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Para comprar una lata de anchoas o un potito no hace falta esperar a que abran los supermercados, ni buscar en el periódico cuál es la farmacia de guardia más cercana. El sistema de venta automática conocido como vending ha empezado a poner a la mano del consumidor una variedad tan amplia de artículos que no conoce más límite que el de la imaginación. Cantabria cuenta con más 5.000 máquinas, sin contar las que ofrecen cigarros.

Otra fuente de ingresos

El concepto del vending ha cambiado sustancialmente en los últimos años. A los comerciantes que pusieron en sus locales las primeras máquinas les movía exclusivamente el interés por ofrecer a sus clientes un servicio más. Ni siquiera obtenían una rentabilidad directa, ya que la recaudación iba destinada a la empresa propietaria de la expendedora.
No hizo falta mucho tiempo para que los dueños de los negocios se dieran cuenta de los ingresos que podía generar este sistema de venta automática y pidiesen participar en el negocio. Los comerciantes alquilaban las máquinas a los operadores y los beneficios eran repartidos entre ambos.
Aunque muchos han decidido seguir con ese procedimiento, el planteamiento actual es completamente distinto. Con una inversión de entre 4.000 y 8.000 euros, precio que varía según el tipo de expendedora y el producto que ofrece, cualquiera puede ser propietario de una de estas máquinas automáticas y disponer de toda la recaudación, aunque el desembolso económico puede aumentar si es necesario hacer algún tipo de obra de instalación. El mismo dueño es quien se ocupa de recargar la máquina, si bien hay empresas que ofrecen servicios de mantenimiento y reposición de productos para aquellos comerciantes que no quieran o no puedan encargarse de ello.

Cautivo y público

Las máquinas de café o las expendedoras de chocolatinas se han convertido ya en parte del mobiliario de muchas empresas y oficinas. Este tipo de vending, con el que no se pretende conseguir beneficio y que recuerda al funcionamiento de las primeras máquinas de venta, recibe el nombre de “cautivo”.
Pero, si el sistema de compra automática se ha convertido en un alternativa de compra es gracias al vending público, el negocio en la calle, que además de ofrecer servicios a los clientes tiene que generar ingresos. Se calcula que el rendimiento neto mensual de una máquina puede acercarse a los mil euros. “Quien adquiere una expendedora, repite”, dice Montserrat Martín, delegada de la firma Olevending en Cantabria, que asegura que hasta los caballitos para niños que se instalan a la puerta de algunos bares y tiendas pueden ser una importante fuente de ingresos.
La vida de las máquinas automáticas es de unos quince años, aunque su duración varía en función del producto que ofrece y de la ubicación, ya que las que están instaladas en zonas de playa –algo muy habitual en Cantabria– suelen dañarse antes por causa del salitre.

Del tabaco a las gafas graduadas

La tecnología ha perfeccionado tanto las expendedoras que casi todo se puede vender ya en una de estas máquinas automáticas, siempre que el envase esté acondicionado al efecto.
Durante muchos años las más utilizadas, y casi las únicas, fueron las de tabaco, que pronto crearon un hábito en el consumidor, ya que no necesitaba acudir a un estanco para comprar un paquete de cigarrillos. Pero la entrada en vigor de la ley que prohíbe fumar en lugares públicos y en locales que no tengan una superficie determinada creó entre quienes las tenían en depósito o en propiedad la necesidad de sustituir esta fuente de ingresos. Fue entonces cuando se produjo un aumento en la demanda de expendedoras de snacks y de refrescos.
Para entonces, los fabricantes ya habían llegado mucho más lejos y sus máquinas eran capaces, incluso, de entregar animales vivos. Bastaba una cajita que conservase la humedad y un sistema de refrigeración para cubrir la necesidad de cebo vivo de muchos pescadores que practican su afición a primeras horas de la mañana, cuando ninguna tienda está abierta aún.
Si es posible conservar unos pequeños animales vivos, por más que sean gusanos, es evidente que no hay obstáculos para expender preparados alimenticios. El dueño de un local santoñés tiene una máquina que vende anchoas enlatadas de la marca Emilia. En Astillero, un comerciante ha optado por ofrecer embutido envasado al vacío.
Hay quien ha buscado ser aún más original. El propietario de un bingo de Torrelavega ofrece al público una expendedora de toallitas húmedas, para que los clientes del local puedan eliminar las marcas de bolígrafo que quedan en las manos cuando salen de jugar y gafas graduadas –similares a las que se adquieren en las farmacias–, para aquellos despistados que hayan dejado sus lentes en casa y puedan tener alguna dificultad para diferenciar con claridad los números del cartón.
Los fabricantes de máquinas de vending parecen dispuestos a adaptarse a cualquier demanda que se les plantee: potitos, pañales, embutido, cuerdas para guitarra y hasta baquetas para tocar una batería pueden salir por el canal expendedor. Una casa rural cántabra ha instalado una máquina para que los clientes que no hayan sido lo suficientemente previsores puedan adquirir en ella los ingredientes necesarios para hacer una tortilla (aceite, patatas y huevos).

Nuevas formas de comprar

Los consumidores empiezan a asumir que una expendedora no es una tienda pero puede dar servicios parecidos y, en algunos casos, con la ventaja de una mayor intimidad. En eso se basa el éxito de la venta de artículos como los preservativos, que muchos jóvenes no adquieren en una farmacia por pudor. Cada vez son más los baños de locales públicos, sobre todo los relacionados con el ocio nocturno, que ofrecen estos artículos y algunas farmacias que no quieren perder esta clientela han optado por colocar máquinas expendedoras en el exterior.
Los jóvenes son los más familiarizados con esta nueva forma de comprar y los culpables de que los cajetines de las máquinas dispensadoras de todo tipo se vacíen durante las noches de los fines de semana. Las empresas del sector han visto en ellos su mejor público y no solo para suministrarles un tentempié que les permita continuar la marcha nocturna, sino también para artículos impensables hace bien poco, entre ellos tangas o anillos vibradores, como los que distribuye Olevending.
El hecho de que este tipo de compra se ajuste mejor a una forma de vida cada vez menos compatible con los horarios de las tiendas tradicionales está empujando el negocio de las máquinas hacia todo tipo de territorios, entre ellos el de las tarjetas de teléfono para cabinas, un artículo muy demandado cuando se encuentra en la cercanía de los locutorios que frecuentan los inmigrantes.

El sistema de distribución del futuro

Las máquinas están diseñadas para vender pero deben saber venderse a sí mismas, convirtiéndose en su propio escaparate, gracias a la iluminación y al diseño.
Adquirir una máquina es algo más que comprar una expendedora, es diseñar un negocio que va a estar en muchas ocasiones a pie de calle, siguiendo la máxima de que aquello que no se ve, no se consume. Tal vez por esto, la mayoría de los fabricantes apuestan por dejar ventanas a través de las cuales el cliente vea el producto. Cuando no es posible, como en los botelleros (la refrigeración impide que las botellas o latas puedan quedar expuestos a los rayos del sol), los beneficios se resienten.
Muchas empresas de todo tipo han visto en el vending la manera de llevar sus artículos a lugares donde no podrían hacerlo de otra forma y no son pocas las firmas que han modificado el diseño de sus envases para que encajen en los cajetines de las expendedoras, como ha hecho la marca de patatas Pringels o La Rianxeira, que ha conseguido que sus ensaladas sean uno de los artículos más demandados.
El vending no compite directamente con las tiendas tradicionales, porque quien utiliza las máquinas expendedoras busca adquirir un artículo concreto en un momento puntual, casi siempre en un horario en el que los locales están cerrados. De hecho, la compraventa automática se está convirtiendo en un aliado de los comerciantes. Son cada vez más los que ocupan parte del escaparate con máquinas expendedoras, para poder ofrecer a los clientes otras gamas de productos. Pero también son muchos los que empiezan a ver en el vending su vía de jubilación, al tratarse de un negocio que se atiende solo, o la manera de tener abierto las veinticuatro horas y hay quien, directamente, ha reconvertido su tienda o su bar en una ‘sala de máquinas’.

El vandalismo, el caballo de batalla

El principal problema de las expendedoras sigue siendo el vandalismo, por lo que cada vez introducen más medidas de seguridad, como barrotes o cámaras de vigilancia. No obstante, sigue habiendo un cierto temor a instalarlas, lo que ha impulsado a algunos fabricantes a ofrecer un seguro que garantiza la reparación o sustitución de las máquinas que sufran algún daño.
Algunos de estos problemas venían motivados por la reacción de clientes enfadados cuando, después de introducir la moneda, no aparecía el producto solicitado. Como desquite, la emprendían a patadas con las expendedoras. Para evitar este tipo de venganzas con el aparato, las nuevas máquinas incorporan una célula que detecta si el producto ha descendido por el carril hasta el expendedor y, en caso de que no haya sido así, ofrece al cliente la devolución del dinero o cambiar su elección.

Productos de futuro

A pesar de que en los últimos años el catálogo de productos ha aumentado considerablemente y las máquinas forman parte del paisaje urbano, el vending español está muy lejos de alcanzar la relevancia que tiene en países como Estados Unidos o Japón, en donde se calcula que hay una expendedora por cada quince habitantes. Todos hemos visto en el cine como, desde hace décadas, se adquieren los periódicos en máquinas callejeras, algo que ni siquiera hoy es posible en España. Esa ventaja en el tiempo provoca que la mayoría de los fabricantes de máquinas sean extranjeros.
El retraso permite suponer cómo será la evolución más inmediata: habrá muchas más máquinas en la calle y ofrecerán productos tan innovadores como los móviles de usar y tirar, en los que el modelo y la tecnología no tengan ninguna importancia. También será posible recargar la batería del teléfono, mientras nos sentamos a tomar un café. Y es que, en la combinatoria entre el negocio y cómo hacer más fácil la vida de la gente, el camino de la imaginación no tiene final.

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