Los comienzos de la Cámara de Comercio e Industria de Torrelavega

El Mercado de los Jueves fue uno de los impulsos más importantes en el desarrollo económico de esta ciudad a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX. “Sin su existencia, primero, y la de la Ferias de Ganados, después, no se podría entender el auge que iba adquirir este lugar”. Esta era la reflexión que le hacía al presidente de la Sociedad de Crédito y Fomento de Ahorros de Barcelona, que se había desplazado a Torrelavega para pulsar su actividad económica. Quería instalar una sucursal.
Estábamos sentados en la terraza del Gran Café Moderno, propiedad de Ezequiel Cabrillo Rumayor, en la céntrica Plazuela del Sol. “Quiero instalar una sucursal porque estoy convencido –me decía– que Torrelavega se convertirá en un centro comercial e industrial con mucho futuro”.
Era verano de 1920, un año muy agradable en todos los sentidos. El banquero me pidió que me extendiera en el relato económico y que le concretara algo más. Enseguida Ezequiel nos invitó a otra ronda. “A mí, lo de siempre”. Solía tomar a estas horas una copa de coñac francés y un vaso de agua con unas rodajas de limón.
Proseguí con mis explicaciones, que eran anotadas cuidadosamente en una libreta de tapas azules. “El desarrollo industrial va a alcanzar su máximo esplendor con la instalación de la Real Compañía Asturiana de Minas y la empresa Solvay. Por sectores, destacan las industrias lácteas, las fábricas de calzados y zapatillas y las industrias metalúrgicas. Tendrán mucho relieve dos importantísimas fábricas de curtidos, Tenerías Francesas, propiedad de dos industriales, Alexis Etchart Mendicouague y mi entrañable amigo Valentín Sollet Alonso”.
Saqué mi reloj saboneta de bolsillo y me di cuenta de que se había hecho tarde.
– Siga, siga por favor –me espetó–.
– Al principio de siglo comienza su andadura, en la calle José Felipe Quijano, la sucursal del Banco Mercantil de Santander. Ahora está instalada en la calle Barón de Peramola, en la casa que tiene el notario Mariano Muñiz y Castaño frente al Círculo de Recreo.
– Pocos bancos en la ciudad, me replicÓ esperando que descubriera mi implicación en el asunto.
– Pues sí, pero no se olvide usted de las Casas de la Banca que son gestionadas por importantes comerciantes: La primera, aunque no en importancia, pertenece a César Campuzano Ruiz y está instalada en la calle del Comercio frente a la Plaza Mayor; otra, la de Alejo Etchart Mendicouague, en Posada Herrera; y la tercera, de la que ya estará usted bien informado, la mía.
Quedamos los tres en silencio, momento que aproveché para dar un trago del espléndido coñac que tenía delante de mí. Proseguí en mis explicaciones:
– Le podría contar muchas cosas más, pero yo creo que ya ha oído usted un resumen detallado.

Ya de pie y estrechándonos la mano me dijo:
– Dé usted por hecho que el año que viene estará instalada una sucursal de la Sociedad de Crédito y Fomento de Ahorros de Barcelona en Torrelavega.

Varios años antes me había venido a buscar mi amigo Valentín Sollet Alonso, con quien solía quedar para pasear por la tarde. Aquel día vino por la mañana. Era la primavera de 1912, el día 20 de abril. Acudimos a la inauguración de la Exposición de Ganados de Torrelavega que se celebraba como todos los años desde 1844. Sólo que en este año había una novedad que queríamos visitar: se acababan de construir nuevos establos donde se exhibían las vacas que acudían al bullicioso ferial de La Llama. Allí se exponían suizas, tudancas, holandesas, pasiegas y, sobre todo, mixtas.
Nos entretuvimos charlando de los desencuentros que se producían entre los comerciantes de Torrelavega y los de la capital. Se había originado uno recientemente. En concreto, al calcular lo que se cobraba al aplicar la tarifa de trasportes enviada desde Barcelona. Estando Santander más lejos que Torrelavega, el precio que se cobraba a los de aquí era 10 pesetas por tonelada más caro. “¿Cómo puede ser esto?”
– No me extraña que haya comerciantes indignados, le dije. El problema no acaba aquí. A todo esto hay que agregar que la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de la provincia de Santander pretende cobrarnos el 2% de la cuota líquida que pagamos al Tesoro.

Esto era algo nuevo, hasta ahora no se cobraba esta cuota a los comerciantes que tenían un establecimiento abierto. Los de aquí proclamaron a los cuatro vientos que estaban de acuerdo con pagar, pero advertían lo que también decía la Ley. Da derecho a constituirse, dentro de cada provincia, a otras Cámaras de Comercio. Y esto no se debía olvidar. Todo fue in crescendo hasta que se produjo el desencadenante definitivo. Este no fue otro que la aparición, en la prensa local, de un artículo firmado por “Un Comerciante” que se preguntaba si no convendría a nuestra ciudad instituir una Cámara de Comercio e Industria local.
Todas las semanas me llevaban a mi despacho, instalado en el negocio que había heredado de mi padre en la calle del Comercio, el semanario El Impulsor. Aquel día, sábado 5 de mayo, leí atentamente esa tribuna firmada por un comerciante que apostaba por la creación de una Cámara de Comercio e Industria local. Se sabía quién era el anónimo firmante. El comerciante no era otro que Julián Urbina Alegre, con tienda de ultramarinos que, además, administró una tienda de ropas y sastrería y regentó la delegación del Banco de Santander en esta ciudad.
Este escrito tuvo gran eco entre los comerciantes y provocó un importante revuelo entre los sectores empresariales de la capital y generó un movimiento en contra de la Cámara provincial. Por ello, esta institución, preocupada por el rumbo que iban tomando los acontecimientos, decidió pasar a la acción. Convocó una reunión en los salones del Círculo de Recreo de Torrelavega con objeto de tranquilizar y convencer a los comerciantes de la conveniencia de tener una sola Cámara para toda la provincia y a lo sumo, crear una “delegación consultiva en Torrelavega, sin voz ni voto”.
Los murmullos fueron constantes hasta que tomó la palabra el torrelaveguense Sixto Payno Juanco y con su buen decir convenció a muchos de los allí presentes. Pero, por fortuna, otros muchos, con una convicción más férrea sobre el portuguesismo, consiguieron frenar las pretensiones capitalinas. Estando así las cosas, y con objeto de ganar tiempo, como mal menor se aceptó la formación de una comisión, de la que formé parte, que estudiara el tema más sosegadamente. Se nos asignó el trabajo de estudiar la propuesta ofrecida por la Cámara Provincial y, por tanto, debíamos decidir sobre dos opciones claramente diferenciadas.
La primera propuesta avalada por la Cámara Provincial consistía en la formación en Torrelavega de una delegación dependiente de la de Santander, posibilidad a la que ya se había acogido Castro Urdiales. La segunda estaba bendecida por varios comerciantes de Torrelavega: crear una Cámara local e independiente.
La decisión fue rápida y clara. No había duda. El dictamen de la comisión fue conciso: “los que mejor defienden los intereses de los comerciantes de Torrelavega son los de Torrelavega”.
Dos meses después, agosto de 1912, solicitamos la creación de la Cámara de Comercio e Industria de Torrelavega al Ministro de Fomento del Gobierno de España. Los trámites administrativos para preparar la solicitud no fueron sencillos. La petición la tuvimos que remitir, para informe, a la Junta Provincial de Fomento de Santander como era perceptivo. Y ésta, a su vez, tenía que enviarlo a la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de la provincia de Santander. Ambas instituciones informaron en contra. Igual que lo hizo el Ministerio de Fomento y por todo ello el proceso ya iniciado se paralizó.
Pasado un tiempo, la Cámara provincial tomó la iniciativa y volvió a mover ficha. Preparó otra reunión, esta vez, en la capital a la que asistimos, representando a los comerciantes de Torrelavega, Julián Urbina Alegre y yo mismo. Pretendían convencernos, una vez más, de los inconvenientes de crear una Cámara local para que así desistiéramos. Pero la nueva oferta era mucho más atractiva: nos ofrecían la posibilidad, esta vez, de crear una “delegación con voz y voto” y con la promesa de distraer del presupuesto de la provincial una parte para el mantenimiento de la nueva delegación.
De vuelta en Torrelavega, trasladamos esta última propuesta a todos los miembros de la comisión de comerciantes en una reunión convocada a tal efecto. Fue estudiada y explícitamente rechazada. Inmediatamente informé a Florencio Ceruti Castañeda. El alcalde, que estaba al tanto de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, conoció de primera mano esta decisión. El máximo mandatario propuso, con gran acierto, que para no volver a fallar, lo mejor era ir a Madrid hasta conseguirlo. No podíamos fracasar otra vez, ni quedarnos esperando acontecimientos.
Aquellas Navidades fueron muy frías. Mi padre, de 67 años, no se encontraba del todo bien. Por ello pasé mucho tiempo en la casa donde vivíamos, en la calle Julián Ceballos cerca de La Quebrantada. A los tres días de la festividad de los Reyes Magos, mi madre trajo el semanario El Liberal Montañés. Lo esperábamos como el agua de mayo. La noticia se había producido y se la leí a mi padre emocionado: El Ministro de Fomento ha despachado favorablemente la solicitud de la creación de una Cámara de Comercio.
El Rey Alfonso XIII, accede, el día 9 de enero de 1913, a la petición hecha por un grupo de comerciantes e industriales de Torrelavega y, mediante una Real Orden, autoriza la creación de la Cámara de Comercio. Pero la supedita al cumplimiento de una serie de requisitos. Una vez cumplidos, el día 14 de marzo de 1913, mediante una segunda Real Orden, se constituye, oficial y legalmente, la Cámara de Comercio e Industria de Torrelavega.
La noticia corrió como la pólvora. La hazaña estaba conseguida. La ciudad lo festejó intensamente: recibimientos, comidas, homenajes. Hasta los medios de comunicación, que casi siempre estaban a la gresca, fueron unánimes en alabar la proeza.
El barón de Peramola solicitó mi opinión acerca de las personas que debían avalar a la Cámara. Le comenté lo que pensaba: que había que contar con los de siempre, con los que llevaban el portuguesismo en la sangre.
Fuimos los comerciantes, y una buena parte de la sociedad civil, quienes avalamos a la incipiente institución. Había que ir al notario a firmar la escritura de compromiso. La fecha escogida, el 21 de febrero, que era viernes. Cuarenta comerciantes y propietarios de Torrelavega acudimos al despacho del notario Mariano Muñiz y Castaño para cumplir con el requisito impuesto en la Real Orden de 10 de enero de 1913, necesario para dar legalidad jurídica a la creación de la Cámara de Comercio e Industria de Torrelavega.
Ese día, el notario Mariano Muñiz y Castaño nos detalló a lo que veníamos: Los aquí presentes se comprometen y obligan mancomunadamente a sufragar todos los gastos que se consignen en los presupuestos anuales de la Cámara oficial de Comercio e Industria de Torrelavega.
Más pronto que tarde es enviada esta escritura a Madrid. El día 7 de marzo llega al ministerio y siete días después se promulga la segunda Real Orden. La firma el ministro Miguel Villanueva y Gómez y aparece publicada días después, el 28, en el número 87 de la Gaceta de Madrid, en su página 782: En vista de haberse cumplimentado por los peticionarios de la creación de la Cámara Oficial local de Comercio e Industria de Torrelavega lo dispuesto en la Real orden de 10 de Enero último, comprometiéndose por medio de acta notarial, recibida en 7 del actual, a sufragar todos los gastos que se consignen en los presupuestos de la Corporación, si los ingresos reglamentarios de la misma, no fuesen suficientes para sostener sus diversos servicios.
Después vendrá la elección de la primera junta directiva. Meses complicados con las disoluciones de la Cámara, nuevos nombramientos, la construcción de la nueva sede y muchas cosas más.
Quiero que conozcan y atiendan, como se merecen, a las personas que conmigo formaron parte del proyecto y a los que Torrelavega y la Cámara deben mucho:
Florencio Ceruti y Castañe­da, barón de Peramola, hombre de bien, que trajo la Cámara y transformó esta ciudad.
César Campuzano Ruiz, con comercio de Ferretería en la calle del Comercio frente a la Plaza Mayor.
El sampedrano, pasiego por los cuatro costados, José Ortiz Ruiz, con comercio de telas en la Plaza Mayor.
Alfonso Pérez Gallego, que heredó el comercio de Platería y Relojería de Antolín Ubalde Martínez al casarse con su hija Encarnación.
Ignacio Pérez Canales, con ferretería primero en la calle de la Estrella y después en la calle José Felipe Quijano.
Alejo Etchart Mendicouague, con fábrica de curtidos, tenería francesa, en la calle Posada Herrera. Y a su sobrino y ahijado, Alexis Etchart Mignaçabal.
El torrecillano Pelayo Moreno Martínez de Pinillos, con comercio de telas Las Tres BBB, en la calle del Comercio.
Antonino Fernández Gutiérrez con Imprenta y Librería en la Plazuela del Sol, esquina con la Consolación.
Manuel Trugeda Cayuso, con tienda de ultramarinos en el número 22 de la calle Consolación, esquina con Argumosa.
Pedro Compostizo Fernán­dez, con almacén de vinos en la Avenida Miguel Primo de Rivera, esquina a la de Carrera.
Y Valentín Sollet Alonso, con fábrica de curtidos, tenería francesa, en Campuzano.

Pero no sé si les he dicho que yo también participé desde los comienzos en la creación de la Cámara de Comercio e Industria de Torrelavega. Que formé parte de la histórica comisión de comerciantes que inició todo el proceso. Además, fui nombrado miembro de la Junta Provisional. Y, posteriormente, elegido para formar parte de la primera Junta Directiva que se votó el día 27 de abril de 1913. Ocupé diversos cargos hasta ser su presidente durante nueve años y también fui alcalde. ¿Todavía no se lo he dicho? Me llamo Isidro y me apellido Díaz-Bustamante Blanco.

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