Electricidad a partir de la madera

La biomasa ha sido considerada la cenicienta de las energías renovables y su papel en la generación de electricidad ha sido infinitamente menor que la fotovoltaica o la eólica, situación que está empezando a cambiar en regiones de tradición forestal como Cantabria, donde el grupo Armando Alvarez está a punto de culminar una planta de 10 Mw de potencia que puede abastecer de energía eléctrica a unos 22.000 hogares. Es decir, que desde la instalación construida en Reocín se podrían satisfacer las necesidades de iluminación y energía eléctrica doméstica de Torrelavega y su área de influencia. Y todo ello a partir de una materia prima en la que, a falta de gas o petróleo, sí somos autosuficientes: los residuos forestales.
El aprovechamiento energético de las ramas, raberones y cortezas procedentes de las talas y las limpiezas de bosques es una idea sobre la que se venía teorizando en Cantabria desde hace años, pero empezó a tomar cuerpo en 2007, cuando Valoriza, una filial del grupo Sacyr-Vallehermoso, se interesó por la posibilidad de construir una gran planta de biomasa. Contaba con un aliado decisivo, la empresa local Alvarez Forestal, que aseguraba el abastecimiento de la ingente cantidad de materia prima que se precisa: 100.000 toneladas de residuos forestales al año, prácticamente todos los que se generan en los bosque de la región, que se estima en unas 117.000 toneladas.
En el proyecto, en el que se preveía una inversión de 30 millones de euros, iba a participar también, aunque de forma casi testimonial, el Gobierno de Cantabria a través de la empresa pública Mare.
El compromiso de Sacyr estaba supeditado a que la empresa consiguiera una demarcación en el concurso eólico que el Ejecutivo cántabro se disponía a adjudicar en aquellas fechas. La firma fundada por Luis del Rivero no alcanzó su objetivo y el proyecto de la planta de biomasa parecía peligrar cuando en 2010 quedó fuera de la carrera por obtener una de las siete zonas en que se dividió el Plan Eólico de Cantabria. Sin embargo, el Grupo Armando Alvarez, al que pertenece la empresa forestal, se hizo cargo del proyecto y, junto con Mare, creó la firma Biomasa de Cantabria que, tras dos años de obras, ha hecho realidad la idea.

Restos forestales convertidos en kilovoltios

La planta se ha levantado en el polígono de Reocín, sobre los terrenos que la empresa minera Azsa vendió al Gobierno cántabro tras cesar la extracción de zinc. El Grupo Armando Alvarez adquirió una gran cantidad de suelo en lo que ahora se denomina Parque Empresarial Besaya, parte del cual lo aprovechó para levantar un centro de almacenaje destinado a su división de plásticos (Aspla). No muy lejos de esa nave, aunque separada por una gran campa, se ha edificado la planta de biomasa, sobre una parcela de 29.750 metros cuadrados de los que unos 6.000 están ocupados por los edificios que forman el complejo energético.

Una combustión a ‘baja’ temperatura

El proceso industrial no se inicia allí, sino en una nave de trituración, situada a un kilómetro de la planta, donde se recepcionan y desmenuzan los residuos forestales para darles el tamaño más adecuado para la combustión. La madera triturada se transporta después hasta la planta, en un acarreo que va mantener en permanente actividad a varios camiones que transportarán las 400 toneladas de biomasa que alimentarán la planta cada jornada.
Una vez descargados, los restos forestales son llevados por un sistema de cintas a una zona de cribado, donde se eliminan las piedras y trozos de metales y se controla que el tamaño de los fragmentos de madera sea el adecuado. Tras el cribado, los restos se almacenan en un silo con capacidad para albergar más de dos mil toneladas, lo suficiente para alimentar a la planta durante cinco días y evitar un desabastecimiento. Desde allí, la biomasa se traslada a un pequeño depósito situado sobre la caldera.
Es precisamente en este punto donde reside la novedad tecnológica de la planta. Frente al común de las centrales de biomasa, la caldera instalada en Reocín es de lecho fluido burbujeante. Su base o cama está formada por unas arenas que se mantienen en suspensión (burbujean) mediante la inyección de aire. Esas arenas permanecen a unos 500 o 600 grados de temperatura y al introducir la biomasa la combustión se eleva hasta los 800 grados, pero no más, lo que evita la aparición de los óxidos de nitrógeno (NxOx) que se producen cuando la temperatura supera los mil grados. La inercia térmica que ofrece el lecho de arenas permite que la combustión sea prácticamente total a temperaturas ‘bajas’, con el fin de evitar emisiones nocivas.
El calor que proporciona la quema de la biomasa se transfiere a los circuitos por donde circula el agua que, convertida en vapor, mueve la turbina de un generador, convirtiendo la energía térmica en energía mecánica y ésta en electricidad.
El agua que circula por los tubos de la caldera debe ser tratada para evitar que con el calor se formen incrustaciones y se pierda eficiencia energética. Para ello se aplica un sistema de filtros que elimina las sales hasta conseguir un agua ultradepurada, de muy baja conductividad.
Tras cumplir su función en la turbina, el vapor es reconducido hasta un aerocondensador, donde se convierte de nuevo en agua para realimentar el sistema. Un ciclo cerrado que minimiza su consumo.
También se aprovechan las cenizas producidas en la combustión de la biomasa, ricas en nutrientes minerales. Recogidas en un filtro de mangas, se reutilizarán en la fabricación de fertilizantes. Desde el punto de vista ambiental, el empleo de biomasa supone también grandes ventajas en la lucha contra el llamado efecto invernadero. En concreto, la planta de Reocín evitará la emisión a la atmósfera de 63.300 toneladas anuales de CO2 y 8.200 de SO2.
La electricidad que se produce en la planta sale del generador a una tensión de 6.300 V por lo que es necesario elevarla hasta los 55.000 que tiene la red de transporte. Con ese fin, la planta cuenta con una subestación que permite que la energía eléctrica obtenida de la biomasa pueda ser utilizada en la red general de distribución.

Un negocio no tan rentable

En el tiempo transcurrido desde que se gestó el proyecto hasta su materialización, el marco que regula la generación de electricidad mediante el uso de energías renovables se ha alterado y no ha sido en favor de los productores sino todo lo contrario. En un intento de frenar la escalada del llamado ‘déficit tarifario’ (el desfase entre el coste de la energía y el precio al que se vende), el Consejo de Ministros acordó el pasado mes de enero suspender de forma temporal las primas a las futuras instalaciones de renovables. La medida no afecta a las que ya estuvieran en construcción y hubiesen obtenido el derecho a ese incentivo por estar inscritas en el registro del Ministerio de Industria. Esta preasignación ha sido vital para la planta que se estaba levantando en Reocín, que seguirá percibiendo las primas por kilovatio producido, pero de lo que no se va a librar es de la siguiente ofensiva del Gobierno para reducir el déficit de tarifa: un impuesto del 6% a la generación de electricidad que se aplicará a todo tipo de plantas, incluidas las que utilizan combustibles renovables. Eso reducirá muy sensiblemente los márgenes de rentabilidad inicialmente calculados. Un duro golpe para unos inversores que han gastado 40 millones de euros en poner en marcha la instalación de Reocín y cuya expectativa de amortización se verá claramente dilatada cuando entre en vigor esa medida.

Una actividad vinculada al territorio

El uso de la biomasa forestal para generar electricidad es uno de los aprovechamientos de energías renovables que más ventajas reporta. No solo es autosostenible sino que es una actividad no deslocalizable, por lo que se convierte en una de las pocas posibilidades industriales que tiene el medio rural.
Sin embargo, la apuesta por la biomasa fue uno de los mayores fracasos del Plan de Energías Renovables (PER) 2005-2010 que preveía alcanzar los 2.039 megavatios y se quedó en 533. Para el nuevo PER 2011-2020 los objetivos son más modestos, 1.350 megavatios, una previsión en la que se incluye a la biomasa térmica (calefacción y agua caliente sanitaria). En teoría, fácilmente alcanzable, pero en la práctica es probablemente que resulte afectada por la suspensión de incentivos.
En España el grupo más activo en el ámbito de las biomasas es la empresa de celulosas Ence, con plantas en funcionamiento o en construcción en Castilla-León, Huelva, Mérida y Galicia.
Donde no parece que puedan caber más proyectos de cierta magnitud es en Cantabria, dado que la central eléctrica de Reocín consumirá casi todos los residuos forestales que se generan en la región. Quizá quepa esperar algo más si se pone en marcha un Plan Forestal, que es uno de los ejes de actuación anunciados por el Ejecutivo, y eso da como resultado la producción de un volumen mayor de residuos procedentes de la limpieza sistemática de los bosques (unas 240.000 toneladas, según calcula la Consejería de Desarrollo Rural).
En cualquier caso, la planta de Reocín ya es una realidad y a su contribución al autoabastecimiento energético de Cantabria hay que sumar su aportación a la creación de empleo. 25 personas prestarán servicio directamente en la planta y fuera necesitará cerca de un centenar más, entre transportistas y trabajadores forestales. Una contribución económica muy oportuna, y una demostración del potencial que tiene la llamada ‘industria verde’ en la creación de puestos de trabajo.

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