Un palacio veneciano en Villacarriedo

El Palacio de Soñanes se enfrentaba a una situación tan desanimante como relativamente habitual. El edificio, que no se habitaba desde hacía dieciséis años, había entrado en una espiral de deterioro preocupante, pero era poco menos que imposible pretender que los propietarios afrontasen la enorme inversión que requería el rehabilitarlo. La alternativa era su transformación en una fuente de recursos, como hotel, pero a su vez eso exigía unas actuaciones arriesgadas.
A la vista de las alternativas, el Gobierno regional accedió al proyecto presentado por Rafael Calleja en nombre de un grupo de inversores mexicanos vinculados al valle de Carriedo (Manuel Abascal y Emeterio Sámano) y de empresarios españoles que conocen bien el mundo de la hostelería a los que había convencido para adquirir el edificio. El proyecto, incluía un pabellón anejo destinado a un gran comedor que permitiese atender bodas y banquetes. Un añadido sustancial para la viabilidad del negocio pero, a su vez, problemático.
Los temores se reforzaron el pasado verano, cuando al inicio de las obras se produjo el desprendimiento de la esquina noroeste del edificio, la de menor valor arquitectónico, pero que no por eso causaba menos impacto en la opinión pública.
Un año después, Soñanes ha resurgido espectacular y como un modelo de rehabilitación en una tierra donde tantas otras concluyeron con resultados decepcionantes. El exterior ha recuperado las viejas glorias y el interior ha adquirido el encanto de un palacio veneciano de artista. Frente al conservadurismo decorativo de la mayor parte de los inmuebles de estilo regional, Calleja volvió a auxiliarse de un creador, el torrelaveguense Paco Entrena, capaz de dar la réplica al derroche barroco de las dos fachadas principales.
El resultado es uno de los hoteles más espectaculares de España, un espejismo barroco en el austero valle carredano, con un encanto arrebatador.
Entrena, que ha conseguido implantar su banco metálico perforado en aeropuertos de todo el mundo, muestra aquí su otra faceta, completamente opuesta. Frente a la pureza de líneas de su diseño industrial, en Carriedo ha lanzado una explosión de color en azulones, guinda, granates, musgo o malva con los que ya sorprendió en el Camino Real, el hotel que posee en Selores. Pero también muestra su capacidad para combinar cada gama cromática (una por planta) con las telas y con los 340 cuadros que ha adquirido para decorar el hotel. El diseñador ha localizado todo el mobiliario, cuando no lo ha diseñado él mismo, como ocurre con las camas, de espectaculares estructuras metálicas, y se ha valido de la complicidad de Michel Maíllo, un pintor con una vena artística incuestionable, que ha conseguido convertir las paredes en auténticos frescos.

Un edificio muy singular

El palacio es singular en todos los sentidos. Basta recordar que cuando se construyó, a comienzos del siglo XVIII ya se hizo aprovechando una vieja torre medieval de la familia Arce. Dos edificios, uno dentro de otro, y de tan dispar arquitectura (el barroquismo del exterior, la sobriedad de la torre) no resultaron tan incompatibles como podía suponerse y Soñanes se convirtió en un ejemplo único y brillante de una especie de estilo plateresco, el canon al que más se aproxima, en Cantabria.
La rehabilitación exigió la consolidación de las dos fachadas construidas con cantos rodados, ligadas con barro de forma bastante precaria, como se demostró en la esquina derruida. La bóveda, que presentaba una grieta de gran tamaño y varios contrafuertes muy deteriorados tuvieron que ser saneados en profundidad y sustituidas las vigas de los forjados.
El interior se vació por completo, hasta el punto que se desmontaron las columnas de la espectacular escalera, que actúa como distribuidor central de todo el inmueble. Eso ha permitido rehacer completamente toda la estructura, y falsear en las habitaciones las alturas de los forjados para obtener una planta más que permita un mejor aprovechamiento del edificio, y la instalación de todas las redes de agua, saneamiento, calefacción, aire acondicionado, etc. Un trabajo tan complicado como meticuloso, dado que desde el exterior del edificio apenas es posible apreciarlo, ni tampoco en el interior se observa la alteración, ya que la escalera conserva la misma estructura de siempre, con mayor esplendor que nunca gracias a la iluminación, a la sustitución de las tablas de los peldaños y al punto de fuga cenital de la cúpula, decorada como una bóveda celeste naif por el pintor Roberto Orallo, que también es autor de los murales de la última planta.
Para el saneamiento de la escalera se han aprovechado vigas de roble del edificio y se han respetado las asimetrías de los pasos, reconstruyendo aquellas partes de la pasamanería desaparecidas. Un herrero ha conseguido que tampoco se distingan los muchos añadidos de metal que han sido necesarios para reconstruir las barandillas forjadas que convierten cada planta en un anfiteatro sobre el eje central del edificio.

El valor de todas las fachadas

Uno de los elementos críticos de la rehabilitación era la introducción de un ascensor en una escalera monumental como esta. Afortunadamente, se ha encajado sin menoscabar lo más mínimo a la grandiosidad del sistema columnario central. El aparato se incrustó en una esquina, dentro de una zona que tradicionalmente ha estado tapiada (el gran tamaño de la escalera lo permitía) y para rebajar aún más su impacto visual, las paredes del elevador son de cristal, por lo que sólo el haz de luz que se proyecta sobre la escalera al entrar en movimiento delata su presencia.
En el exterior, la rehabilitación ha servido para reivindicar el valor de dos fachadas de estilo montañés que siempre quedaron menospreciadas por la espectacularidad de las dos principales, barrocas. La limpieza de matorrales y de las propias piedras permite comprobar un equilibrio y una gracia que pocas veces se consiguen en la pesada arquitectura tradicional. El palacio ha recuperado los pináculos y detalles perdidos, reconstruidos con absoluta fidelidad, y una portalada, la del este, cuyas piedras aparecieron al limpiar la finca, que sigue conservando los dos grandes magnolios y los dos tejos catalogados.
El recrecido de la torre en unos 60 centímetros para encajar la planta añadida, se ha disimulado desde el exterior con un muro cortina negro, que sólo es perceptible si se observa con mucho detalle. Un trabajo de los Talleres Venesa, de Peñacastillo, que idearon la forma de que pudiese limpiarse desde adentro, sin necesidad de grúas.
Las fachadas barrocas se limpiaron con cuidado y se estabilizó la piedra después de tratar las floraciones que amenazaban su integridad. Pero quizá lo más notorio es la posibilidad que ahora se ofrece de contemplar la fachada oriental con cierta perspectiva, al haber adquirido los propietarios las dos fincas contiguas, que permiten desviar el angosto camino que se ceñía en demasía al edificio. Otra parcela que se encontraba frente a la fachada principal ha sido reconvertida en aparcamiento, lo que evita que los automóviles entren en el recinto del palacio.

El pabellón de banquetes

La actuación más conflictiva era la introducción de un pabellón-comedor en los jardines del palacio. Un añadido que podía romper el equilibrio y que, a pesar de su tamaño, se ha resuelto de una forma relativamente airosa, dado que se ha adosado a uno de los laterales de la finca y no altera ninguna de las perspectivas del edificio principal. El exterior, en madera y piedra, es convencional, y en el interior destaca un suelo de mármol de la cantera que Ricardo Bofill utiliza para sus obras, hasta ahora en exclusiva.
En la parte posterior del jardín también se ha construido una alberca, más por motivos de completar el equipamiento que debe tener un hotel de lujo que por su encaje práctico. No obstante, contribuye a refrescar el conjunto.
El hotel ha optado por una gastronomía muy cuidada, responsabilidad de los hermanos Jerez, que hasta ahora estaban en el Solar de Miracruz. Además del salón de banquetes, que se encuentra en el edificio anejo y que tiene una capacidad para más de 200 comensales, el palacio tiene tres restaurantes de comida a la carta (uno de ellos privado) para atender tanto a los clientes del hotel como a comensales. En cambio, la cafetería se ha restringido al uso exclusivo de la clientela, con el fin de evitar un volumen elevado de visitas que podían perturbar la paz interior del hotel.
Cuidados son también todos los detalles del interior, entre ellos la posibilidad de elegir en una carta de almohadas entre no menos de una docena de formatos. No obstante, los propietarios han optado por la categoría de cuatro estrellas, aunque probablemente podrían haber optado a las cinco, para no circunscribirse a una demanda excesivamente elitista, que reduciría las posibilidades de comercialización en invierno. Las habitaciones dobles se han tarifado a un precio de 20.000 pesetas en temporada alta.
En el hotel se han invertido alrededor de mil millones de pesetas, de los que 275 se emplearon en la adquisición. Un gasto que no sólo se ha ceñido con pulcritud a lo previsto –algo que a la vista de lo que ocurre en las obras públicas parece tan difícil– sino que resulta relativamente ajustado para los espectaculares resultados obtenidos y la singularidad de un edificio irrepetible.

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