Editorial

De esta forma, la realidad se empeña en desmentir, otra vez más, a quienes contraponen las actividades maduras y la nueva economía. Sólo hay una economía y dice que cuando hay mucha demanda, cualquier producto, por tradicional que sea, puede convertirse en un magnífico negocio y que todos los negocios tienen al final la misma rentabilidad, sólo que algunos están temporalmente desajustados por un exceso de oferta o de demanda. Cuando los productores que sobran se van a casa, desanimados por los bajos precios, y el mercado se normaliza, el producto vuelve a tener el rendimiento de siempre y basta ver lo que está ocurriendo con las materias primas.
Los ganaderos es posible que no sepan nada de China pero sí saben que la leche se paga más. Y los cerealeros puede que no tengan muchas nociones sobre el negocio de los biocombustibles, pero son conscientes de que ha abierto una puerta más para la salida del trigo, la avena, la cebada o el maíz que, desde las palomitas o los copos para el desayuno, no encontraban nuevas utilidades. Esas dos circunstancias pueden revolucionar el campo español y convencer a muchos de los que se han ido o se iban a ir para desandar lo andado, protagonizando la primera vuelta al medio rural que haya conocido la historia desde la caída del Imperio Romano.
Es verdad que al confluir la subida en la demanda de la leche con la que ya afectaba al cereal por los biocombustibles, los productores de leche tienen que pagar más caros los piensos, pero los rendimientos que están obteniendo de sus vacas son históricos. Y esa euforia, que paga el consumidor, va a mantenerse algún tiempo, ya que no hay posibilidad de aumentar a corto plazo el censo de vacas lo bastante como para devolver los precios a donde estaban, sobre todo en la Unión Europea, cuya producción de leche sigue contingentada. Ya se sabe que la flexibilidad del mercado es tan inflexible que cuando producimos biocombustibles para defendernos de las subidas de los precios del petróleo, nos encontramos con que, además de no bajar el petróleo sube todo lo demás.

Es posible que la euforia económica española haya tocado techo y que la de Cantabria tenga algo más de espejismo, pero hay que reconocer que en los últimos veinticinco años nunca habíamos podido decir que todos los sectores van bien, incluso aquellos que parecían la cola retardataria de un cometa que ya viajaba por otras galaxias: la metalurgia, el sector naval y… la leche. Los sectores que nunca acababan de ser ajustados del todo, que sólo sobrevivían con ayudas públicas y que parecían definitivamente archivados en el cajón de la historia –al menos, en la de nuestro país– ahora tienen rendimientos que para sí quisieran las nuevas tecnologías. Si eso dura o no, lo veremos. Pero no estaría de más que todos los que ejercimos de gurús, aventurando su desaparición, hiciésemos un ejercicio de humildad. Ahora que ya hemos ordeñado los terrenos hasta exprimirlos urbanísticamente, vamos a tener la oportunidad de volver a ordeñar las vacas. Quién nos lo iba a decir.

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