¿Estamos mejor? La duda que nos corroe

El verano de 2008 el departamento de estadística de la Cámara de Comercio de Cantabria detectó un aparente error en las encuestas que trimestralmente realiza entre los empresarios de la región. El índice de confianza para el otoño parecía equivocado, ya que mostraba una diferencia de veinte puntos sobre el anterior. Veinte puntos a la baja. Se rehicieron los cálculos de los formularios pero el resultado volvió a ser el mismo: los pedidos caían a plomo, la financiación de repente se convertía en una quimera y las previsiones pasaban del optimismo anterior a la catástrofe. Tan radical cambio de opinión en unas pocas semanas no tenía precedentes en las series históricas y tampoco habría podido intuirse, porque hasta ese momento, el país vivía en la euforia económica.
Quienes lo veían todo de color rosa pasaron a verlo negro y lo peor es que sus previsiones se cumplieron. El parón del otoño, cuando la inesperada crisis casi se lleva por delante a Wall Street, pasará a la historia como el momento en que se llegó a dudar sobre la continuidad del sistema capitalista.

Repunte de la confianza

Durante todo el invierno y la primavera las encuestas de confianza empresarial han seguido constatando un estado general de depresión. Pero, con la misma sorprendente radicalidad con que un año antes cambió la tendencia, los rayos del sol del verano volvían a esperanzar al empresariado cántabro, aunque en ese momento no había otros brotes verdes que los del campo.
¿Volvían a tener razón al pasar de las expectativas más negras a un moderado optimismo? No es fácil asegurarlo, pero hay más de un dato en el que apoyar esa sensación general de alivio. Otros no son tan reconfortantes.
Los precios no sólo han dejado de subir, sino que bajan. En julio del año pasado se disparaban a un preocupante 5,3%, un porcentaje al que se acogieron algunas instituciones públicas, como el Ayuntamiento de Santander, para fijar la subida de impuestos de 2009. Un año después, los precios no sólo se han moderado sino que han descendido un 1,3%. Aunque buena parte de ese retroceso es responsabilidad del petróleo, cuya evolución afecta a todos por igual, las reducciones de precios se ha trasladado a sectores como la alimentación, la vivienda o el mobiliario y eso ha mejorado la competitividad de los productos españoles.
La industria, con una caída en la producción del 22,4% en los últimos doce meses, y las visas de viviendas, que se han reducido a la mitad, son los signos más preocupantes de una situación que no podrá mejorar bruscamente, aunque se vislumbren algunos indicios de mejora.

Síntomas para todos los gustos

Si el Dr. House tuviese que hacer diagnósticos económicos, en su pizarra habría apuntado estos otros síntomas: La demanda interior es muy baja, pero con el verano ha mejorado y, sorprendentemente, es la que casi ha llenado los hoteles, a falta de visitantes extranjeros. En Cantabria, por ejemplo, el turismo interno ha demostrado una fortaleza inesperada, hasta el punto de mejorar los niveles de ocupación del año anterior, algo que no se podía prever en una situación general como la que padece el país, aunque es cierto que las cajas de bares y restaurantes se han resentido y que los propios hoteles han tenido que bajar los precios.
Algo parecido ha ocurrido con los coches. El espectacular repunte de julio ha provocado que en ese mes las ventas superasen las de julio de 2008, antes de la crisis. El rebote se produce desde lo más profundo del pozo y puede resultar un espejismo, pero también en esto superamos la media nacional. No ocurre lo mismo con las viviendas, donde las transacciones se han reducido drásticamente y los precios han bajado más que en el conjunto del país, algo que no resulta fácil de interpretar, si se tiene en cuenta que el stock de viviendas terminadas sin vender en Cantabria es importante (cerca de 3.000) pero es diez veces inferior al que tiene Murcia, por ejemplo.
El indicador de Actividad de la Cámara de Comercio indica que el segundo trimestre del año ha sido malo, porque continuó reduciéndose el PIB, pero esperanzador, si se tiene en cuenta que sólo lo hizo en tres décimas y el trimestre anterior había caído nada menos que un 2,3%.
El Banco Santander, que había calculado una recesión del 3,3% en el primer trimestre, la redujo al 3,1% en el segundo, lo que, bienintencionadamente, podría interpretarse como que ya hemos tocado fondo.
Al repunte de la demanda y la mejoría del sector servicios se han unido tímidos brotes verdes en la industria, como el hecho de que Firestone haya renunciado a parte del expediente de regulación de empleo concedido por Trabajo, al aumentar su cartera de pedidos.
La recuperación del consumo se ha mostrado más clara durante el verano, con unas ventas superiores a las expectativas, pero es evidente que en esta evolución han tenido algo que ver las medidas adoptadas por los gobiernos para mantener artificialmente el empleo en la construcción y estimular la venta de coches, cuyo coste no podrán sostener en el futuro. Esa política de gasto coincide en el tiempo con una caída a plomo de la recaudación fiscal, por lo que el sector público español ha pasado a gastar casi el doble de lo que ingresa y el déficit se acerca peligrosamente al 10% del PIB, tres veces más que hace un año.

La baza de las nuevas industrias

Los expertos aseguran que España saldrá de la crisis un año más tarde que otras economías avanzadas y, a la luz de las experiencias anteriores, Cantabria aún debería esperar algún tiempo más para ver la luz de final del túnel. Pero, en esta ocasión, las circunstancias son mucho más esperanzadoras en la región que en el resto del país. El Plan Eólico y la puesta en marcha simultánea de dos polígonos industriales, el Tecnológico de Santander y el de Marina-Medio Cudeyo, van a dar lugar al asentamiento de varias industrias de importancia, algo que forzosamente ha de tener efecto sobre el empleo dentro de unos meses.
Al reparto de las siete demarcaciones del Plan Eólico se han presentado más de cuarenta empresas, con sus respectivos proyectos industriales, algunos muy importantes, y al Gobierno regional no solo no van a faltarle iniciativas de inversión sino que podrá elegir.
Independientemente, ya está confirmada la instalación en Mataporquera de la fábrica china de paneles solares que Cantabria Económica anunció meses atrás. La multinacional Sky Global, perteneciente al grupo chino Shangai Electric, va a invertir 14,5 millones de euros y dará empleo a 564 personas, lo que resultará un auténtico revulsivo para Valdeolea y para toda la comarca.
Antes, debe materializarse el Centro de Proceso de Datos del Banco Santander, en cuya construcción participarán 400 personas y que dará trabajo a otras 200. También comienza a construirse el Gran Tanque de Ingeniería del Instituto de Hidráulica Ambiental.
Nunca se concentró un volumen semejante de inversión industrial (sólo la instalación de los parques eólicos supondrá 1.500 millones de euros), ni siquiera en las épocas de mayor expansión económica. Lo paradójico es que vaya a producirse en un momento de crisis, pero la industria tiene sus propios ciclos.

De la inversión pública a la privada

Estas inyecciones de inversión privada pueden encadenarse con las que ha venido manteniendo el sector público y que, antes o después, se agotarán. Si así ocurre, la hemorragia del desempleo debería detenerse dentro de unos meses, aunque el otoño no se presume precisamente bueno.
La industria ha hecho ya buena parte del ajuste, que ha recaído especialmente sobre los hombros de los contratados temporales, y la construcción también se ha expurgado a fondo, a excepción de los contratados por el Plan E. Pero incluso éstos es posible que puedan reengancharse, porque el Gobierno está satisfecho de los resultados y los ayuntamientos mucho más. Han salvado una legislatura que hubiese resultado vacía, han creado equipamientos que mejoran la calidad de vida ciudadana y han conseguido mantener bastante empleo con un volumen de gasto relativamente reducido. Si en un principio el Plan E fue considerado electoralista y poco útil, a estas alturas parece haber conseguido el respaldo mayoritario. Si aún queda dinero público o margen de endeudamiento, los constructores pueden estar tranquilos: Habrá más.

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