Mi reino por un caballo

Hay aficiones que salen caras y la de los Oliver Uribe por el mundo de la hípica ha acabado por costarles un cambio de profesión y hasta de residencia. Aunque el padre, Juan José, continúa empleado en una ingeniería vasca, la familia se ha trasladado ya a Laredo, hasta que pueda establecerse definitivamente en Santibáñez, Villacarriedo. Este matrimonio vizcaíno siempre tuvo sus propios caballos e, incluso, había competido con ellos, pero los gastos ocasionados por la compra de nuevos ejemplares, los viajes y los concursos hípicos iban aumentando tanto que se plantearon abrir su propio centro ecuestre. Era una vía de negocio atractiva y podía convertirse en una salida profesional para sus dos hijos adolescentes, especialmente para la mayor, Ainhoa, que ha recogido el testigo de sus progenitores. A sus 19 años, da clases de equitación y pronto hará su debut internacional.
Cerca de cumplir los cincuenta, el emprendedor concibe la apertura del Centro Ecuestre Santibáñez (CES) como ‘un plan de jubilación a largo plazo’. Y para «retirarse» dice no haber encontrado un lugar mejor que Cantabria, por la cercanía con su Bilbao natal, el clima, el carácter de sus gentes y la ausencia de un centro hípico de referencia como el CHAS (Centro Hípico Astur) asturiano o el catalán CAVA (Centro de Adiestramiento Víctor Álvarez).
El empeño de la familia vizcaína es tan ambicioso que han diseñado las instalaciones para que puedan albergar en un futuro un concurso internacional de doma clásica. Si lo consiguen, Cantabria, que ya tiene el concurso de saltos de La Magdalena, estará al nivel de Madrid o Barcelona.
Por el momento, se conforman con contribuir a popularizar la equitación hasta convertirla en una práctica semanal, como ocurre en muchos países europeos. “La idea es ir al club hípico como al gimnasio. Llegar vestido con ropa de calle, cambiarse y, después de montar, ducharse o tomar algo antes de volver a casa”.
El primer paso es “profesionalizar el sector” con instructores titulados, caballos adecuados a la experiencia de cada jinete e instalaciones que vigilen por el bienestar de ambos: “Algunos picaderos cántabros no son más que cuadras viejas y llenas de barro, con animales de monte, poco domados, que no ofrecen garantías al cliente”, denuncia Oliver.
Para alcanzar su meta, han creado la empresa Depolur (Desarrollo Ecuestre Programado Oliver Uribe) y han adquirido una finca de unas cuatro hectáreas que llevan dos años rehabilitando poco a poco, ya que estaba muy deteriorada. Hace siete meses pusieron en pie la primera nave y ya han acabado la fase inicial, lo que representa un tercio de la obra. Cuando finalicen, habrán desembolsado unos 600.000 euros, si bien el 15% les será retornado a través del Prodercan, un programa destinado a impulsar las nuevas actividades económicas en el medio rural. La Consejería de Ganadería y el Ayuntamiento de Villacarriedo han apoyado decididamente el proyecto, por los efectos que puede tener en la revitalización de la comarca.

Apto para competiciones internacionales

Aunque encontraron el terreno por casualidad, tras haber explorado la costa de Cantabria de un extremo a otro, hoy piensan que fue una suerte. Situado entre dos ríos, –‘la mejor terapia para los caballos’, según dicen–, el centro ecuestre se ofrecerá para acoger competiciones nacionales e internacionales de salto y doma por la belleza del entorno y porque las instalaciones cumplen con la normativa de la Federación Ecuestre Internacional (FEI).
El Centro tiene dos entradas independientes, una de acceso rodado con aparcamientos y otra sólo para los equinos, porque Juan José Oliver todavía no ha podido olvidar la muerte del caballo con el que hacía exhibiciones de doma vaquera tras ser atropellado por otro jinete en un club de Vizcaya. El recuerdo de aquel mal trago y la existencia de una clara normativa al respecto, le han hecho cuidar la seguridad de los clientes y de los propios caballos.
Cerca de la entrada hay una antigua cabaña que transformarán en unas oficinas. Otros tres edificios, de entre 400 y 600 m2, alojarán un centenar de boxes y una zona de vestuarios. En la única nave ya construida guardan los caballos de su propiedad. A todo ello se añade un almacén de paja y pienso, un servicio de veterinaria, otro de herraje y duchas.
Inmersos en plena obra, pronto levantarán un club social con bar, una zona audiovisual y un mirador con una gran cristalera, desde la que los clientes podrán ver parte de la finca y los padres seguir los progresos de sus hijos. Adosadas al club, se abrirán dos pistas de doma de 60 metros de largo y veinte de ancho, una de ellas cubierta y otra descubierta.
Cada espacio está adaptado a distintas necesidades del jinete: pistas de galope y calentamiento, un caminador para ocho caballos, una pista redonda para principiantes y otra de competición, de 3.200 m2, arropada por el arbolado para que no se mueva una brizna de hierba.
Las instalaciones han tomado como modelo los grandes clubes de Madrid y Barcelona y algunos internacionales que Juan José Oliver ha conocido como jinete, sobre todo, el de Saumur, en Francia. De ellos han imitado el diseño de las cuadras, para que los animales se vean entre sí: “Un caballo de competición se tira 23 horas al día metido en un box y, si lo encierras entre cuatro paredes, sin posibilidad de comunicarse con el resto, coge vicios de cuadra que podrían degenerar en enfermedades”, explica Oliver.
Con esta filosofía han construido cobertizos (paddocks) para su vida en semilibertad. El espacio de un paddock duplica el de un box, aunque algunos propietarios no quieren que el caballo se llene de barro.

Amor por los caballos

El jinete no puede dominar el caballo si no se domina a sí mismo y, por encima de otros retos, lo más difícil para esta familia será cambiar el trato que algunas personas dispensan a este animal, ya que consideran que existe ‘poco respeto y es necesaria una cura de humildad’. Frente a la cultura del palo, “queremos que el jinete aprenda desde el principio y nunca le prestaremos un caballo sin saber su nivel, porque cuidamos del bienestar de ambos”, dice Maite Uribe.
Antes de haber terminado la obra ya han comenzado a dar clases de equitación, sobre todo, a niños y a mujeres. Las imparten Maite y su hija Ainhoa, aunque está previsto contratar en breve a media docena de profesionales entre profesores, mozos de cuadra y personal administrativo.
De su labor formativa destacan la necesidad de encontrar un caballo a medida de cada jinete porque, como dice Juan José Oliver, “no es lo mismo aprender a conducir en una furgoneta vieja que en un Porsche”. Y, siguiendo con el símil automovilístico, compara los caballos de competición con los coches de Formula 1, que no podrían aguantar una conducción ordinaria por carretera, a bajas revoluciones. Así, a los novatos les prestan animales muy domados y a los más avezados, caballos criados por ellos mismos, en los que gran parte de la doma ya está hecha.
En sus cuadras tienen caballos de pura raza española, de silla francés, holandés, un asturcón y hasta un pony que adquirieron cuando estaba desahuciado y que hoy luce un saludable aspecto.
Tras enterarse del inicio de las actividades, muchas personas se han interesado por dejar en el centro ecuestre sus caballos, para que sean atendidos. Sin embargo, el pupilaje, su principal línea de negocio, tendrá que esperar a que las instalaciones estén concluidas. Entonces se abrirá para los propietarios un mundo lleno de posibilidades, tanto que no descartan montar un pony club o entrar de lleno en la hipoterapia para ayudar a niños y adultos con problemas físicos o psíquicos.
A todo ello quieren dedicar el resto de su vida, sin descuidar los pequeños detalles. Los que no tuvo en cuenta el rey Ricardo, que se retiró de la batalla porque su caballo perdió un clavo de la herradura.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora