Frutos secos con etiqueta cántabra
Puede parecer una paradoja hablar de las posibilidades que el cultivo de ciertos frutos secos ofrece a la menguada agricultura de una zona húmeda como Cantabria, pero es en climas como el del litoral cantábrico donde los nogales y avellanos mejor se adaptan y donde más abundan las plantaciones irregulares de estas especies, cuyo fruto –más sabroso y de mayor tamaño que las variedades importadas– es especialmente apreciado por los consumidores.
La recolección de estos frutos, crecidos espontáneamente en las lindes de las fincas y cerca de los arroyos, es desde tiempo inmemorial una práctica que anuncia la llegada del otoño en muchos pueblos de Cantabria, pero un puñado de agricultores ha dado el paso hacia la plantación industrial de nogales –y, en menor medida, de avellanos– que faciliten la explotación comercial de un producto en el que España es notablemente deficitaria.
En los últimos cinco años, se han puesto en marcha varias plantaciones de avellanos en localidades como Udalla o Santa María de Cayón, y de nogales en Anievas, Ampuero, Hoz de Anero y Entrambasaguas que totalizan algo más de 30 hectáreas, una cifra muy alejada aún de las grandes superficies de nogales que se encuentran en explotación en comunidades como Extremadura, Cataluña o Valencia, pero que marca un camino en la búsqueda de cultivos alternativos que permitan un mejor aprovechamiento de una agricultura tradicionalmente supeditada a las necesidades ganaderas.
Las iniciativas de nuevas plantaciones provienen en muchos casos de agricultores de nuevo cuño, para los que la comercialización de frutos secos es un complemento de otras actividades, como el turismo rural, en el caso de la plantación de Anievas. También pueden responder a un proyecto de futuro, no exento de romanticismo, como el que ha impulsado a un empresario de Eibar a invertir cien millones de pesetas en tierras para plantar en Ampuero diez hectáreas de nogales, avellanos y manzanos como herencia para sus descendientes.
Un mercado deficitario
España es, tras Alemania, el mayor importador del mundo de nueces. La tala masiva de nogales que a partir de los años cuarenta arrasó el patrimonio nacional de estos árboles, impulsada por la elevada cotización de su madera, hizo caer en picado la producción de frutos. Aunque desde 1975 se ha iniciado una lenta recuperación de este árbol gracias a las plantaciones regulares, lo cierto es que las cerca de 9.000 toneladas anuales de nueces que se producen en España están aún muy lejos de las más de 24.000 que se alcanzaban en los años treinta. La insuficiencia de oferta es suplida en buena medida por Francia, de donde importamos tanto nuez como avellana de mesa.
Mientras que la producción nacional de avellana se concentra mayoritariamente en la zona de Reus (Tarragona), más de un tercio de la cosecha española de nueces se recolecta en las comunidades del Cantábrico, especialmente en Galicia (2.900 Tm/año) y el País Vasco (736 Tm/año), mientras que Cantabria juega un discretísimo papel con apenas 80 toneladas recolectadas, de las que la mitad proceden de las plantaciones regulares puestas recientemente en marcha.
Dificultades topográficas y minifundio
A pesar de la idoneidad del clima, la difícil orografía de regiones como la cántabra, que se acentúa en el caso de Asturias, y la estructura de la propiedad de la tierra explican, en parte, la escasa dedicación que ambas comunidades han prestado a estos cultivos, a pesar de estar especialmente dotadas para ello.
Conseguir un rendimiento aceptable en las plantaciones de nogales requiere una extensión mínima de cuatro o cinco hectáreas, un tamaño de fincas no muy común en Cantabria, donde predomina el minifundio. Por otro lado, el terreno debe ser lo más llano posible para facilitar la mecanización de las tareas agrícolas, especialmente la recolección, que ya no se realiza vareando los árboles, sino mediante tractores con vibradores y sistemas de aspiración. Los terrenos con poco declive, que serían los más apropiados para estas plantaciones, están en la zona costera y, a su elevado coste se añade el que tradicionalmente se han dedicado a explotaciones ganaderas intensivas.
El cultivo de nogal exige marcos de plantación muy amplios, de 8×8 metros, lo que indica que una hectárea no puede acoger más de 100 o 150 árboles.
Los rendimientos actuales oscilan entre 1.000 y 1.500 kilos de nuez por hectárea. Al precio que se pagan los frutos secos al productor en la zona de Liébana –400 pesetas el kilo de nuez y 300 pesetas el de avellana–, esto significa un rendimiento bruto de medio millón de pesetas por hectárea.
Los costes de plantación de una hectárea de nogales, incluyendo la compra de árboles, el abonado y el sistema de riego por goteo, asciende a unas 700.000 pesetas –algo más si se trata de avellanos–, a las que es imprescindible añadir otras 250.000 pesetas anuales para mantenimiento de la explotación que, aunque apenas exige trabajos de poda, requiere tratamientos contra plagas como la bacteriosis. Tanto para la inversión inicial como para los gastos de mantenimiento se puede contar con subvenciones a través de la Consejería de Ganadería y Agricultura.
Los ejemplares que se utilizan como plantón son variedades injertadas de procedencia francesa o californiana, cuyo precio en vivero no sobrepasa las dos mil pesetas y que al cuarto año empiezan ya a producir cosechas apreciables.
Variedades cántabras
El Centro de Investigación y Formación Agrarias de Muriedas, dependiente de la Consejería de Ganadería, trabaja desde hace tiempo en la obtención de ecotipos de variedades locales, adaptadas al terreno. En la actualidad realiza las pruebas de testaje que desembocaran en la selección de tres o cuatro clases de nogal y otras tantas de avellano. Estas especies autóctonas podrían ser la base para la formación de unas variedades nacionales de las que España todavía carece, a pesar de la enorme riqueza genética que en este campo atesora la Cornisa Cantábrica, donde los árboles no se han injertado y todos los ejemplares han nacido de forma espontánea o proceden de la siembra de nueces.
Otro de los atractivos de las plantaciones de nogales reside en el elevado valor que tiene su madera, una de las más apreciadas en ebanistería y que se cotiza a 300.000 pesetas el metro cúbico. Cierto que hasta que el árbol sea maderable habrán debido de pasar 40 años, pero el valor que ese aprovechamiento final añade a la explotación convierte las plantaciones de nogales en una de las alternativas más interesantes para una producción agraria que, como la cántabra, necesita diversificarse.