Las estrecheces de Detroit

Detroit no está en condiciones en estos momentos de abonar el pago de los servicios básicos de la ciudad, ni las pensiones y seguros médicos de sus empleados y jubilados. Se estima que sólo podrá pagar 2.000 millones de dólares de la deuda no vinculada que alcanza los 11.000 millones. No es la única deuda, pero el resto es deuda que corresponde a proyectos de inversión pública que cuentan con alguna fuente de financiación.
Hasta el momento, la ciudad ha ido manteniendo la liquidez como ha podido, castigando a los pocos ciudadanos que quedan, a los que ha elevado al máximo la carga fiscal, al tiempo que ha utilizado hasta el límite legal el acceso al mercado de deuda.
Una triste situación para una ciudad otrora pujante. Durante la II Guerra Mundial, Detroit fue el centro de la producción de armamento, aviones y tanques en EE UU y, al terminar el conflicto, se convirtió en la capital de la industria automovilística. Sin embargo, 70 años después es sinónimo de decadencia, pobreza y crimen. Desde la década de los 50 ha perdido 700.000 habitantes, más del 70% de su población.
Ahora, la realidad diaria es tan precaria que la reducción del alumbrado urbano y de los servicios de emergencia ha complicado enormemente la tarea de la Policía en su lucha contra el crimen. La tasa de homicidios es la más alta en los últimos 40 años y solo una tercera parte de las ambulancias han podido prestar servicio en el primer trimestre del año. Detroit posee la increíble cifra de 78.000 edificios abandonados, barrios enteros donde, ni que decir tiene, suelen crearse problemas de seguridad.
Muchos lugares en el mundo han llegado a perder sus industrias tradicionales pero supieron sustituirlas a tiempo por nuevas actividades económicas, pero no ha sido el caso de Detroit. Las fabricas de automóviles Ford, Chrysler y General Motors se llevaron sus plantas a otras ciudades o al extranjero y ahí empezó el círculo vicioso que ha terminado con la quiebra: primero se iban las empresas, luego los trabajadores; más tarde se reducía la base fiscal de la ciudad (vecinos que pagaban impuestos), posteriormente se deterioró la infraestructura urbana y finalmente bajó el gasto en salud, seguridad y educación, lo que provocó la salida de más empresas y la vuelta a empezar del ciclo.
Durante mucho tiempo, en Detroit los políticos conseguían el apoyo de sindicatos o grupos de funcionarios con incrementos en las pensiones, en el seguro médico y otros beneficios. Como consecuencia, estos programas consumen ahora el 43% de los ingresos generales de la ciudad y, de continuar con la tendencia, van a representar el 64% en 2017. Hace tiempo que el Ayuntamiento ya no puede con ello.
La situación a la que se ha llegado es tal que el 60% de los habitantes están bajo los límites de la pobreza (Angola, el décimo país más pobre del mundo, tiene un 70%). De ellos, el 50% son funcionalmente analfabetos y un 18% de la población está en paro, frente a una tasa de desempleo nacional del 7,6%. La tasa de crimen es la más alta entre las ciudades estadounidense y el tiempo de respuesta de los servicios de emergencia médica, bomberos y policía el más elevado.

La banca española, afectada

La suspensión de pagos ha puesto de manifiesto la presencia de la gran banca europea, incluyendo al Santander y al BBVA. Lo que, en principio, parecía solo un asunto local se ha revelado como una amenaza global, porque la quiebra ha aflorado una exposición muy alta de los bancos del otro lado del Atlántico en las ciudades norteamericanas: 2.000 millones de dólares en el caso del Santander y 1.400 en el del BBVA.
La causa reside en que las normas de solvencia de Basilea hace que invertir en deuda municipal de EE UU consuma mucho menos capital que dar créditos en España, por ejemplo. Cada inversión que hace un banco, ya sea dar un crédito, comprar bonos o acciones, requiere apartar una cantidad añadida para cubrir el riesgo, que varía mucho de unas inversiones a otras. Así, un préstamo a una gran empresa consume menos capital que otro a una pyme y la inversión en deuda pública soberana no consume nada porque los países teóricamente no pueden quebrar, aunque este axioma ya no está tan claro tras la quita de Grecia.
El riesgo se mide con los llamados APR (Activos Ponderados por Riesgo), que son el denominador de la ratio de solvencia, mientras que el capital es el numerador. De esta manera, si las normas nacionales o internacionales obligan a una constante subida de la ratio, eso incentiva las inversiones que reducen los APR.
Las normas internacionales de Basilea II permiten que los bancos europeos inviertan en bonos municipales sin apenas consumo de capital, siempre que las ciudades se encuentren en un país con un rating elevado, como es el caso de EE UU. Es decir, que se pueden obtener grandes rentabilidades invirtiendo en bonos de ciudades con baja calificación sin empeorar los ratios de solvencia, mientras el emisor esté en un país con un buen rating. Dicho de otra forma, el consumo de capital es el mismo invirtiendo en la deuda de Detroit que en el Tesoro del Gobierno de EE UU, pero la rentabilidad es mucho más alta en el primer caso por su peor calificación.
Técnicamente, esto es posible porque Basilea II permite a las entidades optar, para medir el riesgo de estos bonos, entre los modelos internos de evaluación –cada banco tiene los suyos– o el modelo estándar, que confiere el mismo consumo de capital a cada activo para todas las entidades. Y este modelo estándar considera la deuda municipal sólo un poco más arriesgada que la deuda pública del país en que se encuentra la ciudad.

Subestimación de ratings

Esto es lo que ha llevado a los bancos europeos a tener ingentes cantidades de deuda municipal en sus balances. El regulador alemán Bafin estima en 18.500 millones de euros la exposición de los bancos y aseguradoras de ese país a la deuda municipal de EE UU; en Italia la cifra es de 800 millones, según Reuters, mientras que los reguladores de Francia, Suiza, Reino Unido y España no han dado cifras. No obstante, los bancos que tienen más de 500 millones de dólares en activos de EE UU tienen que comunicarlo a la SEC, como es el caso del Santander y BBVA.
En concreto, el Santander tenía 2.000 millones de dólares en bonos de ciudades norteamericanas en junio, aunque el rating medio de esta cartera es AA. El BBVA, por su parte, poseía 1.400 millones en el primer trimestre, de los que un tercio son AAA y el resto, entre AA+ y AA-. El británico HSBC posee 800 millones en estos títulos y el belga rescatado Dexia ha tenido que provisionar 59 millones para cubrir sus pérdidas en Detroit. En todo caso, que Europa subestimó ese riesgo queda patente en los últimos test de estrés de la Autoridad Bancaria Europea, en los que se dio a la deuda municipal el mismo trato que a la deuda soberana de EE UU.
El origen de todos estos problemas se remonta a 2004, cuando Detroit buscaba recapitalizar los fondos de pensiones de los trabajadores municipales y se puso en manos del banco suizo UBS, que quería transformarse en una potencia bancaria mundial. El UBS colocó 1.400 millones de dólares en bonos de la ciudad a bancos de todo el mundo, entre ellos el alemán Commerzbank, el francobelga Dexia, el irlandés Depfa Bank y a sí mismo también. El banco irlandés fue adquirido en 2007 por el alemán Hypo Real Estate, Dexia fue rescatado por Francia y Bélgica en 2011, y el Commerzbank acabó también rescatado por el gobierno alemán en 2008 y está en caída libre desde entonces.

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