Los hitos de la historia económica de España (I)

Si a cualquier habitante de Castilla en 1470 le anticipan lo que iba a ocurrir allí en poco tiempo, sencillamente no se lo hubiera creído. En aquellos años la Península Ibérica estaba dividida en cinco reinos: Castilla, Portugal, Aragón, Navarra y Granada, este último musulmán. Es cierto que los reinos cristianos hicieron la llamada Reconquista juntos, pero cada uno de ellos mantuvo en todo lo demás su independencia y costumbres distintas.
El más fuerte en todos los sentidos era Castilla, que además de ser el más grande –ocupaba 350.000 km2– era el más poblado, con unos siete millones de habitantes. Doblaba en población y extensión a todos los demás juntos. A pesar de eso, Castilla era demasiado joven por entonces y le faltaba madurez histórica. No tenía una estructura política ni un entramado legal suficiente.
Los problemas internos afloraron cuando apenas quedaron musulmanes contra los que luchar ni territorios que conquistar. Era un reino que había vivido prácticamente con el armamento encima. A partir de ese momento, era necesario organizar aquello de una forma medianamente razonable porque, como cabía esperar, a falta de un enemigo común, los señores de la guerra castellanos se dedicaron a pelearse entre ellos, encuadrados en las facciones de Pedro I y Enrique II, lo que acabó con este último en el poder y con él la dinastía Trastamara.
En Castilla había dos zonas claramente definidas. Las revueltas de los mudéjares habían obligado a Alfonso X el Sabio a conceder más tierras y más privilegios a los nobles asentados en el sur, mientras que en la cuenca del Duero surgía una clase más pacífica y trabajadora que constituyó un núcleo burgués nada despreciable. Una clase media de artesanos y mercaderes, culta y en su mayor parte de origen judío, que daba vida a los burgos y que rivalizaba en poder con el rey y los nobles.
Aragón era sustancialmente distinto, al tratarse de una federación de reinos –Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca– jurídicamente distintos. Todos ellos contaban, además, con una larga tradición institucional, aunque fuese con una estructura feudal, y tenían previsiones legales de un sinnúmero de situaciones, desde cómo celebrar las Cortes hasta la regulación interna de los gremios. En Castilla no había nada de eso y era presa fácil para el absolutismo real, pero también esa circunstancia le daba más flexibilidad para adaptarse a los cambios.

Fernando e Isabel
En este estado de cosas se produjo la llegada al trono de los Reyes Católicos, de una forma no demasiado ortodoxa. Isabel era heredera del trono por el Tratado de los Toros de Guisando, en detrimento de la hija de Enrique VI llamada Juana La Beltraneja, pero no se podía casar sin autorización real. No obstante, se casó con Fernando sin permiso ni conocimiento de su hermano, el cual la desheredó al enterarse. Pero cuando murió el rey, Isabel se hizo proclamar reina, ella tenía veintitrés años y la Beltraneja doce. Ni siquiera lo supo su marido, que tuvo que conformarse con un arreglo político parcial, la llamada Concordia de Segovia, que le permitió participar en el gobierno pero no en la administración ni en la sucesión, o sea que la reina era ella. Por su parte, Juana la Beltraneja, con el apoyo de los nobles estipuló el matrimonio con el rey de Portugal, lo que definitivamente daba lugar al conflicto. La guerra que se ocasionó la ganaron los Reyes Católicos que a partir de entonces se dedicaron a poner orden en Castilla.
En poco tiempo se desarrolló una catarata de acontecimientos. España se organiza como país, termina la Reconquista, descubre América, vence a Francia, se adueña de Italia y de la noche a la mañana se convierte en la primera potencia mundial. ¿Cómo se llegó a producir todo esto? Es algo para lo que todavía no hay una explicación suficiente. La labor de los reyes fue extraordinaria sin duda alguna, pero todo aquello no pudo ser obra de dos persona nada más y quizá pudo deberse al calado que la idea de unidad tuvo entre la población.

La hacienda
Sin hacienda no hay estado, pensaron los reyes, y un estado moderno como el que se estaban creando, con todos sus servicios, tenía muchos mas gastos que antes. Además, fueron conscientes de que la economía oficial no podía sustituir a la privada y también se ocuparon de ella, que por entonces era fundamentalmente la economía de la lana. Ambos aspectos fueron la preocupación del reinado.
La hacienda de Castilla partía de una situación de completo desastre. En tiempos de Enrique VI se ingresaban unos 10 o 12 millones de maravedíes, una cantidad ridícula para un reino de semejante tamaño. En lugar de crear nuevos tributos, los reyes pusieron énfasis en cobrar los que había y para ello reorganizaron el tinglado hacendístico. En cuatro años doblaron los ingresos y a fin de siglo eran ya de 300 millones, lo cual dio para construir un imperio.
En Aragón las cosas eran bastante distintas. Con una organización de partida mucho mejor, los ingresos estaban controlados tradicionalmente por las Cortes y la Diputación y sufrieron muchas menos modificaciones.
En política económica los monarcas siguieron una tendencia proteccionista, sobre todo Isabel, y alentaron la producción con detalles que hoy pueden parecer modernos, como las ferias exposiciones, con premios al mejor artículo o al mejor fruto; se ocuparon de reglamentar cuidadosamente los precios y los mercados con un afán de dirigirlo todo y sin comprender que tanta intervención, como se diría hoy en día, en vez de evitar abusos lo que hacía era entorpecer las transacciones.

La lana
Desde el punto de vista privado la mayor preocupación de los Reyes Católicos fue favorecer la economía de la lana y es que en aquellos momentos la lana de las ovejas merinas gozaba de una gran fama y estaba entre las más cotizadas del mundo. El sector tenía una agrupación de ganaderos muy poderosa denominada La Mesta, que se ocupaba de la organización de los rebaños en sus migraciones y del mantenimiento de las cañadas, los pasos fijos utilizados en la trashumancia de los rebaños del norte al sur. Su aportación a las arcas del Estado en concepto de servicio y montazgo no era despreciable y si a mediados de siglo suponía 1,5 millones de maravedíes, al finalizar el mismo ya era de seis millones.
Las ventas se concentraban en tres lugares: la feria de Medina del Campo y las de Villalón y Rioseco, mientras que el Consulado del Mar, que se estableció en Burgos en 1493, distribuía las lanas por los puertos del Cantábrico, donde se embarcaban para Francia, Alemania y, sobre todo, para los Países Bajos. No obstante, no toda la lana se exportaba sino que una parte permanecía en la Península. Con ella se elaboraban los famosos paños de Segovia.
Alrededor de la lana había todo un entramado económico. Desde los pastizales de La Mancha o Extremadura hasta los telares flamencos estaban implicados en esta economía, además de ganaderos, mercaderes o marineros. De la lana se decía textualmente que era “la principal sustancia destos reinos”.
Pero como pasa con casi todo, lo que es bueno para unos es malo para otros y la hegemonía del ovino acabó por perjudicar a la agricultura. Las tierras de labor quedaron convertidas en pastizales y se talaron bosques enteros para obtener pastos, lo que probablemente contribuyó de forma decisiva a la deforestación de la Meseta castellana.
Como el sustento alimenticio hay que sacarlo de algún lado, los reyes pensaron sustituir la escasa producción cerealista de la Península por la de Sicilia, que pertenecía entonces a la corona de Aragón y era el granero del Mediterráneo. Esta fórmula económica: lana de Castilla y trigo de Sicilia funcionó casi dos siglos.
Fue una forma de entender la estructura económica de España, más o menos acertada, según los historiadores, porque siempre será materia de discusión si es preferible cultivar como sea y al coste que sea en una tierra pobre que no da más de sí, o especializarse en otras actividades, como hicieron los Reyes Católicos.

La población
Donde seguro que no hubo acierto fue en la forma de afrontar la diversidad humana que habitaba en España. Cisneros impuso con respecto a los musulmanes la política de tabula rasa como si los granadinos fuesen salvajes o algo parecido, lo cual provocó sublevaciones y represiones y acabó por convertir este grupo humano en una minoría marginal agraria, los moriscos.
Desde un punto de vista económico, aún fue más negativa la expulsión de los judíos que residían en la ciudades y que gozaban de mayor influjo social. Terminada la guerra de Reconquista, y como ya había pasado en otros lugares de Europa, se ordenó salir en el plazo de cuatro meses a todos los que no quisieran convertirse. Un cálculo prudente señala que tuvieron que irse alrededor de 150.000 judíos y la repercusión económica fue muy elevada, dado que eran personas cultas, ricas y hábiles y formaban el núcleo más avanzado de la clase mercantil de entonces. España se quedaba casi sin burguesía en el momento en que iba a descubrir América; pero claro eso no lo sabían ellos ni nadie, por no saberlo no lo sabía ni el propio Cristóbal Colón.

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