AMICA: La empresa que se creó para generar empleo cumple 20 años

Hay un nexo común entre ámbitos tan aparentemente dispares como una atención hospitalaria, la pernoctación en un hotel, una comida de empresa, la travesía en uno de los ferries que nos comunican con Gran Bretaña o una jornada de trabajo en una acería. Toda la ropa que se utiliza en buena parte de esas actividades, ya sean sábanas, manteles o uniformes, se confeccionan, lavan y planchan en instalaciones creadas por Amica.
Transcurridos veinte años desde que esta asociación puso en marcha su proyecto de integración social y laboral, 2.209 personas con discapacidad se han servido de las acciones de formación y orientación laboral prestada por Amica a través de las empresas de su centro especial de empleo (Soemca) y 1.252 han conseguido un trabajo fuera.
Cifras como éstas hablan del éxito de una iniciativa que en realidad tiene sus orígenes siete años antes, cuando un grupo de padres y profesionales (psicólogos y terapeutas), decidieron organizarse en una asociación que atendiera las necesidades de esas personas. En esa búsqueda para dotarles de una mayor autonomía faltaba dar un paso, el que separa a una persona con discapacidad del mundo laboral.

Una cadena de valor en torno a la ropa de cama

Aunque fuese un centro especial de empleo debía actuar como cualquier otra empresa y el primer paso fue la creación de un pequeño taller de confección en el que empezaron a trabajar seis mujeres con discapacidades auditivas e intelectuales.
Los primeros encargos de cojines, fundas y edredones para tiendas de Torrelavega dieron paso, poco a poco, a una especialización en ropa hospitalaria, equipamiento para hostelería y uniformes de trabajo. Una actividad en la que actualmente trabajan 22 personas y que se ha convertido en el primer eslabón de la cadena laboral diseñada por los responsables de Soemca.
En su búsqueda de nichos de mercado poco explotados y accesibles para sus trabajadores, la dirección de este centro especial de empleo encontró un sector que, en la Cantabria de los primeros años noventa se encontraba en serias dificultades, la lavandería industrial. La de mayor tamaño, Garbia, situada en Raos, estaba a punto de cerrar y el resto eran empresas familiares de pequeñas dimensiones que sobrevivían a duras penas. En aquellos años, los grandes centros hospitalarios, como Valdecilla, todavía no habían externalizado este tipo de tareas y lavaban su propia ropa. Lo mismo ocurría con los establecimientos hoteleros, con los geriátricos o con muchos restaurantes, con lo que la clientela de las lavanderías se limitaba a necesidades puramente domésticas. Para atender a ese mercado, Soemca había puesto en marcha en 1991 unas pequeñas lavanderías comerciales en Torrelavega y Reinosa pero faltaba una empresa capaz de ofrecer ese servicio a los grandes clientes potenciales y decidió cubrir ese hueco con la creación de una lavandería industrial (Alba), aprovechando el éxito obtenido en el concurso convocado en 1994 por el Insalud para el Hospital Sierrallana.
Apoyado en su taller de confección, Alba acudió a esa licitación con una propuesta prácticamente inédita en España, la de ofertar, además del tradicional servicio de lavado y planchado, las prendas de ropa que el centro fuese a necesitar, en régimen de alquiler. De ese modo, el centro hospitalario torrelaveguense fue el primero de España que no tenía lavandería y tampoco era propietario de la ropa que utilizaba. La obtenía permanentemente limpia y a su disposición bajo una fórmula de renting que años después se ha generalizado en muchos otros ámbitos.

El trampolín de los fondos europeos

Para hacer frente a ese salto de escala que representaba un centro como el de Sierrallana, Soemca adquirió, con las ayudas procedentes del Proyecto Horizon, la nave que había albergado la fundición de Talleres Obregón, en Torrelavega, donde instaló una maquinaria de lavado y planchado, con un nivel de tecnificación insospechado para procesos aparentemente tan básicos.
La buena marcha de esta línea de lavandería industrial y la captación de nuevos clientes llevó a la sociedad a abrir, tiempo después, un nuevo centro en Maliaño. También en este caso se aprovecharon las naves de una antigua acería, los Talleres Benito Martínez, a la entrada del Polígono de La Cerrada. Con sus 6.000 metros cuadrados, la planta de Lavandería Alba en Maliaño duplica en extensión a la de Torrelavega y es una de las mayores instalaciones del norte de España.
Como cualquier actividad que tenga en la hostelería uno de sus mayores clientes, el lavado industrial es marcadamente estacional. La producción de la planta de Torrelavega varía entre los 3.500 kilos diarios de ropa que lava en temporada baja a los más de 7.000 kilos de la época vacacional. En el caso de la planta de Maliaño, especializada en ropa sanitaria, la oscilación es algo menor, entre los 14.000 kilos diarios que se procesan en esta época del año y los cerca de 20.000 del verano.
Los clientes a los que atienden estas dos grandes plantas son muy variados e incluyen la totalidad de los centros hospitalarios del Servicio Cántabro de Salud –excepto el Hospital de Laredo–, grandes hoteles como el Real o el Santemar, 140 restaurantes y un buen número de residencias de ancianos. También lavan y planchan la ropa de trabajo que se utiliza en empresas como Sidenor, Equipos Nucleares o Gerposa y la que equipa los camarotes y comedores de los barcos de Brittany Ferries que hacen escala en Santander. Recientemente ha conseguido captar como cliente al ‘Cap of Finisterre’, la embarcación que ha sustituido el «Pride of Bilbao» para unir el puerto de Santurce con el de Portsmouth.
Además de las pequeñas lavanderías comerciales y de estas dos grandes plantas industriales, el grupo Alba ofrece una variante aún más flexible: desplazar equipos de trabajo a los centros que así lo deseen para realizar in situ el servicio de lavado y el mantenimiento. Con esta fórmula gestiona las lavanderías de varias residencias, como la privada de Los Robles en Mortera, los CAD (Centro de Atención a la Dependencia) de Cueto y Sierrallana, el Centro Hospitalario Padre Menni y la Fundación Obra San Martín. Soemca tiene desplazados unos 50 trabajadores con discapacidad que conviven, perfectamente integrados, con la plantilla de esos cinco centros. “En la legislación actual ya se habla de ‘enclaves para trabajadores’ que son” –explica José Luis Murillo, el director general de Soemca, “pequeños núcleos de personas con discapacidad que trabajan dentro de una empresa ordinaria; pues bien, eso lo venimos haciendo nosotros hace veinte años”, subraya orgulloso.

Reforzamiento en el sector hotelero

La hegemonía de Lavanderías Alba en el sector hospitalario, aunque sujeta siempre a concursos públicos, no se corresponde con su más modesta implantación en el hotelero. Esto se explica por su carácter local, una condición que debilita a la empresa cántabra la hora de negociar con la grandes cadenas nacionales de hoteles frente a competidores como la vasca Indusal, que abrió una planta en Cabezón de la Sal en 2004 y está presente en más comunidades autónomas. No obstante, la situación de Alba en este terreno puede mejorar sustancialmente gracias a un acuerdo de colaboración con el Grupo Flisa, perteneciente a Fundosa (ONCE) y líder en el sector de la lavandería industrial en España, con el que ya ha podido captar dos grandes cadenas hoteleras.

El problema de la pérdidas de ropa

La fórmula del alquiler de ropa, que tan buena acogida ha tenido entre sus grandes clientes comporta, sin embargo, un serio riesgo para Lavandería Alba: la ropa que nunca retorna y desaparece. Otro problema lo plantean los uniformes hospitalarios que acaban siendo lavado en casa por sus usuarios y, por tanto, nunca llegan a generar el negocio previsto por Soemca cuando los adquirió. De los 30.000 uniformes que ha proporcionado a Valdecilla, tan solo se devuelven para su lavado el 17% y todos los años desaparecen unas 20.000 sábanas de ese centro hospitalario. “Nosotros amortizamos esa prendas a base de lavados” –explica Jose Luis Murillo–, “y para conseguir pagar los siete euros que nos cuesta una sábana tenemos que lavarla 90 o 100 veces”.
Para evitar este grave trastorno económico, SOEMCA ha optado por una solución tecnológica que aplica desde hace dos años en el Hospital de Sierrallana: la instalación de un chip en las prendas de ropa que les permite controlar el uso que se hace de ellas. Si las negociaciones con las autoridades sanitarias llegan a buen puerto, este sistema se complementará con otro ya probado en los grandes centros hospitalarios europeos y en varias comunidades españolas. Consiste en la instalación, tanto en Sierrallana como en Valdecilla, de un dispensador automático de uniformes, una especie de cajero en el que el personal sanitario puede retirar nuevas prendas de trabajo listas para su uso, tras identificarse con una tarjeta que permitiría comprobar si ha devuelto los uniformes para su lavado.

El objetivo de la integración laboral

Entre el taller de confección y su cadena de lavanderías, Soemca suma en este momento unos 350 trabajadores. A pesar de la larga crisis, no sólo ha logrado mantener todos los puestos de trabajo sino que incluso ha crecido un poco con la captación como cliente del ferry ‘Cap Finisterre’ el pasado verano.
Para evaluar los logros de Amica en la inserción laboral hay que sumar también los 110 trabajadores del Centro Entorno, en Candina, especializado en la recuperación y reciclado de envases. Este ámbito del medio ambiente lo ha dejado en manos de otra filial, Saema, que gestiona el Punto Limpio de Astillero y colabora con el Gobierno cántabro en la recuperación paisajística de lugares degradados.
Esta condición de empresas atípicas, donde el objetivo último es la inserción laboral de sus trabajadores, sitúa a los Centros Especiales de Empleo de AMICA en una curiosa situación, la de formar a personas con discapacidad para que, si es posible, acaben trabajando en otras empresas. En este proceso, a la par que cumplen su fin social, los centros de trabajo de esta asociación se descapitalizan de sus mejores recursos humanos. Una circunstancia que no debe repercutir en el servicio que prestan a sus clientes, por lo que una de las claves de estos centros es la formación continua.
Pero esta paradoja, en realidad, mide el éxito de una iniciativa que ha servido para ayudar a la realización de un proyecto vital en personas que, para ello, han tenido que superar muchos más obstáculos que los demás.

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