La ciencia al día

Menos años de radiactividad

Que la civilización occidental es una gran productora de basura es evidente, pero deshacerse de ella resulta especialmente difícil cuando se trata de basura radioactiva, que no es posible dejar en cualquier lado debido a que su periodo de decaimiento suele ser de varios miles de años.
Unos científicos alemanes dicen haber avanzado en la solución. No pueden evitar que siga siendo contaminante, pero sí acelerar ese decaimiento radioactivo. El procedimiento es muy sencillo: los desechos nucleares se introducen en unos contenedores de metal y se congelan a temperaturas extremadamente bajas.
Con ello se reproduce lo que ocurre en el núcleo de las estrellas cuando entran en un proceso de fusión, el cual va acompañado de la emisión o absorción de energía, dependiendo de la masa de tales núcleos. De esta forma, la vida media del material radioactivo se reduce unas cien veces.

Las olas gigantes

Una investigación llevada a cabo en Suecia sostiene que la aparición repentina de una ola gigante, como las que se han descrito en ocasiones en el Atlántico, es algo tan sencillo como la suma de varias olas pequeñas próximas que van tomando energía prestada entre sí en un proceso relativamente rápido e imprevisible.
Los estudios sobre esta materia se han incrementado tras el accidente sufrido por una plataforma petrolífera del Mar del Norte a comienzos de año a consecuencia de una ola de veinte metros de altura, cuando el mar registraba olas de seis metros. No obstante, la ola más grande de las que hay constancia se produjo en Rockhall, cerca de la costa escocesa en el año 2000, y alcanzó 29,1 metros, la altura de una casa de doce pisos.

Se acabó el hielo

Que no se alarmen los bebedores de whisky on the rocks porque la cosa no va por ahí, sino que tiene que ver con el certamen europeo para premiar a los jóvenes valores de la ciencia que han destacado por alguna investigación. Entre los galardonados este año hay dos austriacos de 19 años que han desarrollado un sistema nuevo de descongelación para usar en los aviones, pero que también vale para turbinas o molinos de viento.
Si alguien ha viajado en invierno a los países nórdicos puede haber observado con preocupación cómo de las alas o de los motores de aviones estacionados cuelgan témpanos helados casi hasta el suelo y habrá pensado seriamente en la posibilidad de quedarse en tierra. El hielo también puede acumularse en las alas en vuelo por las bajas temperaturas de las capas altas de la atmósfera.
El invento lo evita con unas placas de metal que se calientan automáticamente cuando las condiciones climatológicas lo requieren, algo que parece obvio, pero los sistemas antihielo que se utilizan ahora funcionan de forma constante e indiferenciada.

Amores de altura

La miel es uno de los alimentos más antiguos de la Humanidad, pero en el siglo XXI después de Cristo lo que nos preocupa es cómo evitar las enfermedades que causan en las abejas algunos insecticidas usados en la agricultura.
Un equipo investigador europeo ha identificado los genes inductores de esas enfermedades, aunque lo que constituye una auténtica novedad es la búsqueda de métodos para controlar el emparejamiento de esos insectos. ¿Y porqué esa intromisión en su vida privada? Pues porque si se evitan los genes no habría que usar productos químicos para curar la enfermedad. El mayor obstáculo de ese planteamiento es que no resulta fácil controlar las fecundaciones, ya que la abeja reina y los zánganos se empeñan en mantener relaciones sexuales en pleno vuelo y a unos 20 metros de altura.

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