CEOE: Una historia de progreso y luchas de poder

Quien crea que la gran patronal española nació en 1977 como una mera reconversión de las viejas estructuras del franquismo y el sindicato único se equivoca. La Transición no fue una ruptura, incluso los sindicatos de clase venían actuando ya desde hacía algún tiempo de forma clandestina, pero fueron muchas las cosas que surgieron nuevas, y una de ellas fue la CEOE.
En una época casi volcánica, en la que los españoles parecían dispuestos a revolverse contra todos los antiguos corsés, las huelgas y manifestaciones eran el pan de cada día y los empresarios se sintieron demasiado solos. Se sentían incomprendidos por UCD, con un Gobierno de tecnócratas que habían pisado mucho la Administración pero no las empresas, y no podían apostar por Fraga, porque las urnas habían dejado la representatividad de Alianza Popular en casi nada. Eso desencadenó la aproximación de un puñado de grandes empresarios en una comida en el restaurante Mayte Comodore (fundado y regido por una cántabra) en la que participaron el conde de Montarco, Félix Mansilla, Rodríguez Sahagún, José Antonio Segurado, Alfredo Molinas, Julio Pascual, Rafael Termes, José María Cuevas, Carlos Ferrer Salat…) y un posterior encierro organizado por el ministro Enrique de la Mata hasta que todos ellos superasen los egos personales y llegasen a un acuerdo sobre las jerarquías de la futura Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE).
La irradiación de aquel acuerdo fue provocando la constitución de las diferentes asociaciones provinciales o regionales (faltaban aún unos años para que se creasen las autonomías).
Todos los empresarios deseaban abordar lo antes posible una situación laboral que se les escapaba de las manos y empezaron a organizarse, aunque en muchos lugares se repitieron los personalismos, que habían surgido en la creación de la CEOE nacional. En Cantabria estaban especialmente apurados los empresarios del metal, un sector que se convirtió en extraordinariamente conflictivo al competir al menos siete sindicatos de clase, además de algunos independientes o de empresa. Gómez Otero, que desde el principio llevó las riendas de esta asociación recuerda la tensión de aquellos días hasta que definitivamente se pudo firmar el convenio sectorial, lo que apaciguó un sector con más de 30.000 trabajadores, que resultaba vital para la paz social de la comunidad.

Clasismo empresarial

Como el metal, otro gremios comenzaron a organizarse por su cuenta, en una historia de uniones y desuniones de las patronales cántabras que ahora cumplen 40 años. En 1977, nada más aprobarse la ley reguladora del derecho de asociación sindical y de creación de organizaciones empresariales, se formaron dos patronales en Cantabria, una impulsada por las grandes fábricas, sobre todo por Nueva Montaña Quijano y su entonces director, Fernando García, que para reflejar esa disposición de acoger empresas de todo tipo se bautizó como Intersectorial, y otra que buscó aglutinar a las pequeñas y medianas, denominada Cepyme.
La Intersectorial, en cuyo impulso jugó un papel decisivo el abogado Fernando Martín Gamero, que luego fue su secretario general durante mucho tiempo, pasó pronto a denominarse Confederación de Organizaciones Empresariales de Santander (COES) y en su dirección se sentaban empresarios como Antonio García Escudero, Juan María Parés (Textil Santanderina), José López (hostelería) o Roberto Sáez (Ascensores Sáez Hermanos). Por su parte, Cepyme tenía al frente al maderero Luis Viadero Zubieta, a José López Otero, del sector metalúrgico, a Jesús Valero, de Transportes y a Jesús de las Cuevas, que presidía la sectorial de Químicas.
La creación de dos patronales respondía a un modelo nacional dual, creado en la idea, un poco clasista, de que las circunstancias de las grandes empresas poco o nada tenían que ver con las que afectaban a las pequeñas. Pero en el seno de las nuevas organizaciones también afloraron los personalismos y pronto Cepyme sufrió una escisión, de la que surgió Unipymec, una patronal de pequeños empresarios del comercio y hostelería que aún sobrevive.

Integración

Tanto COES como Cepyme tenían sus correspondientes referencias nacionales, pero con un notable margen de maniobra que, por ejemplo, les permitía redactar unos estatutos propios. Eso hizo que en Cantabria ambas siguieran caminos separados hasta 1984, cuando en la mayor parte del Estado ya formaban una sola organización. En esa fecha, Cepyme accedió finalmente a disolverse como tal y a integrarse en CEOE (para entonces la COES ya había adoptado el nombre que se utilizaba en el resto del país), aunque no llegaba a perder su denominación. El 14 de diciembre de ese año nacía la CEOE-Cepyme Cantabria, con un presidente procedente de la gran patronal (Ángel Gutiérrez Coterillo) y un vicepresidente de la pequeña y mediana empresa (Luis Felipe Viadero Zubieta).
Pero había otros hilos deshilvanados de la madeja empresarial inicial, como la sectorial del pequeño y mediano metal (Pymetal), que tardaron años en incorporarse y algunos otros de nueva factura, como la federación de comerciantes Coercan, que lo hizo ya bien entrados los años noventa. Ambas se volvieron a marchar tiempo después.
No obstante, tanto la situación patrimonial de CEOE como su influencia social fueron precarias hasta la llegada a la presidencia de Lope Carral, presidente por entonces de Cartonajes Karlia y de la patronal de Artes Gráficas. Carral multiplicó los servicios a las empresas y dotó a la CEOE de dos inmuebles propios, gracias a la decisión del Gobierno nacional de repartir el patrimonio sindical acumulado durante el franquismo, que permitió a la patronal disponer de una amplia sede en el antiguo edificio de los sindicatos verticales, en la calle Rualasal, y abrir posteriormente un centro de formación en la calle Tres de Noviembre.
A su vez, la participación en la Concertación Social le dio a la CEOE un papel institucional y una relevancia social que anteriormente no había tenido, además de propiciar que participase activamente en los cursos de formación y, con ello, acceder a un importante flujo de recursos públicos.

La batalla de 2006

Carral dejó la presidencia de la patronal cántabra antes de concluir su segundo mandato, con la idea de facilitar la transición a quien iba a ser su sucesor, el presidente de los constructores, Fidel González Cuevas, y atajar un conflicto interno que venía larvándose, pero los estatutos de la CEOE cántabra eran, cuando menos, singulares y, una vez presentada la dimisión, perdió cualquier posibilidad de tutelar el proceso hasta el nombramiento del nuevo presidente.
Aquello que parecía destinado a una sucesión sencilla, por cooptación (como había ocurrido hasta entonces), se convirtió en una batalla de grueso calibre entre tres candidatos al cargo –luego fusionados en dos listas– que no ahorraron municiones. La pelea provocó un notable desasosiego en la clase empresarial y desestabilizó la CEOE cántabra durante el verano de 2006. Finalmente, la candidatura encabezada por Miguel Mirones, presidente de la Asociación de Hostelería, se impuso con claridad a la de González Cuevas, presidente de los constructores, después de que entre ambas listas se produjesen saltos de última hora.
Las tensiones no desaparecieron con la celebración de los comicios sino que se mantuvieron durante algún tiempo. Miguel Mirones reconoció en la fastuosa cena de gala del XXX Aniversario, cuando la CEOE cántabra nadaba en la abundancia, haber vivido “momentos difíciles”, que acabaron por provocar una escisión.
El candidato derrotado, Fidel González Cuevas y –lo que resultaba más sorprendente– el vicepresidente de la Ejecutiva de Mirones y segundo de su lista, José Gómez Otero, presidente del metal, anunciaron a comienzos del otoño su salida de la CEOE para crear una alternativa: la Federación Empresarial de Cantabria.
La marcha de dos de las tres asociaciones sectoriales más potentes (la tercera es Hostelería) abría una brecha muy grande en el empresariado cántabro, aunque a la vez relajaba la explosiva situación interna que se había vivido durante los meses anteriores en la CEOE.
Las heridas parecían casi restañadas tras los actos de conmemoración del XXX Aniversario, que convirtieron en una exhibición de fuerza por parte del equipo de Mirones, pero la calma en la patronal cántabra nunca ha durado mucho. Mirones había sobrevivido a las aguas revueltas que provocó su despido del todopoderoso secretario general, Miguel Ángel Castanedo, que incluso había articulado la candidatura rival, pero no sobrevivió al despido del sucesor de Castanedo, Yves Díaz de Villegas, el primero en salir de un proceso objetivo de selección. Díaz de Villegas denunció a su presidente por unas irregularidades que no llegaron a probarse, por lo que finalmente fue él quien perdió el cargo, pero la resaca acabó por forzar al propio Mirones a dimitir sin concluir su segundo mandato, el aparentemente más tranquilo, puesto que por fin había calmado el interior, aunque fuese a costa de crear nuevas patronales sectoriales que duplicaban a las irredentas que se habían alejado de la CEOE.
Mirones cambió la CEOE durante su mandato y no solo por la modificación de los estatutos, para hacerla más presidencialista (hasta entonces, el poder ejecutivo estaba en manos del secretario general, que era quien quitaba y ponía). También inició las campañas electorales a lo grande (ya lo hizo en Hostelería) y le dio un perfil público a la patronal que hasta entonces no tenía.
Alfredo Salcines se hizo cargo interinamente de la patronal, hasta la convocatoria de elecciones, en la que los mironistas presentaron una candidata poco conocida, Gema Díaz Real, que estaba ejerciendo la presidencia de las Mujeres Empresarias.
La llegada al poder de Díaz Real no fue tan fácil. Las grandes empresas y algunas constructoras, que no habían quedado muy satisfechas del mandato de Mirones, y especialmente de haber perdido las elecciones de la Construcción, convirtieron la elección de la CEOE en una segunda vuelta de lo ocurrido poco antes entre los constructores, donde había triunfado Justo Cobo. La elección fue tan reñida que Díaz Real ganó por tan solo 16 votos, y hubiese perdido de no haber dado de baja su rival, Emilio Alonso, la mayor parte de sus empresas poco antes, lo que le dejó con un solo voto, lo mismo que un autónomo (en la CEOE los afiliados tienen un voto ponderado en función de su plantilla y cotización).
Díaz Real consiguió asentarse con firmeza, pero las condiciones objetivas empezaron a empeorar bruscamente. Con la llegada de la crisis, la patronal no solo dejó de ser la saneadísima asociación que todos los años tenía grandes superávits, sino que empezó a generar déficits muy importantes. Con Mirones llegó a tener 53 personas en plantilla y ganar mucho dinero, pero el brusco recorte de ingresos institucionales provocó que incluso después de amortizar la mitad de la plantilla, la asociación no pudiese cubrir sus gastos.
Otro factor decisivo fue el cambio de Gobierno. La llegada de Ignacio Diego a la presidencia del Gobierno de Cantabria cerró radicalmente el grifo de la formación y acabó con lo halagos de la concertación social. Tanto las organizaciones sindicales como la patronal se vieron obligados a reestructurar drásticamente su estructura de gastos para tratar de adecuarla lo más posible a sus ingresos por cuotas, lo que en el caso de la patronal era casi insignificante dentro de un presupuesto anual que llegó a sobrepasar los seis millones de euros.

Dimisión inesperada

Díaz Real, procedente de la pequeña empresa, se esforzó por abrir la organización a las pymes, tratando de hacerlas sentirse importantes e inició una intensa política de actividades. Pronto fue popular en los órganos nacionales de la CEOE pero todo lo que la acercaba a Madrid y a otras empresas le alejaba de aquellas que la auparon al poder, que se sentían ninguneadas por la presidenta, poco dada a consultar su estrategia. Y fue la pérdida de estos apoyos lo que forzó que diese abruptamente por concluida su presidencia. Cuando nadie esperaba una crisis institucional, Díaz Real decidió interrumpir su mandato y convocar elecciones. Una maniobra demasiado arriesgada, en la que no le acompañaron ni los ‘mironistas’, ni obviamente sus críticos. Tampoco el interior de la CEOE, lo que dio lugar a una situación insólita.
Cuando esta amalgama de fuerzas contradictorias se orientó en su contra, acabó por ponerse a favor de un rival, Lorenzo Vidal de la Peña, que inicialmente parecía tener pocas posibilidades. Consiguió tantos avales de asociaciones sectoriales que ni siquiera fue necesario concurrir a las elecciones, donde Díaz Real podía haber dado más batalla.
El presidente de los concesionarios de automóviles se había lanzado al ruedo un año antes con el manifiesto ‘Ya está bien’, que no llegó a cuajar, por indefinición de los objetivos. Eso no le hizo cejar, y aunque perdió la batalla para hacerse con el control del sector metalúrgico de la CEOE, la polarización de fuerzas contra Díaz Real acabó por allanarle el camino.
Vidal de la Peña llegaba con la convicción de que el problema económico de la patronal era meramente de gestión. Acusaba a Díaz Real de haber acabado con todo el remanente y provocar grandes déficits, pero la realidad es que incluso sin gastar nada, la patronal era incapaz de mantener su estructura. Al nuevo presidente no le dolieron prendas para desprender a la CEOE de todo tipo de servicios y para dejar la plantilla reducida a poco más de media docena de personas, con el despido incluido de la vicesecretaria general.
Con esta economía de guerra, Lorenzo Vidal ha conseguido reequilibrar el presupuesto al tercer año de mandato y poner en vías de solución la deuda acumulada. Pero eso no resulta suficiente para restablecer el distanciamiento que se ha producido entre buena parte del empresariado y la pérdida de censo que ha provocado la crisis. Tampoco han dado muchos resultados los intentos por recuperar a otras patronales que tradicionalmente han estado fuera de la CEOE, como Pymetal, o que han entrado y salido, como Coercan. La estrategia solo ha funcionado con las Mujeres Empresarias.
Aunque las relaciones institucionales con el Gobierno han mejorado, Vidal de la Peña no parece dispuesto a que la patronal mantenga un perfil bajo y lleva meses intentando impulsar un plan estratégico para la región.

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