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Las aguas se agitan

El 7 de noviembre coincidieron tres manifestaciones en las calles de Santander, algo impensable desde hace años. Las manifestaciones, como las huelgas, parecían cosas de otros tiempos más airados y reivindicativos. Basta ver que pocas semanas antes, todas las fuerzas políticas parlamentarias juntas apenas habían conseguido reunir en Madrid a 700 personas en una manifestación de apoyo a los EE UU, tras los atentados.
Las aguas se agitan y no sabemos exactamente por qué. El consumo no ha bajado significativamente en Cantabria. Se compran más coches de lujo que nunca y el nivel de empleo, con no ser bueno, no es tan malo como en el pasado. ¿A qué se debe, entonces? Simple y llanamente, a que el mundo funciona por ciclos y en esos biorritmos parece que ahora nos toca el desasosiego. Lo que antes parecía aceptable, ahora no.
Es cierto que hay factores coadyuvantes, como las regulaciones de empleo pero, sobre todo, hay un efecto contagio que influye poderosamente sobre la opinión general. Basta echar mano de las estadísticas. Durante años, cuando se ha preguntado a los empresarios de Cantabria su opinión sobre la situación económica de las empresas han manifestado mayoritariamente (en torno al 80%) su convencimiento de que estaba mal. Cuando esa misma pregunta se hacía sobre la empresa propia, más del 60% aseguraba que las cosas le iban bien. Obviamente las dos respuestas son contradictorias, puesto que las sumas individuales desmienten la opinión general. ¿Por qué persistía entonces esta creencia que tanto fastidio causaba al Gobierno de Martínez Sieso? Por la rutina y porque una sensación dominante produce un contagio muy rápido.

Otro tanto ocurre con las opiniones políticas. Si se juntan tres cartas al director publicadas en el mismo día con un talante crítico, inmediatamente se crea una sensación generalizada de que los gobernantes sólo crean insatisfacción, porque para el lector ofrece mucho más crédito lo que le ocurre a otro lector que lo que manifiesten las autoridades. De ahí que éstas se cuiden mucho de propiciar cartas de alabanza y traten de evitar con los medios a su alcance el que aparezcan opiniones críticas.
El pesimismo se contagia muy rápidamente, al igual que el espíritu crítico, y eso lo saben perfectamente quienes nos gobiernan. Por eso su obsesión de salir al paso de cualquier dato negativo o las presiones para acallar las opiniones contrarias. Cuando algún historiador analice en la prensa el segundo mandato regional de Hormaechea sacará la conclusión de que todo el mundo estaba encantado con la catástrofe, porque no encontrará ni un solo comentario acerado, ni un asomo periodístico de análisis, ni una carta de repulsa. El temor generalizado al poder y los intereses en juego lo impedían.
Hemos mejorado un poco, pero no mucho. Y esa ventana entreabierta está dando paso a una cierta eclosión del sentido crítico que individualmente siempre es difícil de ejercer, pero que se reafirma al comprobar que se suman más a la protesta. El Gobierno regional posiblemente lo tenga algo más difícil en este final de legislatura, pero tampoco se puede quejar. Martínez Sieso ha tenido seis años de auténtico balneario.

Reinosa: La última oportunidad

La marcha de los trabajadores reinosanos de Alfacel a Santander es una demostración más de lo mucho que cuesta reflotar aquello que se hunde. Todos los esfuerzos personales y económicos que se han realizado en los últimos veinte años para amortiguar el impacto de la reconversión en aquella comarca han dado un resultado tan mediocre que en algunos casos no han pasado de ser un parche temporal a lo inevitable. Es como si la economía se hubiese empeñado en advertir que el futuro ya no pasa por Reinosa.
Después de tantos revolcones, queda la sensación de que es imposible ir a contracorriente y no hay otra solución que el abandono, prejubilando antes o después a toda la comarca. Reinosa quedaría como un reducto del pasado industrial (algo así como Barruelo de Santullán) con más pasivos que activos y sin otra expectativa que la que marque la decadencia física de sus habitantes más mayores, ya que los jóvenes se habrán ido.
Esta estrategia abandonista no es precisamente barata (prejubilar a centenares de trabajadores a partir de 52 años ha costado miles de millones de pesetas) y no da otro resultado que la mera resolución del problema social más grave: el de los adultos que ya no están en disposición de ensayar una nueva vida laboral en otro lugar. Pero en las valoraciones de un político tienen que intervenir muchos otros factores y Reinosa es un problema estratégico.
En veinte años hemos cambiado por completo la estructura demográfica y económica de la región, probablemente de una manera no premeditada. La inmensa mayoría de la población se ha desplazado a la costa para mejorar su calidad de vida y porque las empresas han demostrado que tienen la misma vocación costera. Eso ha provocado un gigantesco vacío en el interior. Un páramo que será absoluto cuando desaparezcan los únicos habitantes que quedan en esta zona rural, la inmensa mayoría con más de 65 años.
Si Reinosa se consume en esta misma decadencia de los pequeños pueblos del interior, desde Los Corrales de Buelna hasta Burgos capital, un eje de alrededor de casi 150 kilómetros, habrá un inmenso territorio sin ninguna población mayor de 5.000 habitantes que lo articule, es decir, la nada. Y no estamos hablando de La Mancha o de los páramos sorianos, sino de Cantabria, un lugar donde siempre estuvo bien repartida la población, donde la tierra es rica y donde ya hay, afortunadamente, buenas comunicaciones transversales.
La decadencia de Reinosa es un problema de región y si no lo entendemos ahora, no habrá otra oportunidad de volverlo a considerar. Se ha puesto buena voluntad, con poco éxito. Habrá que seguir intentándolo con más fuerzas, porque es el último bastión para poder articular más de la mitad de la superficie regional, varios miles de kilómetros cuadrados que son tan cántabros como Noja, Laredo o Santander.

La picaresca en la Bolsa

La Comisión Nacional de Valores se ha soltado el pelo y ha remitido al fiscal las sospechosas operaciones que se realizaron antes de la OPA de Xtrata sobre AZSA. El valor había subido un 30% en los nueve días previos hasta igualarse con el precio que se iba a ofrecer en la OPA, lo cual es mucha coincidencia. Eso, supone miles de millones de pesetas que obviamente no fueron todos a manos del especulador bien informado, pero sí una parte.
Es significativo que la Comisión haya reaccionado ahora y de una manera tan dura cuando ha sido tan benevolente siempre. En 1999 los 20 expedientes que abrió por presunta información privilegiada, se archivaron sin llegar a sanción. En el 2000, pasó lo mismo con los 29 iniciados. Hay que echar la vista a muchos años atrás para encontrarse una multa, algo insólito en un país donde todas las opas han sido anticipadas por el mercado con sospechosísimas subidas previas.
Pero tampoco fuera de la CNMV hay un clima general que sancione estas conductas. El joven sobrino de César Alierta obtuvo más de 300 millones de pesetas en unas pocas semanas invirtiendo 400 millones a crédito en acciones de Tabacalera, la compañía que presidía su tío por entonces, justo antes de producirse dos operaciones societarias que dispararon el valor de la empresa. Tantos ingredientes anómalos no fueron considerados por la CNMV motivo de investigación y si ahora han salido a la luz a través de El Mundo, la información es acogida como una vendetta del periódico contra Alierta, y apenas encuentra eco en otros medios, que tampoco están demasiado interesados en indisponerse con el actual presidente de Telefónica, primer anunciante del país con mucha diferencia.
La opinión pública también asume estos delitos con relativa complacencia, como ocurre con los de índole fiscal o con las recalificaciones especulativas. En España nunca se ha llegado a crear la conciencia de que el robo al colectivo es tan delictivo como el que se hace a un particular, quizá porque casi nadie se siente “colectivo” y basta ver lo que ocurre alrededor.
Tampoco los jueces ayudan mucho. En los dos únicos casos de información privilegiada sancionados en la última década, los de FECSA y Sevillana, uno de ellos ha acabado con la absolución en los tribunales. Aunque está demostrado que el presidente de la empresa anunció a sus hijos que Endesa iba a presentar una opa sobre la compañía y los familiares corrieron a comprar las acciones que se iban a revalorizar fuertemente para sacarle unos jugosos millones a esa información, el juez ha dictaminado que es perfectamente legítimo comentar estas incidencias en casa. El resultado es bien obvio. Si los hijos, ya casados, pudieron escucharlo en la mesa paterna y ellos tenían el mismo derecho a comentarlo en sus respectivas casas con su familia política y estos con los suyos y así sucesivamente, de casa en casa se puede crear un entramado especulativo tan descomunal como descabellado, porque niega cualquier posibilidad de transparencia y buena fe en los mercados. Pero más grave aún es que la sentencia dé por bueno el hecho, moralmente rechazable, de que sólo por ser de la familia de alguien bien informado sobre las evoluciones de una empresa se pueda utilizar en beneficio propio una información que, en realidad, sólo puede ser patrimonio de los accionistas, de todos o de ninguno.
Con estos precedentes no vamos muy lejos y ya es hora de que seamos conscientes de que un país de pícaros es un país tan atrasado en la moral como en la economía.

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