El Santander tiñe de rojo dos continentes

El Santander tiene en el Reino Unido el doble de clientes que en España, pero la mayoría de ellos no lo saben, porque no identifican el Abbey con el banco español. Es posible que quienes eran accionistas de la entidad británica y aceptaron canjear sus acciones por las del Santander sean perfectamente conscientes, porque eso les ha supuesto ya una revalorización del 60%, pero el resto ni siquiera ha reparado en el cambio de los colores corporativos de su banco al rojo y en esa extraña antorcha que ha aparecido junto al nombre.
La conversión del Santander en uno de los diez primeros bancos del mundo, por beneficios, oficinas y número de empleados ha sido un proceso muy rápido y ahora le exige asociar una imagen de marca equiparable en muchos de los mercados en los que opera. La primera decisión ha sido unificar todos los bancos adquiridos bajo el mismo nombre (algo que con Abbey llevará un poco más de tiempo), convertir el Santander Central Hispano en Santander simplemente, y una gran campaña de publicidad unitaria que costará 55 millones de euros por ejercicio y que ha aprovechado el pie que le daba el 150 aniversario para recordar la tradición, solvencia y dimensión alcanzada como grupo.
El contrato de patrocinio con McLaren puede que resulte caro, pero es una plataforma para llegar a 2.000 millones de potenciales espectadores de la Fórmula 1 en todo el mundo, y especialmente a los de Inglaterra y España, los dos mercados más importantes del Santander. Y la suerte ha querido que los dos pilotos que ahora se disputan la primacía mundial, Alonso y Hamilton, auténticos iconos nacionales para estos dos países, estén ambos en la escudería patrocinada.

El grupo crea más valor

El rojo Santander irá tiñendo cada vez más el Reino Unido, el continente europeo y Centro y Suramérica, para reforzar la marca, pero también como una muestra de la integración creciente de todos estos negocios, a través de unos servicios conjuntos centralizados. Botín ha insistido desde el primer día en que el Banco debe valer más en conjunto que troceado, porque, de lo contrario, no tendría sentido haber creado una maquinaria interna que puede rebajar sensiblemente los costes de cada banco que adquiere. Una muestra de ello es el Abbey, donde los costes de intermediación han mejorado en un año del 62,2% al 55,1% y dentro de dos deberán pasar al 45%, a pesar de que el banco británico va a salir de su tradicional y cómodo nicho hipotecario a por los negocios de la competencia.
No obstante, la teoría no siempre se traslada a la práctica y lo cierto es que la cotización del Santander en Bolsa parece empeñada en desmentirlo. De hecho, Botín se quejaba hace dos años de que la capitalización bursátil del Banco ni siquiera respondía al valor real de la enorme cadena que ha creado en la América de habla hispana, donde las posibilidades de negocio están creciendo tan deprisa como avanza la mesocracia en la zona, gracias a una estabilidad económica que en cuatro años ha cambiado esos países de forma irreconocible, según el propio banco.
Eso no quiere decir que el precio de las acciones del Santander no haya subido. A lo largo de 2006 lo hizo en un 26,8%, bastante por encima de los índices del Dow Jones Euro Stoxx o el FTSE. Pero no más que el IBEX español, aunque la tendencia a medio y largo plazo le sea muy favorable. 100 euros invertidos hace diez años en acciones del Banco Santander con la reinversión de dividendos y las ampliaciones de capital se han convertido en 462 a 31 de diciembre de 2006, lo que supone una revalorización acumulativa del 16,5% anual.

Evitar la burocracia

Llegar al club de los grandes bancos del mundo impone otras obligaciones. La primera es, según el vicepresidente Alfredo Sáez, vigilar la tentación inevitable en todas las macroorganizaciones a caer en la burocracia. Lo cierto es que los directivos del Santander tienen muchas campanitas preparadas para impedirles sestear. La primera, un plan de incentivos muy generoso, que cada vez se aplica a capas más amplias del staff, y la vinculación de buena parte de los ingresos de la plantilla a la consecución de objetivos. La segunda es una constante redefinición de esos objetivos, haciéndolos cada vez más ambiciosos, y una actitud muy poco tolerante hacia cuanto suponga entrecerrar la mandíbula de los márgenes. En el argot de la casa, la mandíbula es la expresión gráfica de esa especie de boca vista de perfil que se abre cuando aumentan los ingresos sin incrementar los gastos o, mucho más aún, cuando disminuyen.

Más negocios y menos gastos

El Santander no deja de abrir esa boca, si se tiene en cuenta que en los dos últimos años sus ingresos (mandíbula superior) han aumentado 13 puntos más que los costes (la inferior), mientras que en sus competidores del top ten mundial la diferencia sólo ha crecido en cinco puntos.
Esa es una de las dos razones que justifican la posición que ha alcanzado. La otra es su permanente disposición a encontrar más oportunidades de negocio en los que ya tiene o comprándolos, sin más ambages. Sabe que, una vez dentro de la disciplina del banco, todos aquellos que adquiere casi siempre serán más rentables de lo que eran ya en manos ajenas y, de hecho, desecha cualquier operación que a partir del tercer año no produzca rendimientos netos del capital invertido.
Esta voracidad necesita dinero, y el Banco no tiene complejos para sacarlo de donde haga falta. El último ejemplo es su decisión de vender todo el patrimonio inmobiliario que conserva, incluida la nueva ciudad financiera de Madrid. Sólo ha aceptado una concesión al romanticismo, conservar la sede histórica de Santander. El resto, incluidas todas las oficinas que tiene en propiedad, lo seguirá ocupando en régimen de alquiler y el dinero obtenido (unos 4.000 millones de euros, de los que 1.400 son plusvalías) será utilizado, junto con una ampliación de capital y una emisión de bonos, en la compra de los negocios del holandés ABN Amro en Brasil e Italia, dos mercados que conoce muy bien y en los que se siente cómodo.
No cabe despreciar la señal que el Banco envía al mercado al deshacerse del patrimonio inmobiliario, ya que deja bien claro que no espera subidas significativas en el mercado español de inmuebles y encuentra oportunidades mejores para seguir pintando el mundo de rojo con ese inmovilizado.

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