está empezando a poner en marcha la propia Consejería de Agricultura para impulsar la producción de vino tanto en la Liébana como en otros puntos de Cantabria.
El Ministerio de Agricultura ha concedido autorización para realizar trabajos experimentales sobre un máximo de 36 hectáreas, aunque los proyectos que se van a poner en marcha abarcan tan solo ocho campos de experimentación con una superficie media de 3.000 metros cuadrados”. “Son parcelas –explica el técnico de la Consejería que asesora estos proyectos, Juan Ignacio de Sebastián– propiedad de particulares que colaboran con nosotros y a los que les daremos la cobertura legal para poner en marcha esa plantación y asesoramiento técnico sobre la forma de hacerlo, sistemas de poda y tratamientos fitosanitarios”.
Partir de cero dará algunas oportunidades, por ejemplo, la introducción del emparrado en espaldera –que mejora las condiciones de luz y de ventilación de la vid y facilita la recogida de la uva– en vez del tradicional sistema de pie bajo o de vaso que se ha venido empleando en Liébana. También se utilizarán técnicas de riego por goteo y se experimentará con nuevos sistemas de poda. “Lo que pretendemos –continua explicando Juan Ignacio de Sebastián– es renovar la producción vinícola buscando un producto de gran calidad. Para ello vamos a introducir nuevo material vegetal con variedades seleccionadas nacionales y extranjeras para conocer su adaptación, lo que no impedirá el tratar de potenciar también las variedades locales como la albarín negro de Liébana o la marqués y la albillo en la zona costera”.
Cepas viejas
En los viñedos lebaniegos la renovación de las cepas viene obligada por el tiempo transcurrido desde su plantación, ya que más de la mitad de las parcelas tienen una antigüedad superior a los 60 años. Además de la variedad local, en los viñedos experimentales repartidos por varios puntos de la comarca, se va a estudiar el rendimiento de variedades tintas nacionales como tempranillo, mencía y garnacha, y extranjeras como cabernet sauvignon, pinot noir y cabernet franc.
En la zona costera, de condiciones climáticas muy distintas, se experimentarán variedades de uva blanca, nacionales (albariño y godello) y extranjeras (gros manseng, sauvignon blanche, riesling o pinot gris). La plantación comenzará este otoño y a partir de ahí deberán transcurrir tres años antes de obtener la primera cosecha y otros tres para finalizar el proceso de vinificación.
La incógnita sobre las posibilidades de obtener un chacolí homologable al que se produce en la zona de Guetaria podrán despejarse mucho antes ya que en Obregón (Villaescusa) se viene experimentado desde hace dos años con este tipo de vino y los promotores de esta explotación se han integrado también en el proyecto de la Consejería.
Para valorar el comportamiento enológico de cada variedad está previsto construir una bodega artesanal en el Servicio de Desarrollo Rural de Muriedas. Allí se realizarán los procesos de vinificación, siempre dirigidos a obtener un producto de calidad –el único que puede ser rentable para nuestra región–, con el que poder hacerse un pequeño hueco en el mercado vinícola nacional.