Una empresa cántabra proyecta la ‘Altamira vasca’

Ejercer profesionalmente de arqueólogo a principios de los años noventa, cuando el patrimonio cultural apenas se gestionaba y el paro se cebaba sobre las titulaciones de letras, no parecía una buena salida. Sin embargo, un grupo de universitarios cántabros, compañeros de carrera y de doctorado, decidieron imitar lo que algún tiempo antes habían hecho algunos colegas madrileños, que formaron empresas de arqueología hoy consolidadas, y convertir su vocación en profesión.
Sus principios fueron modestos y no contaron con nada más que su propio bagaje como investigadores, sus amplios conocimientos de la región y su pequeña experiencia laboral dentro de asociaciones culturales sin ánimo de lucro.
Profesionalizar su actividad les exigía convertirse en empresarios y explorar un mercado hasta entonces inédito. Pero tenían una baza decisiva: antes o después, el patrimonio cultural de Cantabria la convertiría en una potencia mundial en este terreno. La clave era recuperarlo y mostrárselo al público porque, como explican los promotores de Gaem, “en una región con tanto patrimonio arqueológico y recursos insuficientes para mantenerlo, la mejor forma de evitar su pérdida progresiva es que la gente lo visite y lo valore”.
Ahora bien, no todos sus compañeros de profesión vieron su intención con buenos ojos y los más románticos llegaron a tacharlos de ‘mercenarios’ por escribir folletos en lugar de reservar los resultados de sus investigaciones a las publicaciones científicas. Ramón Montes, arqueólogo y uno de los socios del gabinete, recuerda que cuando plantearon abrir la cueva de El Pendo, en Escobedo de Camargo, les acusaron de ‘herejes’. Hoy ya nadie discute que la cueva no sólo no se ha deteriorado, sino que se ha convertido en un recurso turístico asentado. No niega que la empresa ha volcado su trabajo hacia el gran público, aunque insiste en que no han renunciado por eso a hacer publicaciones en revistas y libros especializados.

Proyectos en otras regiones

Lo cierto es que en pocos años han cambiado mucho las cosas en el campo del patrimonio cultural. Tanto, que acaban de desarrollar para el Gobierno vasco los proyectos museográfico y museológico de la réplica de la cueva de Ekain, el gran museo de la prehistoria que se inaugurará en Guipúzcoa a finales de año y que describen como ‘la Altamira de los vascos’. Gaem ha dedicado seis meses al diseño de sus contenidos, los audiovisuales y la exposición permanente, además del equipamiento técnico y los servicios de atención al público. Es el trabajo más reciente y el de mayor prestigio, pero también están a punto de recuperar la cueva de estalactitas de Altamira, que permanece cerrada desde 1999, pese a que antes era casi tan conocida por el público como la de pinturas.
Aunque Cantabria sigue siendo su ámbito principal de actuación, Gaem también se ha adjudicado la construcción de una red de centros de interpretación en la raya fronteriza entre Ciudad Rodrigo y Portugal; un itinerario de arte rupestre en las Urdes (Extremadura) y el cierre y protección de la cueva prehistórica de El Reguerillo, en Madrid.
En estos años han hecho otras ‘muchas pequeñas cosas’, como las actuaciones en el castillo medieval del Collado (Escobedo), el Museo de la Cantería (Rasines) o La Torre del Pontón, en Linares, de las que se sienten orgullosos. No ocultan una especial satisfacción al referirse a la Cueva del Pendo, que excavaron y restauraron para abrirla al público, o a sus trabajos en Castro Urdiales, donde han puesto en marcha un pequeño tejido de centros visitables –el Peñón y la Ermita de Santa Ana, el aula arqueológica, la conducción histórica de El Chorrillo y la Calzada de la Loma–, los restos de la única colonia romana de la que se tiene constancia en el norte de la península.

Diversificación

Gaem dispone de dos pequeñas oficinas en Maliaño. En un bajo de la calle José Barros se reúnen los arqueólogos especializados en trabajos de campo y en la calle Alday elaboran las guías sobre patrimonio arqueológico, diseñan los proyectos y se encargan de los materiales didácticos, cada vez más apoyados en recursos multimedia, porque “la gente, y en particular los jóvenes, están poco acostumbrados a leer”.
Hay diez empleados en plantilla pero cuentan con una red fija de colaboradores, entre ellos, profesionales tan dispares como una restauradora o un psicólogo experto en adaptar los contenidos a escolares y mayores.
La forma actual de trabajar nada tiene que ver con la de sus comienzos. Hoy disponen de cartografía digital, GPS, sistemas de teledetección con métodos de prospección geofísica sin necesidad de excavación, dataciones como la del famoso Carbono 14 y otras técnicas que evitan la destrucción de las piezas. Los programas informáticos, la fotografía digital para el estudio del arte rupestre o los rayos X aplicados a la restauración son otros de los muchos avances que les ha aportado la ciencia en este tiempo.
Sus principales clientes son el Gobierno de Cantabria y los ayuntamientos, aunque en ocasiones son llamados por empresas constructoras, eléctricas o gasísticas. Los organismos públicos les piden informes e inventarios sobre bienes históricos o asesoramiento sobre planes urbanísticos, y las empresas privadas necesitan contar con ellos para el control de algunas obras. De hecho, se están ocupando de las afecciones arqueológicas que pueden tener los Accesos a la Meseta, el tramo Unquera-Llanes de la Autovía del Cantábrico y la llamada Autovía del Agua.

Aumento presupuestario

José Manuel Morlote, otro de los socios de Gaem, explica que “antes, al arqueólogo se le veía como a un enemigo que trataba de dificultar las obras”. Pero, la ley de protección del patrimonio cultural de 1998 les proporcionó un escudo ante la desconfianza de ciertas empresas e instituciones. “La gente ya no es tan incrédula y está desapareciendo la tendencia a infravalorar el patrimonio local”, añade Montes.
Ambos arqueólogos sitúan el nacimiento del turismo cultural en Cantabria a mediados de los años noventa, ya que hasta entonces la oferta se limitaba a sol y playa, complementada con el Festival Internacional de Santander y la visita puntual a Potes o Santillana. La gestión del patrimonio cultural previa a esa fecha era casi inexistente: “Cuando aparecía un yacimiento en una obra pública directamente se destruía”, lamentan. De ahí, casos tan sonados como la pérdida de la casa romana de La Matra, en Castro Urdiales, o la de la Cueva de la Pila, en Cuchía, excavada de urgencia ante el avance de la cantera de Solvay.
En la última época, los presupuestos destinados por la comunidad autónoma a esta materia se han disparado y ya no son disculpables los fallos por inexperiencia, aunque sigan sucediendo, como ocurre con la construcción de casas junto la cueva de Cudón (Miengo) o con el hecho de que aún permanezcan abiertas cuevas con arte rupestre que nadie vigila.
Hoy se rescata mucho patrimonio gracias a los controles arqueológicos pero, según Montes, es más lo que se pierde, debido a que el 90% del desarrollo urbanístico de la comunidad carece de los controles necesarios, lo que provoca casos delirantes como la aparición de pinturas bajo un bloque de pisos en Castro Urdiales, de un yacimiento al aire libre en Liencres o de restos medievales en Santander, donde les consta que muchos vestigios han sido arrasados.

Una red de museos

En el mundo de la gestión cultural hay dos grandes corrientes, la que propugna la creación de megamuseos en la ciudad principal y la que opta por hacer una red de pequeños centros en edificios históricos dispersos por la región. Gaem apuesta por esta última tendencia, aunque sus arqueólogos matizan que no todos los lugares pueden convertirse en un museo: “Hubo un tiempo en que todos los alcaldes querían tener un museo en su pueblo con dinero procedente de los programas Leader o Proder. Pero eso no es posible y, además, no basta con crearlos, hay que mantenerlos”. La mayoría de los que ellos han contribuido a crear sobreviven (Museo de la Cantería, Casa del Pasiego, etc), pero hay varios que han desaparecido por falta de público, de atención o de presupuesto.
Al margen de problemas de intrusismo o falta de mecanismos asociativos que sufre la profesión, los responsables de Gaem apuntan a las carencias estructurales de la gestión del patrimonio cultural en Cantabria: “No hace tanto que el concejal de Cultura era, simplemente, el que organizaba las fiestas del pueblo y, actualmente, sólo en el ayuntamiento de Castro Urdiales hay un responsable de estos temas”. Por eso, piden al Gobierno cántabro que cree una Dirección General de Patrimonio Cultural y a los consistorios que se ocupen de este área, si no con una concejalía creada ex profeso, dentro de otras como la de Cultura o Medio Ambiente.
Otra asignatura pendiente es la puesta en marcha de un centro de documentación, estudio y difusión del arte rupestre de Cantabria como los que se van a abrir en Teverga (Asturias) o en el País Vasco. Si de ellos dependiera, lo ubicarían en Ramales o en Puente Viesgo, por razones obvias, y serviría para gestionar mejor el magnífico conjunto de cuevas que posee la región siguiendo el ejemplo del Périgord francés o de Valcamónica, en Italia.

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