Un puente de autor

Santander está dispuesta a formar parte del club de ciudades donde los puentes tienen protagonismo o se han convertido en una seña de identidad. Hace una década no tenía ninguno y ahora está a punto de contar con dos, ambos firmados por uno de los diseñadores de puentes más prestigiosos del país, Juan José Arenas.
El próximo mes de marzo entrará en servicio el que se construye sobre la Vaguada de Las Llamas, que se encuentra en la misma ruta hacia al Oeste que el levantado a la altura del Parque Tecnológico, un icono de modernidad que, por el momento, no ha podido cumplir la función prevista por el retraso en la urbanización de esa zona.
El nuevo puente sí va a tener una utilidad inmediata. Además de añadir un referente estético a una ciudad de arquitectura poco notable, va a comunicar dos áreas vitales de Santander con enlaces muy deficientes entre sí: la ladera norte de General Dávila –que tiene en la Avenida de Los Castros una frontera física con la Vaguada de las Llamas– y los nuevos barrios residenciales de Valdenoja, Cueto y Monte, donde se han construido 6.000 viviendas en la última década, y que, a su vez, limitan con la Vaguada a través de la S20.

Un arco para la vaguada

Arenas ha optado por un modelo de puente atirantado en forma de arco para salvar el centenar de metros que separa la glorieta construida junto al supermercado Lupa, en la S-20, de la orilla norte de la Vaguada.
Esa reciente glorieta ha sido uno de los obstáculos técnicos que se ha visto obligada a salvar la constructora Isolux-Corsan a la hora de cimentar uno de los apoyos del puente. Para no interrumpir el tráfico en la S-20 y asegurar la estabilidad de la propia glorieta mientras se llevaba a cabo la excavación, tuvo que recurrir a una pantalla de micropilotes que fueron hincados hasta 19 metros de profundidad para encontrar suelo firme. También la cimentación del estribo sur planteó algún problema, al situarse muy cerca del arroyo que discurre por la vaguada, lo que dificultaba las labores de excavación.
Salvados ambos obstáculos, el siguiente paso fue la construcción del tablero, que tiene 102 metros de largo sin ningún apoyo, a excepción de los situados en ambos extremos. El juego de tensiones y pesos que debe soportar el puente se resuelve mediante los tirantes, o péndolas, de acero inoxidable, que trasladan las cargas hasta el arco de hormigón blanco, el elemento que imprimirá al puente su gran fuerza visual.
Conseguir el color blanco proyectado parece sencillo, pero ha sido una de las tareas más trabajosas. Fueron necesarias una treintena de pruebas hasta dar con el tono adecuado, pero también ha sido preciso hacer ensayos en el encofrado para asegurarse de que el cemento empleado para lograr esa tonalidad no planteaba problemas al fraguar. El cemento blanco endurece mucho antes que el gris, al tener un calor de hidratación más elevado y eso puede crear problemas al ser vertido en la obra. Por otra parte, la especial geometría del puente obligaba a extremar el cuidado en el manejo del hormigón, que además debía ser de alta resistencia. Es la primera vez que se empleaba un material de estas características en Cantabria y el encargo fue asumido como un reto a superar por la empresa suministradora, la compañía cántabra Rocacero.
Otra de las características técnicas del puente pasará más desapercibida para los usuarios, porque va oculta. Se trata del material de las rótulas, unas piezas que permiten que la estructura absorba tensiones y no sea totalmente rígida. Habitualmente, son de neopreno pero en esta ocasión se han construido también de hormigón. De esta manera se abarata notablemente el mantenimiento del puente, al hacer innecesaria la sustitución del caucho, como ocurre con las rótulas convencionales.
Tanto el nervio central del tablero como el arco y los pies del puente se han ejecutado in situ, mientras que las aceras y las calzadas por las que discurrirá el tráfico han sido prefabricadas y ensambladas en la obra. En total, 86 piezas de 13 toneladas cada una, que han acabado de dar la forma a un puente con dos aceras peatonales, dos carriles para vehículos en cada dirección y un carril bici en el centro que ocupan los 23,6 metros de anchura del tablero.
El puente está llamado a tener protagonismo tanto de día como de noche. Si en las horas de luz lo conseguirá su grácil figura recortada contra el Palacio de Deportes, por el Este, o contra los Picos de Europa, por el Oeste, durante la noche su iluminación contribuirá a realzar el Parque de las Llamas. En lugar de las habituales farolas en la calzada, se han dispuesto luces indirectas en las barandillas y unos focos estratégicamente situados iluminarán los tirantes y los pies. Los puntos de luz colocados en la parte inferior del tablero permitirán apreciar mejor una estructura cuya culminación se encuentra a 16 metros de altura, si se mide desde el fondo de la vaguada.

Nuevas glorietas

Aunque sea el elemento más vistoso, el puente es solo una parte del proyecto para conectar la S-20 con la Avenida de Los Castros a la altura de la Universidad, y eso requiere la construcción de dos nuevas glorietas –una a la salida del puente por la parte sur y otra en la propia Avenida de Los Castros–, y al rediseño de la Bajada de Polio, que va a convertirse en un vial clave para la comunicación de ambas partes de la ciudad.
Esta obra ha sido posible gracias al convenio alcanzado con el Ministerio de Fomento que no sólo ha cedido al Ayuntamiento de Santander la titularidad de la S-20 desde la glorieta de La Albericia hasta el Sardinero, sino que aportará los 6,8 millones de euros que va costar la conexión con la red urbana a través de la Vaguada de Las Llamas. Un gasto que, cuando se pactó la construcción de la Autovía, entraba dentro de las responsabilidades del Ayuntamiento.
La conexión de Polio será tan solo el primero de los dos enlaces, al menos, que en un futuro salvarán el obstáculo físico que supone la Vaguada. La propia Isolux-Corsan va a ejecutar dos glorietas más, una en la Avenida de Los Castros, (en la bifurcación con la bajada de Camilo Alonso Vega) y otra en la S-20, que podrían unirse con un nuevo puente, aunque esta última decisión aún no esté tomada. Sería un modo de mejorar la conexión del casco urbano de Santander con la orilla norte de la S-20. Unos viales transversales a la autovía que el Ayuntamiento se comprometió a construir en 1995 para dar plena eficacia a la carretera que entonces concluía el Estado, pero que aún están a la espera de encontrar financiación o, como en el caso del puente de Arenas, a que el propio Gobierno de la nación acceda a sufragar, también, esas vías urbanas.
La mejora en los accesos a la Vaguada de Las Llamas contribuirá a dar más protagonismo a este parque, al igual que algunas obras que se hacen en su interior, como la del centro de Artes Musicales, que se levanta muy cerca del nuevo puente, y otras en proyecto, como un Museo del Deporte o la ampliación del campus universitario. Más incierto resulta el futuro del gran proyecto cultural diseñado para esta zona, el Museo de Cantabria, por más que tenga reservada una parcela de 30.000 m2 al final del parque y un diseño del que apenas va a quedar más constancia real que una maqueta. La elevada inversión que necesita y la indefinición de los contenidos hacen dudar, cada día más, de la viabilidad del proyecto.
Lo que sí será una realidad muy pronto es la incorporación de un puente ‘de autor’ al patrimonio arquitectónico de Santander, que llevará, además, el nombre del ingeniero afincado en Cantabria Juan José Arenas. Un puente, que más allá de su valor funcional, está llamado a convertirse en uno de los emblemas de una ciudad muy necesitada de nuevos referentes estéticos.

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