El milagro de los peces

En siete años, Navarra ha perdido un 73% de las hectáreas destinadas al cultivo de espárragos y el censo de agricultores que se dedican a esta actividad ha quedado reducido a la mitad. Sin embargo, en España se consumen más espárragos que nunca. La razón está en las importaciones. Desde que los conserveros navarros empezaron a importar espárragos de Perú y China, abundantes y baratos, el proceso ha sido imparable. Para un consumidor que no siempre es capaz de distinguir calidades, el precio es decisivo y, en un producto que requiere tanta mano de obra y tiene una elaboración tecnológicamente sencilla, ha ocurrido lo que parecía previsible. Ahora llega el producto directamente manufacturado. Ya no hay vuelta atrás: un kilo de espárragos de Navarra cuesta 2,2 euros y el importado no pasa de 60 céntimos.
Las anchoas pueden llevar el mismo camino. Los conserveros italianos vinieron a Santoña en el siglo XIX porque aquí estaba la materia prima. Ahora, la materia prima del Cantábrico se encuentra al borde de la desaparición, como resultado de una pesca poco cautelosa y hay que acudir a importar lo que producen los mares de Argentina, Chile o China, países que se limitan a vender lo que pescan a los transformadores españoles pero que, en cuanto se lo propongan, harán la semiconserva sin ninguna dificultad.

El precio gana a la calidad

Esto es algo que todo el mundo sabe en el sector, pero que nadie se atreve a explicitar. Y saben también que en una actividad tan atomizada, con empresas familiares de escaso tamaño que no han conseguido crear marcas nacionales suficientemente conocidas y con unos envasados equívocos –donde nunca se puede estar muy seguro de si lo que contienen son anchoas del Cantábrico– cualquier importador podría hacerse con un mercado desabastecido o aplicando precios más baratos.
Sudamérica y China no sólo cuentan con un pariente de nuestro bocarte más abundante y barato, sino que pueden filetearlo, salazonarlo y envasarlo con costes muy inferiores. Por tanto, están en condiciones de ponerlo en los mercados comunitarios a precios con los que las empresas españolas no tienen ninguna posibilidad de competir. Es cierto que la calidad de la anchoa americana no es equiparable a la del Cantábrico, pero muchos consumidores ya están recibiendo ese producto y no parecen diferenciarlo. Mucho menos si lo consume horneado sobre una pizza, una prueba capaz de acabar con cualquier vestigio de calidad en algo tan delicado como la anchoa.
En el caso de China el problema puede ser mayor, ya que la calidad de su bocarte es buena, si bien el tamaño es pequeño.

Consorcio reacciona

Es posible que ese temor a verse invadido por las importaciones de bajo precio sea el que está haciendo aparecer las primeras estrategias de defensa. La empresa más fuerte de todas, Consorcio Conservero Español, ha decidido crecer, y cuanto más rápido mejor. Desde hace algunos meses, y bajo la tutela de un exdirectivo del Banco Santander, Vicente Iglesias, ha comenzado a realizar ofertas de compra a cuantas empresas se ponen a tiro y probablemente sean muchas, porque el sector no está para demasiadas alegrías. Ya ha adquirido una compañía tradicional, como Pelazza, y no ha dudado, incluso, en diversificarse, con la compra de una envasadora asturiana de fabes con almejas.
Por tamaño, Consorcio es la compañía que tiene más posibilidades de consolidar una gran marca nacional, reconocida por el consumidor. El precedente de Calvo en el sector del atún es significativo de hasta qué punto el que da primero, da dos veces. En los años 60, Calvo era una más de las empresas del sector, prácticamente irrelevante ante Albo, la marca más conocida. Con una estrategia de marketing muy agresiva y una marca que al oído se confunde con Albo, Calvo consiguió convertirse en la más popular y, por supuesto, desbancar a los que tradicionalmente habían ostentado el liderazgo.
La aparición de marcas reconocibles para el consumidor medio provoca una concentración muy rápida en sectores donde antes reinaba el anonimato. Un proceso que han vivido también otros producto alimentarios, como el queso.

Fábricas infrautilizadas

El caso de los elaboradores de anchoas es singular porque la mayoría de ellos tiene poca cuota de mercado, pero mucha capacidad de fabricación, dado que gracias a los fondos comunitarios del IFOP han construido factorías muy superiores a las necesidades reales de la empresa y a la disponibilidad de materia prima. Cantabria se ha encontrado con la paradoja –por otra parte, perfectamente previsible– de que a medida que disminuía el bocarte, se multiplicaba la capacidad de elaboración, algo así como construir refinerías en aquellos lugares donde se ha agotado el petróleo.
Las fábricas se han convertido en un elemento patrimonial muy valioso, pero no garantizan el futuro de la actividad. Los industriales no podían dejar escapar una oportunidad semejante, con subvenciones del 60% de la inversión, pero son conscientes de que tener gran parte de su potencial productivo sin utilizar es peligroso. Antes o después, alguno de sus competidores aprovechará esa capacidad excedente y dará un susto en el sector. El resto quedará para pequeños reductos de mercado –el destinado a delicatessen– o tendrán que reorientar la actividad, buscando otras líneas distintas, como los precocinados, algo que cada vez resulta más difícil sin marca ni investigación.

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