Newton también invertía en Internet

Vivimos en una época de grandes expectativas en cuanto a nuevos negocios, especialmente en el terreno de las nuevas tecnologías, y marcadamente en todo lo relacionado con la telaraña mundial.
En la Inglaterra del siglo XVIII se vivió también una situación similar a la actual. El Nuevo Mundo era entonces quien generaba las expectativas de grandes negocios que se plasmaron para Inglaterra en el monopolio conseguido por la Compañía de los Mares del Sur, en 1711, del comercio con Sudamérica. El éxito de la Compañía fue similar al que tuvo hace un año entre nosotros Terra o, en otras latitudes, Yahoo. El valor de sus acciones se multiplicó con gran facilidad y el público demostró su avidez por demandar títulos.
En aquel entonces Isaac Newton ya había conocido fama y honores. Muchos años antes había enunciado las tres leyes del movimiento y plasmado su teoría de la gravitación universal. Incluso había tenido tiempo para pelearse, como era su costumbre, con todos los demás sabios de la época, desde Robert Hooke a Leibniz, y había despertado su afán de alquimista buscando algún modo de fabricar oro. También se había convertido en el terror de los falsificadores, ejerciendo con celo inusitado su papel de Inspector y luego Director de la Casa de la Moneda y disponía del título de Caballero otorgado por la mismísima Reina Ana.
Con la subida imparable de las acciones de la Compañía de los Mares del Sur el ansia por adquirir acciones de nuevas empresas prometedoras se despertó en la población y aparecieron mil y un negocios que buscaban el favor y la financiación del público. Las propuestas surgían sin parar y los ahorradores adquirían, frenéticamente, acciones de nuevas empresas con cometidos tan arriesgados para la época como hacer potable el agua salada, comerciar con el cabello humano, extraer luz solar de los pepinos u obtener energía de una rueda de movimiento perpetuo. Surgieron incluso empresas con objeto social secreto, que nadie debía conocer, para no perder los enormes beneficios que podrían generar.
Newton no permaneció ajeno a la fiebre especulativa. Si la alquimia no daba resultados, el mercado de valores sí conseguía oro de las piedras. A pesar de que ordenó la venta de sus acciones de la Compañía de los Mares del Sur en abril de 1979, volvió a comprar poco después, contagiado de nuevo con la fiebre. Le quedaba sin embargo, poco tiempo para dictar su famosa frase: «Soy capaz de calcular el movimiento de los cuerpos celestes pero no la locura de la multitud», justo después de que el mercado se derrumbase estrepitosamente ante tanto sobrecalentamiento de los valores, haciéndole perder con creces su inversión.
A la multiplicidad de empresas que surgieron al calor del éxito inicial de la Compañía de los Mares del Sur se les dio en llamar burbujas. De ahí nos ha quedado la expresión «burbuja especulativa». Eran otros tiempos y eran otros mundos. Pero tanto antes como ahora, bien puede decirse que en los nuevos negocios, por grandes que sean las expectativas y el optimismo, no acabará siendo oro todo lo que reluzca.

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