Historias de la economía comunitaria

“!Giuseppe, Fabrizzio, Renatto! Hemos ganado el asunto del queso rallado”, chillaba enfervorizado Giuseppe Bianchi mientras corría como un loco por el pasillo de aquel palazzo renacentista en la Via Veneto. “Vittoria, vittoria” chillaba todavía más fuerte sin darse cuenta que no le oía nadie, porque su mujer estaba metida en la cocina y los bambini en el colegio; hasta que, tras un buen rato de carrera, se acercó a un ventanal y se dispuso a abrirlo para comunicar la noticia a todos sus familiares, a sus vecinos, a las familias de sus vecinos y al que pasara por allí en ese momento; pero el caso es que, por el estado de alteración en que se encontraba y porque la ventana tenía el cierre atascado desde los tiempos de Garibaldi, no había manera de abrirla.
“!Porca miseria!” exclamó Giuseppe mientras tiraba y tiraba del cierre para todos los lados posibles e imposibles, hasta que por fin en un arrebato de apasionamiento y furia latinos dio un fuerte tirón a la vez que decía: “!Por San Benedetto..!” y la ventana se abrió, ya fuera por una cosa o por la otra, pero se abrió.
El patio de aquella enorme casa era enorme también y estaba lleno de sábanas blancas secándose. A través de las ventanas abiertas de las cocinas se podían ver colgados salchichones y mortadelas junto con los jamones y las enormes ruedas del queso. Allí las mujeres se desenvolvían bravamente sin que nada se atreviera a ponerse en su camino mientras preparaban ravioli, fetuccini, penne rigatti, macaroni, tagliatelle o tarantella.
A riesgo de afrontar el tempestuoso carácter de Carla, su mujer, pero dada la importancia de la noticia Giuseppe se dirigió a ella “Carla… cara… –dijo con un susurro de voz–: “Ni rallar nuestro queso ni hacer lonchas del jamón de Parma. Los ingleses esos tendrán que rallar el suyo, si es que lo tienen, o comprárnoslo rallado a nosotros”.
–Sí, ya he leído la sentencia, –respondió ella mientras se apartaba como podía con el antebrazo un mechón de pelo que le tapaba la mitad de la cara–. Ya era hora de que alguien pusiera orden aquí. Si no lo hacemos nosotros, se lo tendrán que comer como se lo mandamos. Y si no les gusta, que lo hagan con el suyo, exclamó mientras apiñaba los dedos frente a sus ojos.
–Escucha, lo dice bien claro: “El Tribunal no ha tenido en cuenta el derecho a la libre circulación de mercancías, al que se acogían las industrias extranjeras que cortan y envasan herméticamente el jamón de Parma, la cadena de supermercados ingleses que lo vende loncheado, y la sociedad francesa que importa, ralla, preenvasa y distribuye el queso Grana Padano. Todos estos procesos, según la sentencia, sólo pueden ser realizados por los industriales y artesanos ubicados en el ámbito de la denominación de origen…”
–Pero qué queso era ese, pero qué jamón… Resumió despectivamente Carla, avalando la decisión de los jueces.
En el patio, mientras tanto, flotaba un vaho blanco que lo inundaba todo y una mezcla de olores que, además de todo lo anterior añadía el de las salsas correspondientes y un ruido inenarrable, porque allí todo mundo tiene la costumbre de hablar a la vez y dirigirse la palabra a grandes distancias, además de tener la radio encendida, sin que se sepa con qué finalidad exacta.
Giuseppe interrumpió por un momento la conversación con su mujer y se asomó por la ventana hacia aquel fenomenal y ruidoso escenario, donde tuvo que hacer más o menos el esfuerzo que haría un hombre al borde de un acantilado en una noche de tormenta para que le oyeran, así que el do sostenido que dio al decir “Pregooooooooooo”, suscitó una oleada de entusiasmo belcantista y todo el mundo dejó al instante de hacer lo que estaba haciendo. Tras varios minutos de vítores y de comentarios de los presentes y los que pasaban, que no dudaron en acercarse, por fin Giuseppe pudo contar lo que quería contar:
“Escuchad que cosa dice Il Corriere de la Matina –que para entonces estaba ya tan arrugado que no valía ni para envolver una pizza–: que hemos ganado el juicio”. A lo cual, el entusiasmo se desató de nuevo y todos a la vez, pero en el más completo desorden que sea capaz uno de suponer empezaron a dar gritos de vittoria, vittoria, hasta que el barbero, que vivía en el piso de arriba y se acaba de despertar con tanto ruido, empezó a cantar desde uno de los balcones el Coro de los Esclavos, que todos siguieron y convirtieron en uno de los acontecimientos más sublimes de los últimos meses. Tras varios bises se hizo algo de silencio, lo que aprovechó Giuseppe para reiniciar la lectura del periódico: “El Tribunal de Justicia Europeo subraya que la CE no se opone a distintas presentaciones de un producto protegido por la denominación de origen, pero el alcance de la protección en cada caso está determinado por el pliego de condiciones con que se otorgó la denominación”.
El intervalo para tomar un poco de aire y poder continuar fue aprovechado por la multitud para reiniciar los comentarios en alta voz, acompañados de toda clase de gesticulaciones, sobre la intolerable forma en que algunos extranjeros estaban empeñados en inmiscuirse en sus productos y lo bien servidos que iban a quedar tras la sentencia. Tras todos los debates posibles desde todos los ángulos posibles, aunque sin ánimo de agotar la cuestión ni los temas colaterales, se hizo otro rato de silencio y pudo continuar leyendo: “El Tribunal es consciente de que el pliego de condiciones puede suponer una restricción cualitativa del principio de libre circulación de mercancías, que es una de las bases de la Comunidad Europea. Sin embargo, ese principio tiene excepciones por razones de protección de la propiedad industrial y comercial, que en este caso son aplicables a las denominaciones de origen protegidas, y hay que tener en cuenta que hay una política de la propia Comunidad Europea dirigida a potenciar la calidad de los productos con objeto de favorecer su reputación por medio de las denominaciones de origen, las cuales protegen a sus beneficiarios frente a una utilización abusiva por terceros.
La sentencia subraya que esas operaciones de rallado o loncheado de un producto de denominación de origen realizado por empresas que se encuentran en otros lugares pueden perjudicar la calidad y la autenticidad del producto y, por consiguiente, su reputación y crédito comercial.
Según el Tribunal, las denominaciones de origen de estos productos no quedarían suficientemente protegidas con obligar a las empresas que se encuentran en un lugar ajeno a la zona de producción a informar a los consumidores a través de las etiquetas que tales operaciones se han producido fuera de dicha región”.
Dicho lo cual, y tras estar ya todo el mundo enterado de la gran noticia, prepararon una enorme mesa en el patio, aunque eso sí, sin dejar de hablar ni por un solo instante, para disfrutar de su reconquista del jamón de Parma y el queso Grana-Padano. Si alguien lo podía vender cortado, rallado o loncheado eran ellos, los mismos que lo fabricaban, los únicos y auténticos productores originales de la denominación de origen.

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