La hostelería pincha por la caída del turismo nacional

En la segunda quincena de agosto era posible reservar una habitación doble en Santander en un hotel de cuatro estrellas por 84 euros de un día para otro, un precio propio de los años 80. Casi ninguno estaba lleno y si se llenaban era por las reservas de muy última hora. “El propietario de un hotel ya no puede hacer previsiones. Pensar en las próximas semanas da miedo aunque las ocupaciones se van llenando conforme va llegando la fecha”, reconocía Emérito Astuy, presidente de la Asociación de Hostelería de Cantabria, a mediados de agosto. Pero el auténtico miedo de los hosteleros es al otoño, cuando ni hay reservas ni aparecerá el visitante que lo deja para el último momento.
Santander depende casi exclusivamente del turista nacional, el más afectado por la crisis, por lo que no ha podido compensar su caída en picado con la mayor afluencia de extranjeros, como ha ocurrido en otros destinos. La región tampoco le ha sacado jugo al 500 aniversario de la Bula Papal y el balance general es mediocre.
El movimiento de aviones en Parayas ha sido histórico, con un promedio diario superior a los 50 aterrizajes y despegues, pero eso apenas se refleja en la ocupación hotelera. “Los buenos resultados de Parayas están muy bien y los hosteleros nos encadenaremos donde haga falta para que no quiten los vuelos pero no es algo que marque tanto la diferencia en los resultados de la temporada”, advierte Astuy. “Un sólo ferry, con 1.500 o 2.000 pasajeros, trae más turistas que los aviones de Parayas”, compara. Y es que sólo un pequeño porcentaje de quienes utilizan el avión son extranjeros, y su presencia en los hoteles de la región sigue sin ser muy relevante, a pesar de lo que pueda parecer. Sólo Santander recoge algunos réditos de ese movimiento aéreo.
Atrás quedaron los años en que la temporada comenzaba con cuatro nuevos hoteles de cuatro estrellas. Este año volvía al mercado el Hotel Sardinero, pero apenas ha habido otras novedades y eso demuestra que el sector no está para mucho más. Con el actual censo de plazas hoteleras (unas 22.000) es más que suficiente, a tenor del descenso que se observa, año tras año, en los ratios de ocupación media anual que publica el INE.
Frente a lo que podría deducirse de este dato, llega un mayor número de turistas más, lo que ocurre es que cada vez son más volátiles. La estancia media de verano cada vez se parece más a la de invierno, al situarse en 2,4 noches. Los antiguos veraneantes que pasaban al menos un mes alojados han sido sustituidos por viajeros de paso que reparten sus vacaciones entre varios destinos y pueden acortar aún más la estancia si la lluvia se tercia en su camino, que es lo que ocurrió en julio. La crisis y el mal tiempo provocó una caída de alrededor del 11% y la facturación con respecto al mismo mes del año anterior. En agosto, las cosas han rodado algo mejor, pero siempre por debajo de las cifras del año pasado. Los llenos tradicionales que se daban entre el 15 de julio y el 15 de agosto en Santander ya parecen producto de otra época.
Los hoteleros se han visto obligados a bajar precios y a recurrir a productos más baratos, como menús especiales, para tratar de salvar la temporada. No obstante, este año apenas han mostrado en público sus quejas, algo llamativo en un sector acostumbrado a evidenciar su malestar por cada descenso de ocupación y a pedir responsabilidades políticas. Tampoco ha suscitado mayores quejas la irrelevancia de la campaña pública de promoción de la Bula Papal que hace 500 años convirtió Liébana en uno de los cuatro lugares santos de la cristiandad. La celebración, que está pasando inadvertida para la mayoría de los residentes y foráneos, parecía la oportunidad de encajar en el calendario un pseudoaño jubilar que salvase la enorme distancia entre el último celebrado (2006) y el próximo, que no llegará hasta el 2017. Ese era el propósito del anterior consejero de Cultura y Turismo, Javier López Marcano, que ha criticado el escaso interés puesto por su sucesor en el evento y la mínima trascendencia que está teniendo en la atracción de visitantes. De hecho, la hostelería rural es la que registra peores datos.

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