Lolín se lanza al mercado de los túnidos

Con unas instalaciones que sobrepasan con mucho las dimensiones de cualquier otra semiconservera y una marca consolidada en la gama más exigente de la anchoa –la que se destina a hostelería y delicatessen–, si alguna interrogante cabe plantearse sobre el paso dado por Lolín al lanzarse a la elaboración de túnidos es la razón por la que se ha demorado tanto.
La idea de contar con una planta propia de bonito, en lugar de encargar su elaboración a otras firmas, hace tiempo que formaba parte de las estrategias de futuro que venían manejando los responsables de la empresa, pero faltaba el empujón final. Llegó en forma de amenaza, cuando se interrumpió bruscamente la posibilidad de aprovisionarse de bocarte del Cantábrico, la materia prima que ha sido la razón de ser de la empresa desde su fundación, hace más de 50 años. La diversificación aconsejada por sus asesores comerciales ya no era una cuestión de estrategia, sino de supervivencia.
El resultado ha sido la creación de una fábrica de túnidos que ha ido más allá de lo inicialmente pensado y con la que Lolín confía en repetir el éxito logrado con las salazones y semiconservas.

Cuestión de supervivencia

La posibilidad de iniciar una nueva línea de productos comenzó a cobrar fuerza en 2004, cuando los dos hijos de Manuel Gutiérrez Elorza (Lolín), se incorporaron plenamente a las tareas de dirección de la empresa. El análisis que se hizo entonces de la implantación de la marca y de sus redes comerciales apuntaba ya la necesidad de dejar de depender de un solo producto y ampliar la gama de referencias.
La primera idea que se barajó fue adquirir fuera de Cantabria una empresa conservera que pasaba por dificultades. Pero teniendo en Castro unas instalaciones que podían albergar cómodamente la nueva fábrica y con el apoyo manifestado por el Gobierno cántabro para que la iniciativa no saliera de la región, Lolín optó por realizar la producción de bonito también en la localidad castreña.
Con todo, la puesta en marcha del proyecto se habría demorado algo más de no haberse producido la drástica caída de las capturas de anchoa en el Cantábrico, que les hizo tomar conciencia del riesgo que corrían al depender sólo de la semiconserva.
Recurrir a bocartes de caladeros americanos, africanos o asiáticos, como han hecho otros fabricantes, sería incompatible con la estrategia de la empresa de utilizar exclusivamente la materia prima local. Por ese motivo, tras el cierre de la costera del bocarte de 2005 a poco de su inicio, Lolín llegó a plantearse el recurrir una regulación de empleo. El problema de la insuficiencia de materia prima se pudo soslayar con las escasas capturas de 2006, en las que Lolín no reparó en gastos (llegó a pagar a 26 euros el kilo) para hacerse con el 70% de todo el bocarte que adquirieron las semiconserveras.
El mal trago sirvió para acelerar la puesta en marcha de la planta de túnidos, en unas circunstancias que el consejero delegado de Lolín, Jesús Gutiérrez, explica gráficamente: “Ya no se trataba sólo de posicionarnos en el mercado con productos nuevos, sino de un asunto de supervivencia”.
El proyecto cobró tal impulso que desbordó las dimensiones de la planta prevista. Las diez toneladas diarias de bonito y atún que pensaba producir, se convirtieron en 25, lo que alejaba el riesgo de no poder atender la demanda si la nueva línea de productos lograba una penetración similar a la que ya tiene la empresa con la anchoa.
La inversión también se multiplicó y Lolín ha acabado por emplear más de siete millones de euros en la compra e instalación de maquinaria. La nueva fábrica ocupa una de las plantas del edificio que alberga desde hace nueve años la semiconservera, cuya superficie se aproxima a los 16.000 metros cuadrados. De ellos una cuarta parte está ocupada ahora por las cortadoras, jaulas, cocederos, autoclaves y empacadoras de esta moderna fábrica de túnidos.
Para hacerla funcionar, Lolín ha contratado a 60 personas, buena parte de ellas de Santoña, a las que ha formado no sólo en las técnicas para elaborar bonito, sino también en las habilidades que requiere el fileteado de la anchoa. De esta forma, la plantilla, que suma ya 170 personas entre ambas fábricas, tiene una polivalencia muy útil para resolver puntas de trabajo como las que se han producido las pasadas navidades, en las que se ha tenido que paralizar la fabricación de bonito para poder atender los pedidos de semiconservas.

Mercado en Europa

En los seis meses transcurridos desde que comenzó a funcionar la planta de túnidos, Lolín ha elaborado 600 toneladas de bonito y más de 200 de atún en diversas preparaciones y formatos. Al igual que ocurre con la anchoa, una parte significativa de esta producción está destinada a la hostelería, un sector prácticamente desatendido por los fabricantes de bonito y para el que Lolín ha recuperado los formatos grandes y el empaque a mano.
Además del mercado nacional, la firma castreña confía en abrirse paso con la nueva línea de túnidos en Italia, donde las anchoas y conservas elaborados en nuestra región tienen tradicionalmente muy buena acogida. Suiza y Alemania, en cuyas ferias de alimentación ha participado recientemente, son también países idóneos para estos productos. Y a ellos podría sumarse la zona sur de Estados Unidos, si prosperan las conversaciones que mantiene la empresa castreña con una red de distribución que tiene base en Florida. Un esfuerzo de promoción en el mercado internacional que tendría mucho ganado si la empresa pudiera contar con el respaldo de una denominación de origen que amparase la materia prima del Cantábrico.

Una marca para el pescado del Cantábrico

La obtención de una marca que avale la calidad de la pesca capturada en el Mar Cantábrico es un viejo caballo de batalla de esta empresa familiar. Jesús Gutiérrez ha sido uno de los promotores del Congreso Internacional del Mar Cantábrico que se celebró en Castro Urdiales el pasado mes de julio y que sirvió de foro de encuentro de responsables políticos, pescadores, fabricantes y distribuidores interesados en añadir valor a la materia prima que procede de estas aguas. El consejero delegado de Lolín se muestra convencido de que las subvenciones para que las empresas acudan a las ferias estarían mejor empleadas por los gobiernos regionales en promocionar en Bruselas y entre los grandes distribuidores las excelencias de la propia pesca del Cantábrico: “Tenemos el mejor producto y no sabemos venderlo”, enfatiza Jesús Gutiérrez, que es partidario de una marca única que ampare a toda la zona y a todo tipo de pescado. “Yo no concibo que tengamos una marca de anchoa del Cantábrico y otra de bonito del norte; nos guste o no, vivimos en un mundo globalizado”, recalca.
Pero la cuestión que en este momento tiene en vilo al sector de la semiconserva es la escasez de anchoa en el Golfo de Vizcaya. La incertidumbre de los últimos años sobre si habría o no costeras ha dificultado mucho la planificación de las empresas, sobre todo si, como en el caso de Lolín, se descarta el aprovisionamiento en otros caladeros.
Con la veda mantenida hasta el próximo mes de junio, la firma castreña dispone todavía de recursos procedentes de la costera de 2006 y de una reciente compra en las lonjas inglesas. El portavoz de Lolín se muestra optimista sobre la recuperación de la especie y critica la sensación de crisis que los propios fabricantes de anchoa han transmitido sobre el futuro del sector. En cualquier caso, la creación de la planta de túnidos no sólo le abre las puerta a mercados todavía inexplorados, también le permite esperar con más tranquilidad la recuperación de lo que durante medio siglo ha sido su seña de identidad, la anchoa del Cantábrico.

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