Toda la actividad se va a la costa

Como si se tratase de una inexorable ley física, allá donde va la población va la actividad económica. Y en Cantabria, como en muchos otros lugares, eso significa un pequeño pero significativo viaje hacia el borde costero. Es de sobra conocido lo que ha ocurrido con los servicios, con la industria o con la construcción. Pero en ese embudo donde ha entrado la vitalidad del interior y que gotea sobre la costa, se ha metido también la industria relacionada con el sector agrario, es decir lo único que parecía que el campo nunca podría perder.
De las 422 industrias agrarias de todo tipo censadas en Cantabria sólo permanecen en el interior de la región el 30% y, si exceptuamos la comarca de Liébana, la única que parece defenderse de esta huida masiva, el porcentaje desciende al 15%.
En comarcas enteras, como la de Tudanca-Cabuérniga, una de las más grandes de la región, sólo hay tres actividades industriales agroalimentarias, a pesar de ser la que menos alternativas económicas tiene. En las de Pas e Iguña, origen de muchas de las grandes industrias alimentarias actuales, sólo permanecen 30, apenas el 7% de las empresas agroalimentarias que tiene la región.
La instalación de una fábrica de derivados de la anchoa en Reinosa es un hito y no por el hecho de que nunca antes hubo industrias pesqueras en el interior de la región, sino por el cambio histórico que supone. Por fin una empresa agroalimentaria de cierta dimensión prefiere el interior. No obstante, no parece probable que este ejemplo cunda y eso es un grave problema para la región, cuya economía se desvertebra progresivamente entre un interior despoblado de actividad y de población y una costa cada vez más saturada.
Siempre se pensó que el proceso era producto de las malas comunicaciones. Pero cuando han mejorado las carreteras que unían los valles del interior con la costa y entre sí, la desertización no sólo no se ha detenido, sino que ha continuado con la misma contumacia.
En realidad, los valles de la Cantabria interior sólo han sido capaz de retener los usos ganaderos y aún eso hay que matizarlo. Aunque el censo de vacas no haya descendido significativamente, el de explotaciones sí lo ha hecho y eso significa mucha menos mano de obra. Pero, incluso en ese terreno ganadero, la Cantabria de tierra adentro pierde la partida frente a la ribereña ya que, poco a poco, la cuota de producción se está desplazando hacia el borde marítimo, algo que resulta paradójico cuando buena parte de estas mieses costeras se han transformado en espacios urbanos, devoradas por la presión inmobiliaria.
Derrota tras derrota, la única alternativa a la despoblación del campo parece estar en la explotación turística, con la transformación de varios centenares de casas rurales en establecimientos hoteleros. No obstante, este proceso genera un valor añadido relativamente escaso. A pesar de las dimensiones que ha llegado a tomar en Cantabria el turismo rural, el número de habitaciones que suma apenas equivalen al de tres grandes hoteles urbanos y el grado de ocupación de estas plazas es 2,5 veces inferior. El turismo rural y la ganadería suman, por tanto, muy pocos ingresos para sostener un territorio que ocupa las siete décimas parte de la comunidad autónoma.

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