Un guión para Berlanga

Mario Camus ya hizo una película con el Racing en los años 60, pero la historia reciente del club hubiese tenido que dejarla para Berlanga y ni siquiera él hubiese sabido qué hacer con tantos personajes. Tantos han sido políticos, empresarios, deportistas, aventureros y jugadores de fortuna que se acercaron al Racing que casi es más fácil empezar por los que no han tenido nada que ver con el equipo. En esta última época ni siquiera ha sido fácil saber quién es el propietario, porque hay dos que dicen serlo, un consejo de administración designado por un tercero y una afición que se siente propietaria moral. El dicho popular sostiene que entre todos la mataron y el Racing finalmente se puede morir él solito, porque el único ausente es el dinero y, sin dinero, ni se ha podido celebrar dignamente el centenario ni será posible sobrevivirlo.
El Racing era el equipo menos endeudado de la Primera División. Los 42 millones de euros que debía no eran una cuestión baladí, pero apenas suponían lo que el Osasuna, otro modesto, le debía a la Seguridad Social. Sin embargo, el club llevaba demasiado tiempo trasteando y el nuevo Gobierno de Cantabria, dispuesto a cortar con el anterior en todo, decidió forzarle al concurso de acreedores.
Apenas había pasado un año desde la llegada a Santander de un personaje bajito, cetrino y un poco regordete con un séquito de seis mercedes blancos que parecía la solución de todos los males del equipo. Poco importaba que no supiese nada de castellano, ni del Racing ni de Santander, porque aparentemente traía todo lo que es necesario en esos casos, mucho dinero.
La Operación Alí fue un fiasco en toda regla. No solo no contrató a los mejores jugadores, para aspirar a la Champions, como prometió, sino que ni siquiera ha pagado las acciones que compró a su anterior propietario, la familia Montalvo. A pesar de que el Racing nunca fue un buen negocio, los Montalvo habían salido de la operación relativamente indemnes. No habían conseguido las obras que el Gobierno del PRC y PSOE les prometió a cambio de quedarse con el equipo, que había vuelto a manos de la comunidad autónoma, pero al menos habían recuperado el crédito participativo que se vieron obligados a aportar al equipo para facilitar la operativa diaria. Jacobo Montalvo le vendía a Alí el equipo por 15 millones de euros, de los cuales siete eran para saldar un crédito que tenían con Cantur, otros siete para ellos y uno para los trámites de compraventa.

Un propietario que no pagó las acciones

Pero Alí no pagó a Montalvo ni tampoco hizo frente, más que en una pequeña parte, al crédito del Gobierno que se subrogó, por lo que sus andanzas como presidente del Racing acabarán el día en que una juez de Madrid, donde se dilucida el caso, decida que las acciones vuelvan a su anterior propietario.
En realidad, Alí hace mucho que no aparece por Cantabria, donde descubrió muy pronto lo rápido que uno puede pasar de la adoración al desprecio. En apenas media docena de partidos, el ciudadano indio residente en Bahrein pasó de ser aclamado a ser abroncado por no cumplir las expectativas de fichajes que había suscitado entre la afición. Ali tenía, en cualquier caso, otras razones tan buenas o mejores para no acudir al campo ni a las juntas de accionistas que se celebran en Santander. La Interpol le busca y le echará el guante en cuanto ponga un pie en un país de la UE y no por sus incumplimientos futbolísticos, que por el momento no están penados, sino por presuntas estafas en Australia, donde su sociedad, WGA ofrecía gestionar créditos a empresarios que no podían obtenerlos por otras vías. Después de pagar una suculenta cantidad, la empresa de Alí, que tantas esperanzas les deba en un principio, les anunciaba lo mismo que los bancos les dijeron gratis: que no tenían solvencia para conseguir los préstamos.
Ya nadie espera volver a ver por Santander al indio y hay quien sostiene, con mucha convicción, que en realidad fue un invento de Francisco Pernía, el anterior presidente del Racing, que se buscó un hombre de paja en el extranjero para seguir controlando el club. De hecho, es él quien ha puesto y quitado consejeros en nombre de Alí. No obstante, cuesta pensar que un banco de la solvencia profesional del Credit Suisse, que avaló la operación, pueda participar en semejante enjuague. Claro que tampoco es fácil entender cómo este banco suizo documentaba las propiedades multimillonarias de Alí en varios países, si la única muestra externa de riqueza que se ha podido ver en Cantabria es su jet privado de segunda mano y las dificultades para pagar el repostaje de combustible en el aeropuerto.
Si el equipo vuelve a manos de Montalvo, tampoco será esa la estación término. En un club que en doce años ha tenido siete presidentes y seis equipos accionariales distintos, tampoco sería una novedad.

Peligro político

Ignacio Diego aseguró, al llegar a la presidencia regional, que podía conseguir varios compradores en los círculos financieros de Miami. Pero ni era creíble en ese momento ni mucho menos ahora. El equipo tiene un horizonte demasiado oscuro como para que pueda interesar a inversores nacionales o extranjeros. No lo consiguió mientras estaba en Primera División y con una situación patrimonial francamente mejor. Ahora, en los últimos puestos de Segunda y con la perspectiva de un bajón sustancial en los ingresos resulta inverosímil la posibilidad de pagar los primeros plazos de la deuda con los acreedores, cinco millones de euros cada temporada, tal como se aprobó en el convenio. Basta ver que el equipo ya tiene dificultades de liquidez esta temporada, en pleno periodo de carencia y con unos ingresos muy superiores, por las retransmisiones.
Pensar en la desaparición cuando se tendría que estar celebrando por todo lo alto el Centenario del club, fundado en 1913, es paradójico y lamentable, aunque la sociedad cántabra parece cada vez más desentendida. Salvo los peñistas, que siguen convencidos de que la SAD caerá antes o después en sus manos, casi nadie más quiere saber del Racing, empezando por el Gobierno, que empieza a ser consciente del peligro político que tiene relacionarse con un club que se asemeja a los chicles masticados, que pasan de dedo en dedo cuando uno trata de desprenderse de ellos.
El anterior Gabinete manejó estas adherencias con sutileza, pero aún así se dejó no pocas plumas en el juego de quitar y poner presidentes. El actual ni siquiera deja que el director general de Deportes de la comunidad autónoma acuda al palco los días de partido. Tampoco el alcalde de Santander deja que lo haga ninguno de sus concejales.
Con esa costumbre que tiene el Racing de retornar al sector público, no cabe extrañarse de que cuando el actual presidente, Ignacio Diego, forzó a Francisco Pernía a presentar el concurso de acreedores, el asunto se volviese contra el Gobierno como un bumerán. Ningún asesor le advirtió a Diego de que por esa vía perdía los ingresos de alquiler de la marca.
Al tomar el mando de la región, sus antecesores decidieron recapitalizar el Racing porque ya entonces estaba en riesgo de desaparecer. La solución, para no agraviar a otros equipos de la región, fue adelantar las subvenciones de once años (en total, 22 millones de euros) y que, a cambio, el equipo entregase uno de sus pocos activos, la marca y las secciones inferiores, que a partir de ese momento pasaron a ser propiedad de la comunidad autónoma. Para compensar el anticipo sin interrumpir la subvención, el Racing pagaría cada año dos millones de euros por usar su propio nombre.

La racha más larga en Primera

Alrededor del Racing han deambulado en estos años docenas de personajes del mundo de la política; de las páginas del corazón, como José Campos; del deporte, como el director de equipos ciclistas Manolo Saiz; supuestos jeques árabes que luego resultaron no ser jeques ni árabes ni tener enormes fortunas; empresarios de la construcción que buscaban obras y un sinfín de secundarios que no han dudado en cambiar de bando cuando lo han tenido a bien. Incluso un antiguo olímpico soviético, devenido en empresario del petróleo con pasaporte norteamericano, llamado Dimitri Piterman.
Lo más sorprendente es que tanto revuelo ha coincidido con la estancia más larga que el Racing ha conocido en Primera División. El año pasado rompió la racha y ahora la duda no está en saber cuántos años tardará en volver a Primera sino en si conseguirá sobrevivir un año más.

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