La industria, también
Cuando hace cinco años la economía de Cantabria cambió de signo pocos podían presumir que empezaba un tobogán descomunal hacia el abismo. Por entonces, con un crecimiento al 4%, la región parecía llevar un camino imparable hacia el éxito, igual que el país.
Completada la red de infraestructuras regionales, las preocupaciones se centraban en encontrar otras nuevas, como el AVE. Poco importaba que se tratase de una inversión de 5.000 millones de euros, lo que la autonomía gasta en dos años. Parecía que la economía nacional podía con eso y con más. Pero, en realidad, había agotado todas sus fuerzas para mucho tiempo, aunque nadie fuese consciente, ni el Gobierno de Zapatero ni el resto de los partidos, que reclamaban a viva voz esas obras, ni los colegios profesionales y colectivos sociales que se sumaron a la reivindicación. Hace sólo un año, cuando ya estaba Ignacio Diego en el Gobierno de Cantabria consiguió que una treintena de colectivos exigiese a Zapatero –que acababa de convocar elecciones– la inmediata reanudación de todas las obras en la región, una exigencia que nadie planteó luego al nuevo presidente.
Cierres de fábricas
El modesto repunte económico que se produjo a mediados de 2010 duró año y medio y desde finales de 2011 se ha producido una nueva caída que lleva visos de acelerarse. El descenso del PIB cántabro a un ritmo de 1,8% en el tercer trimestre, a pesar de un verano turístico aceptable, deja bien claro que las expectativas de recuperación no existen por el momento. Y lo más preocupante es que ahora la industria entra de lleno en la depresión, con un empeoramiento del 2,8%, muy superior al índice general. Ni siquiera puede circunscribirse el problema a las pequeñas y medianas industrias. El cierre de Haulotte y Papelera del Besaya, la pérdida de la mitad de Teka, la probable desaparición de B3 Cable y los despidos masivos de Bridgestone indican que el virus de la crisis está inoculado a todos los niveles y en todos los sectores.
