Sordo teme que la nueva certificación energética de los edificios paralice las licencias

La reducción de las emisiones de CO2 no afecta sólo a las industrias. Aunque hasta ahora los demás sectores parecían ajenos, sería injusto dejarles toda la responsabilidad a las fábricas, porque el sector residencial y los servicios producen en España el 22,8% de las emisiones y en el conjunto de Europa el 37%, bastante más que las industrias. Por eso, la Unión Europea decidió en 2001 reducir estas emisiones y aunque los países tardan en trasponer esa legislación a su propia normativa, todo llega. Después de seis años ya está aquí.
En España, el Código Técnico de la Edificación introduce normas muy concretas para mejorar el rendimiento térmico de los edificios, tanto en su epidermis (las fachadas y recubrimientos) como el de los equipos de calefacción y refrigeración, pero también incluye la obligación de utilizar la energía solar para cubrir parte de las necesidades de agua caliente de quienes vivan o trabajen en ellos. Y no se trata de una exigencia voluntariosa pero poco realista, porque eso se ha conseguido en países más septentrionales, con muchas menos horas de insolación que España. En Alemania, el aprovechamiento de la energía solar en los edificios está generalizado desde hace diez años.
Las autoridades municipales de Santander no sólo lo consideraron posible sino que fueron mucho más lejos y exigirán que en los edificios que se construyan en la ciudad, a partir de ahora, el agua caliente sanitaria obtenida del sol sea al menos un 60% de la consumida, el doble de lo que pide la legislación nacional. En realidad, Santander sólo tiene un 31% menos de insolación que Sevilla y eso es lo que importa, a pesar de que las condiciones de temperatura puedan resultar muy distintas.

La forma de calcular la eficiencia de un edificio

El cántabro Jaime Sordo, presidente de la asociación nacional Atecyr y director gerente de la empresa Airconfort, pionera en el campo de la climatización, disipa el principal temor de los proyectistas ante la nueva normativa, su inexperiencia en el cálculo de rendimientos energéticos, y advierte que la eficiencia energética de los edificios en este terreno no será difícil de estimar, incluso por un profano.
Trasponiendo un programa informático muy semejante al que utiliza la NASA para valorar los rendimientos energéticos, el arquitecto puede chequear el diseño del proyecto que pretende acometer y comparar su eficiencia energética con la de un edificio patrón. Así, con una escala semejante a la que se aplica para los frigoríficos o las lavadoras, sabrá si los consumos de energía que va a requerir el edificio en su uso diario son bajos o manifiestamente mejorables. Al proyectista no le costará ver en el ordenador cómo se reducen los consumos energéticos acortando el tamaño de las ventanas, jugando con las sombras, mejorando los aislamientos o instalando sistemas de calefacción o aire acondicionado más eficientes.
Cada proyecto de edificación deberá ir acompañado a partir de ahora de esos cálculos y, si no cumple los mínimos de eficiencia energética que se han estipulado, los ayuntamientos tendrá que denegar la licencia de obra. Una vez construidos, los edificios pasarán una inspección para comprobar que se han atenido a lo declarado en el proyecto de rendimiento energético.
Las obligaciones no van a ser iguales para los pequeños inmuebles y las viviendas individuales que para los de más de 1.000 metros cuadrados, donde se pueden conseguir soluciones mucho más eficientes. Para un chalet bastará con instalar unos paneles solares y orientarlos adecuadamente, algo que no resultará tan complicado, en opinión de Sordo, incluso cuando la posición del edificio no sea la más favorable, porque en Santander, por ejemplo, el sol emite al año 1.340 kw/h por metro cuadrado.

El diseño, contra la eficiencia

Los grandes edificios son, aparentemente, los más apropiados para la racionalización energética, pero no siempre ocurre así, sobre todo desde que se han popularizado por razones estéticas las fachadas muro cortina –vidrio– o los grandes huecos de luz, lo que origina consumos de energía muy elevados en su uso diario.
La nueva normativa no va a impedir este tipo de diseños pero los arquitectos que apuesten por ellos tendrán que compensar este desahogo estético de otra forma y eso no será fácil. La normativa autoriza un consumo teórico máximo para el edificio –por una simple aplicación de coeficientes, de ese consumo se deducen las emisiones de CO2 que origina– y el arquitecto tendrá que ajustar las condiciones constructivas y de equipamiento para no sobrepasar ese máximo. Eso no le obliga a adoptar un diseño concreto, como tampoco le fuerza a instalar los aparatos de climatización más eficaces, pero sabe que si hace unas instalaciones más eficientes tiene más margen de maniobra con el diseño de la fachada, y viceversa.
Sordo aventura que las nuevas normas “van a producir un cambio total a la hora de proyectar edificios y definir las instalaciones térmicas”, pero se muestra especialmente preocupado por la falta de información que aún existe entre quienes se van a ver afectados por la norma. El director de Airconfort se ha convertido en un auténtico predicador en este terreno, con numerosas conferencias dentro y fuera de Cantabria, y la asociación que preside ha tratado de contribuir a divulgar las nuevas exigencias legales. No obstante, quizá no todos los organismos hayan hecho el mismo esfuerzo y parece inevitable que al país le pille el toro de la nueva normativa.

Cálculo por comparación

Después del presumible desajuste inicial, no será difícil ponerse al día. Los estudios de arquitectura nunca han hecho certificaciones energéticas y eso les causa alguna alarma, pero para calcular la eficiencia energética de cualquiera de los proyectos que diseñan les bastará con descargar de Internet el software de simulación proporcionado por el Ministerio de Industria, que es de uso gratuito, e introducir en los campos diseñados al efecto las características del edificio.
El motor de cálculo compara el edificio con otro de referencia de igual forma, tamaño y uso e idénticas sombras. Es obvio que dentro de España hay muchas zonas climáticas y, por tanto, los consumos para calentarse o refrigerarse no son los mismos en todas las provincias, lo que también se tiene en cuenta y el Código Técnico individualiza cada ciudad, especificando los aislamientos que son necesarios en cada una de ellas.
Una vez completado el formulario, arquitectos y promotores comprobarán que cualquier edificio diseñado con un razonable sentido de la conservación de la energía puede entrar sin dificultades en las calificaciones F o G, que permitirán la aprobación del proyecto. Quienes aspiren a las letras precedentes (A, B, C, D, E), que representan una mayor eficiencia energética, como ocurre con los electrodomésticos, tendrán que esmerarse mucho más para evitar una excesiva insolación en las viviendas o las pérdidas de energía por los huecos de la fachada y también tendrán que convencer al promotor para gastar algo más en los sistemas de climatización: “Ese incremento de los costes puede resultar una inversión ya que esa calificación de eficiencia debiera convertirse, antes o después, en un argumento de venta”, explica Sordo. “El comprador de la vivienda”, añade “sabrá que va a consumir menos energía en invierno y en verano para conseguir una temperatura de confort”.
El presidente de Atecyr calcula que, además del ahorro de emisiones de CO2 que estas medidas van a suponer para el país, la factura energética de una familia puede llegar a reducirse en un 25%, lo que supone un retorno claro para el sobrecoste que se va a producir en la construcción.
Todo esto está mucho más cerca de lo que parece, ya que entrará en vigor a partir del día 31 de octubre.

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