Una firma manchega construirá la mayor bodega de Cantabria

El lugar que a Cantabria le corresponda en el mundo del vino está todavía por decidir. Aunque en su geografía hay muchos topónimos que recuerdan un pasado vinícola y el Diccionario que hizo Pascual Madoz a mediados del siglo XIX permite constatar la abundancia de plantaciones de vides en el pasado, sólo muy recientemente ha redescubierto la posibilidad de elaborar vinos. Ni el número de bodegas creadas (once, casi todas de pequeño tamaño), ni las cien hectáreas de vides autorizadas permiten recortar el amplísimo margen que nos separa de otras regiones en este terreno.
Cuando no se puede competir en cantidad, conviene hacerlo en calidad y están surgiendo proyectos singulares que pueden situar a Cantabria en el mapa de los buenos caldos. El de Joaquín Sánchez, en Treto, pretende conseguir, además, que deje de ser la única región española que no cuenta con al menos una denominación de origen.
El ambicioso empeño de Sánchez, un aragonés que comparte su vocación de bodeguero con la gestión de su empresa de equipos de radiodiagnóstico para hospitales, es su segunda incursión en la viticultura, tras crear en 1990 una de las mejores bodegas de la región castellano-manchega: Pago Casa del Blanco, en Manzanares (Ciudad Real).

Una microbodega en un palacio

A la calidad de los vinos que se ha propuesto elaborar en Cantabria, debía corresponderle un marco adecuado y ha elegido un magnífico edificio barroco de Treto, el Palacio de los Alvarado, que será la sede de la nueva bodega. Adquirió el inmueble histórico en 2012 y le ha devuelto su imagen y esplendor original tras un laborioso trabajo de reconstrucción, comenzando por la recuperación de la sillería de sus muros, oculta tras una capa de enfoscado.
Forjado, cubiertas, escaleras… todo lo que hay tras los gruesos muros de piedra es nuevo, pero resta aún por construir lo que será el corazón del proyecto, una pequeña bodega en la que se vinificará la uva obtenida en el terreno anexo a la finca. Porque una de las razones por las que Joaquín Sánchez se inclinó por este edificio, frente a otras propuestas de viejas casonas montañesas igualmente atractivas, fueron los amplísimos terrenos que tenía alrededor. Ocho hectáreas de suelo con la composición adecuada para el cultivo de la uva blanca y una topografía con el suficiente desnivel como para evitar los encharcamientos, que son el mayor peligro para las viñas.
Dos eran las variedades que barajó para el primer par de hectáreas plantadas, la godello y la albariño. Dado que busca un producto diferenciado, y el albariño se identifica como un vino gallego, la nueva bodega acabó decantándose por la godello. “Esta uva tiene un gran potencial” –asegura Sánchez– “porque no se la vincula con nada, y nos permitirá hacer grandes vinos de guarda, en barrica; o vinos frescos, jóvenes, muy afrutados y con una gran acidez”.
A las dos hectáreas ya plantadas se unirán otras dos más con uva blanca autóctona, aprovechando los trabajos que lleva tiempo haciendo el CIFA (Centro de Investigación y Formación Agraria) para la recuperación de variedades locales.
Las vides de uva blanca necesitan menos tiempo para producir una cosecha vinificable, así que en tres o cuatro años la bodega de Treto podrá estar en condiciones de sacar sus primeros vinos, que no pretenden pasar desapercibidos, ni mucho menos. Su entusiasta promotor se muestra extraordinariamente ambicioso con los objetivos: “Quiero hacer uno de los mejores godellos del mundo, y pretendo hacerlo aquí porque dispongo de los medios y la gente adecuada”, afirma con rotundidad Joaquín Sánchez.

20 hectáreas más de vides

Para conseguirlo, no le bastará con la escasa producción de la finca de Treto ni con las reducidas posibilidades de la pequeña bodega que va a construir en un anexo al palacio de los Alvarado, una instalación muy tecnificada que le permitirá elaborar unas 30.000 botellas al año. Su proyecto va mucho más lejos y se propone adquirir otras 20 hectáreas de terreno para dedicarlas también al cultivo de la vid, un latifundio que en Cantabria no será fácil encontrar porque no hay fincas de dimensiones semejantes. Además, levantará otra bodega con capacidad suficiente como para transformar toda la uva que obtenga.
Dado que la ODECA fija en hasta once mil kilos por hectárea la posibilidad de acogerse a la denominación de Vino de la Tierra Costa de Cantabria, la nueva bodega podría producir unas 200.000 botellas de vino al año.
Tanto por la extensión de los viñedos que tiene previsto plantar como por la capacidad de vinificación, la futura bodega se convertirá en la mayor empresa vinícola de Cantabria, desplazando a Casona Micaela, que cuenta con unas ocho hectáreas de vides.
Joaquín Sánchez resume así las razones que le han llevado a apostar por Cantabria en su segundo proyecto vinícola: “Pensábamos que teníamos que expandirnos a otras regiones, pero con productos diferenciados. En La Rioja o en las comarcas de Ribera del Duero seríamos una bodega más, mientras que Cantabria, además de atraerme, es la única región de España que no tiene una denominación de origen”. Una carencia que Joaquín Sánchez va a tratar de paliar, intentando conseguir para el vino que elabore el mismo reconocimiento que logró para los caldos de su bodega manchega, una denominación de origen singular como pago.
Cuando dentro de cinco años culmine el desembarco de la bodega manchega en Cantabria, la inversión realizada estará a la altura de la ambición del proyecto –diez millones de euros– y el resultado será una de las mayores bodegas de la cornisa cantábrica.
Precisamente la ubicación en el centro de la fachada septentrional del país le facilitará su uso como plataforma para la distribución por el norte de España tanto de los vinos que produce en Manzanares como los que va a elaborar en Cantabria. Y el rehabilitado Palacio de los Alvarado se convertirá en la punta de lanza para la penetración de sus productos en las comunidades limítrofes.

Diversificación

Detrás de esta aventura enológica no se encuentra una tradición familiar ni la especial vinculación con un territorio históricamente dedicado a la elaboración de vino. En el origen de su proyecto está la coincidencia entre un interés empresarial y una afición que ha desembocado en la creación de una bodega propia.
La matriz del grupo de empresas fundadas por Joaquín Sánchez es Sakura, una joint venture formada en 1983 junto a la actual Konica-Minolta para la distribución en el sector hospitalario español de equipos de tecnología de la imagen importados.
Siete años después de crear esta empresa, Sánchez optó por diversificar e invertir en el sector agrario. Apostó por un producto con valor añadido, como es el vino, y adquirió una finca con 150 hectáreas de viñedo en las proximidades de Manzanares, Ciudad Real. Es allí donde se forjó el carácter de esta empresa familiar, especializada en la elaboración de vinos singulares, cuya calidad ha quedado respaldada por la obtención de la indicación ‘Vino de Pago’, otorgado a aquellas zonas donde se da un microclima y una composición del suelo que les distinguen de su entorno.
En esas 150 hectáreas de viñedos –50 más de las que hay en toda Cantabria–, ha plantado doce variedades distintas de uva –cuatro blancas y ocho tintas–, con las especies que mejor acogida tienen en el mercado: las tintas tempranillo, cabernet-sauvignon, merlot, syrah, petit verdot, malbec, cabernet franc y garnacha; y las blancas sauvignon blanc, chardonnay, moscatel y airén. En la finca nunca se había elaborado vino, así que levantó una bodega que hoy tiene diez mil metros cuadrados construidos.
En la obtención de una denominación de origen propia ha jugado un papel decisivo la singular composición del suelo que se da en 92 de las 150 hectáreas, con una elevada concentración de litio. A partir de esta característica, que aporta una identidad al terruño y a los caldos que produce, y de la aplicación del tratamiento enológico adecuado, la bodega ha puesto en el mercado vinos de gran calidad, con las marcas Quixote y Lithium, para los tintos, y Castillo de Pilas Bonas, para los blancos.
A ellos se sumarán, dentro de cinco años, los vinos que Joaquín Sánchez y su entorno familiar –en el que existen varios enólogos– comenzarán a elaborar en Cantabria. La suya será una aportación muy notable para que la región alcance una relevancia en el mundo del vino que hoy no tiene.

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