Las inversiones hoteleras desaparecen

Se acabó el negocio y no por falta de turistas. Emérito Astuy, presidente de los hosteleros de Cantabria reconoce que los hoteles han dejado de ser rentables, porque la inversión es desmesurada para el volumen de ingresos que generan. En realidad, no son circunstancias muy distintas a las que se daban cuando se abrían mil habitaciones nuevas al año, excepto por dos circunstancias: el valor inmobiliario de los edificios no solo no crece, sino que disminuye, y el precio cobrado por las habitaciones, también.
La crisis no se ha notado tanto en el número de turistas –que en Cantabria se mantiene bastante estable– como en su capacidad de gasto: se multiplican los restaurantes de menús económicos y los hoteles no se atreven a subir sus tarifas desde hace años. En realidad, los precios hoteleros han bajado como han bajado en casi toda España, a través de ofertas por Internet, promociones o, simplemente, por un reajuste de las tarifas.

“Los números no salen”

Emérito Astuy reconoce que estos factores están influyendo en la paralización de las inversiones: “La ocupación media es baja y las tarifas se han reducido mucho en los últimos años”. Las consecuencias de ambos factores son perfectamente previsibles: “Los números no salen”, concluye.
El sector hotelero vivió una auténtica revolución a comienzos de la pasada década. Aunque el censo de establecimientos se mantenía en el entorno de los 200 hoteles y unos 560 hostales, la transformación fue radical. Se cerraban negocios de una estrella y se abrían de cuatro, bien por la llegada de nuevos empresarios o porque muchos de los propietarios se lanzaban a fuertes inversiones para subir de categoría. El objetivo, casi siempre, eran las cuatro estrellas, un hotel con status para un cliente que en Cantabria no solía faltar.
Una región donde pocos años antes sólo abrían media docena de hoteles urbanos en invierno, se plantó muy rápido en 12.000 habitaciones abiertas todo el año. Y pronto resultó evidente que no era fácil llenarlas, sobre todo las que estaban fuera de Santander. El turismo rural funciona muy pocas semanas al año, y eso hace que los índices de ocupación media apenas superen el 20%, lo que obliga a economías de guerra, utilizando casi exclusivamente a la familia como fuerza de trabajo.
Los hoteles de playa, afectados por un problema parecido de temporalidad, han buscado vías alternativas de ingresos, como los banquetes, un terreno que hasta ahora deparaba un notable rendimiento pero que cada vez está más disputado, por el descenso de eventos y el de comensales que acuden a cada uno de ellos.
Los únicos hoteles que resisten son los urbanos, donde los índices de ocupación media anual suelen superar el 60%, aunque también han tenido que hacer concesiones en los precios.
La retracción del negocio parece difícil de entender con los datos de visitantes en la mano: el turismo es uno de los sectores que mejor se comporta en España, donde los viajeros interiores no parecen querer renunciar a sus escapadas y los exteriores han aumentado significativamente tras la desestabilización política de todo el norte de África. De hecho, la temporada no está siendo mala en Cantabria, donde la ocupación de la primera mitad del verano ha superado el 80%. Un logro muy meritorio si se tiene en cuenta que el turista se ha convertido en un ave de paso rápido. En sólo diez años el cliente hotelero de procedencia nacional, el mayoritario, ha pasado de una estancia media de casi nueve días a menos de cinco, de forma que se necesitan el doble de visitantes para mantener la misma ocupación.

No se puede vencer la temporalidad

No es el único problema. Hay otro que arrastra el norte del país desde que se inició el turismo en el siglo XIX: la temporalidad. En los últimos veinte años se ha hecho de todo en Cantabria para tratar de alargar la temporada, pero los resultados son modestos, por muchas campañas institucionales que inviten a conocer la región, por muchos Soplaos que sorprendan al público y por muchos y espectaculares spas que se construyan en los hoteles rurales: “Estamos trabajando denodadamente para que los visitantes tengan muchas cosas que hacer cuando llegan a Cantabria”, dice Astuy. “Sobre todo en estancias cortas, pero no es suficiente para mantener abierto un hotel los 365 días del año”, añade. Por eso, cuando valora el estancamiento de las plazas hoteleras de la región en el último año, es rotundo: “No son tiempos para meterse en nuevas aventuras”.
El presidente de los hosteleros va más allá y piensa que el censo actual probablemente esté ya demasiado abultado. Los 245 hoteles de la región tienen 16.782 plazas, pero en realidad sólo son la punta del iceberg alojativo, ya que habría que sumarle los 55 hostales, 302 pensiones y 130 apartamentos-hotel, además de los 587 establecimientos rurales y 48 campings que, por sí solos pueden acoger a 32.000 personas simultáneamente.
Alcanzar el lleno completo para casi 80.000 plazas regularizadas es un logro que se puede conseguir muy pocos días al año en Cantabria, si es que se da alguna vez. No obstante, si a pesar de todo alguien empieza a valorar el horizonte postcrisis, habida cuenta que para abrir un establecimiento hotelero hacen falta varios años, Astuy le recomienda que sea urbano y preferiblemente en Santander, porque tanto la tasa de ocupación como los precios medios son más altos que en otras zonas de Cantabria, aunque también es mayor la apuesta económica que requiere.

Los restaurantes se multiplican

Las inversiones que no se hacen en hoteles parecen desviarse hacia los restaurantes, lo que resulta llamativo en tiempos de crisis y quizá no deba atribuirse al turismo sino a un cambio en las costumbres, que lleva a los residentes a comer fuera de casa con cierta frecuencia. Sólo así puede entenderse que en los últimos seis meses se hayan abierto 25, con 1.299 plazas, o que en 2010 apareciesen 26 nuevos. En estos momentos hay 1.240 resturantes en Cantabria, en los que podrían sentarse simultáneamente 76.000 comensales. Una cifra muy rotunda que indica por dónde camina el sector y dónde está el valor añadido. Por el contrario, las cafeterías, antaño dominadoras, se han quedado en 376, con poco más de 19.000 plazas, casi cuatro veces menos que los locales de restauración.
La realidad es que el sector hostelero parece confiar más en el cliente local que en el visitante. Es posible que no gaste más ni sea mejor, pero al menos está todo el año.

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