El reino de la piqueta
En una ciudad que ha agotado el suelo, como Santander, antes de construir hay que derribar. Plazas que se remodelaron hace solo 25 años ya han sido levantadas y totalmente rehechas, como la de Alfonso XIII, van a serlo, como la del Ayuntamiento, o se han reformado parcialmente, como la de Pombo. Se ha derribado completamente el Hospital que se construyó en los años 70 sobre el solar de la antigua Casa de Salud Valdecilla, y han desaparecido edificios históricos, con mayor o menor valor, como la Lonja, la Iglesia de Nueva Montaña y, ahora, la sede del Gobierno regional. También desapareció el viejo edificio del Mercado del Este, aunque fue reconstruido siguiendo el patrón original.
Las excavadoras han tenido mucho trabajo en los dos últimos años y aún tienen a la espera más de 600 viviendas sobre las que pende la espada de Damocles de una sentencia de demolición y la gigantesca depuradora de la Vuelta Ostrera, que antes o después tendrá igual destino.
Salvo en los casos judiciales, ha sido la obsolescencia de los edificios la causa de su desaparición, aunque los cascos urbanos de las principales ciudades de Europa están formados por inmuebles mucho más antiguos.
El escaso apego hacia lo tradicional en una ciudad a la que el incendio de 1941 privó de casi todo ello, ya se manifestó hace décadas con el derribo del Teatro Pereda y más tarde con la desaparición por goteo de los magníficos chalets construidos por los cortesanos que acompañaron a Alfonso XIII y Victoria Eugenia en sus veraneos santanderinos.
Ahora no queda mucho que merezca ser conservado y, en cambio, hay bastante que merecería ser sustituido, pero poco más va a cambiar en el entramado urbano. Los edificios privados, por deteriorados que se encuentren, han dejado de suscitar el interés de los promotores y los solares que dejaron las fábricas desaparecidas o trasladadas, como Astilleros del Atlántico, La Cruz Blanca o Ibero Tanagra ya están ocupados y, en algunos casos, hasta la saturación.