Banco Central Europeo: Aquí no hay despidos
Es probable que a usted le hubiesen despedido si en un año de gestión reduce el patrimonio de la sociedad en un 25% cuando la empresa funciona a todo vapor: Un crecimiento anual del 3,5%, baja inflación, importantes expectativas… ¿Pero qué pasa si el que comete el error es un sesudo grupo de los mejores economistas del Continente con el beneplácito de los políticos? Pues no pasa nada. Europa ha perdido en un año el 25% del patrimonio como consecuencia de la depreciación del euro frente al dólar en esa proporción. Para un americano, adquirir nuestro solar patrio, el francés, el belga o el alemán es cada día más barato. Y el problema es que no aparece en el horizonte el punto de estabilidad.
Algunos pensamos que los primeros descensos eran meramente psicológicos. Al establecer la paridad del euro por encima del dólar era casi un reto para la economía americana para minar esta diferencia e, incluso, podía resultar más operativo para todas las transacciones internacionales que se igualasen euro y dólar. Pero una vez alcanzada, no quedó ahí. El dólar siguió avanzando y el euro retrocediendo hasta el lamentable resultado actual. La fortaleza de un mercado europeo único, que se manifestaba como un coloso capaz de hacer sombra a la economía americana ha quedado en entredicho por un error de cálculo inicial (el euro estaba mal valorado) o por una política monetaria que no ha sabido defender la moneda. Y que nadie se sienta tentado a justificar el ajuste, como en tantas ocasiones, como una corrección técnica positiva, porque recuerda a algunos regímenes políticos belicosos que intentaban convencer a los fieles de que las retiradas eran avances estratégicos hacia las posiciones propias. O se cometió un enorme error de valoración hace un año, o se ha aplicado una política desastrosa desde entonces, porque la evolución económica del continente europeo y del americano no han sido tan diferentes como para necesitar un ajuste de tal calibre.
Desde que Europa apostó por una cesta de monedas hace muchos años, se trataba de evitar las oscilaciones cambiarias que eran utilizadas con demasiada alegría por los países, en función de su coyuntura. Pero todavía quedaba por solucionar el problema causado por los especuladores internacionales capaces de poner contra las cuerdas a toda una divisa nacional. En teoría, con el euro se solucionaban estos problemas, pero en la práctica, la sólida moneda europea navega al albur de vientos que no consigue controlar, mientras el Banco Central Europeo mantiene un tancredismo insólito.
Mientras tanto, importamos inflación sobre todo por la vía del petróleo, que no bajaría en euros aunque el crudo descendiese en dólares.
Alguien debería tener una solución para este tipo de problemas, porque resulta curioso que ahora, asentados en Bruselas, ya no los vivamos como nuestros. El euro pone precio a nuestro patrimonio, a lo que producimos y a nuestro país. Y es hora de que alguien haga algo.