Un icono para Santander

La Fundación aportará los 50 millones de euros que costará el proyecto de su futura sede, a sabiendas de que, al final de la concesión, el centro pasará a ser propiedad del Estado, que no pierde la titularidad del terreno. Algo que ha llamado la atención del arquitecto ha sido este consenso inicial sobre un espacio urbanísticamente complejo, en el que entran tres importantes piezas casi siempre difíciles de encajar: el Gobierno de Cantabria, el Ayuntamiento de Santander y el Ministerio de Fomento, titular del Puerto, sin dejar de lado, claro está, a la propia Fundación Marcelino Botín, deseosa de que en la ciudad quede su impronta con un gran centro cultural.
La Fundación ha programado en los últimos años varias exposiciones de primer nivel mundial que no han tenido el relieve nacional que hubiese merecido quizá porque el edificio que ahora ocupa su sala de exposiciones, en la calle Sanz de Sautuola, no le acompaña. Una de las últimas, la que recopilaba el sofisticadísimo arte escultórico de la cultura nigeriana Ife, pasó posteriormente al Museo Británico y, una vez allí ha sido considerada por la prensa británica como una de las diez mejores de la década.

Un trabajador incansable

Piano es un trabajador muy selectivo y sólo acepta unos pocos de los cientos de proyectos que llegan cada año a sus manos. Santander ha tenido suerte, aunque no será la primera ciudad de España que pueda presumir de tener algún edificio con su firma, ya que el equipo italiano de vela Luna Rosa ya contó con sus servicios para construir su base de operaciones en la primera America’s Cup celebrada en Valencia. Su presencia en el Mediterráneo español se verá reforzada con el proyecto de urbanización que le ha encargado el puerto de Gandía.
A sus 72 años, Piano parece inagotable. Divide su tiempo entre la sede italiana del RPBW (Renzo Piano Building Workshop), la de Nueva York y la más antigua, en París. Una característica que define su grado de implicación con los proyectos es la frecuencia con que controla las obras in situ, donde observa, come entre los andamios y habla con trabajadores y vecinos.
Desde Tokio a Nueva Caledonia, pasando por Nueva York y, ahora, Santander, el artífice del Centro Pompidou ha dejado su impronta en grandes obras que han traído consigo una nueva perspectiva del paisaje urbano en el que se insertan. Sus construcciones se reparten por todo el mundo y no pasan desapercibidas; la Torre Shard en Londres llegó a suponer en su día la proyección del rascacielos más alto de Europa, aunque ya se haya visto desbancada por otro proyecto posterior, y la terminal del aeropuerto de Kansai, en el Mar de Japón, es la más grande del mundo. Su prestigio tendrá que dejar huella, ahora, en la Bahía de Santander.

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