El valor de una empresa

Uno de los puntos críticos en el devenir de las empresas familiares es la valoración de la empresa, circunstancia que habitualmente no es considerada por los propietarios hasta una situación concreta –normalmente la salida de uno de ellos o las transmisiones inter-familiares– que exige alcanzar un acuerdo sobre la valoración de las acciones o participaciones.
Es cierto que hay muchas sociedades que recogen sistemas de valoración en sus estatutos sociales, pero la mayoría de ellos han sido establecidos sin la reflexión necesaria sobre sus consecuencias.
Estas circunstancias conllevan que, ante situaciones de crisis de la sociedad, derivadas de la necesidad de liquidez por parte de alguno de los propietarios, el deseo de los herederos de capitalizar sus acciones o las compraventas entre socios para remediar un conflicto familiar, se produzca un nuevo motivo discordia, la valoración de la sociedad.
Un estudio reciente realizado por la consultora Unilco entre más de 20.000 familias propietarias de empresas familiares indica que un 60% de ellas no tiene un método para valorarlas. Queda entonces una pregunta en el aire ¿cómo hacerlo?
Nuestro ordenamiento establece medidas subsidiarias para la valoración de las acciones y participaciones de las sociedades mercantiles. Pero ¿es eso lo que queremos realmente? ¿Estamos dispuestos a dejar al arbitrio de un auditor nombrado por el Registro Mercantil la valoración de nuestra propiedad, o es una cuestión lo suficientemente importante para consensuarla entre los propietarios y recogerlo en nuestros estatutos sociales?
La aplicación de los diferentes métodos de valoración existentes es una cuestión que podemos consultar a los expertos que operan en el mercado quienes, dependiendo del sector de actividad de la compañía y de otras variables, nos informarán sobre los distintos procedimientos utilizados y la idoneidad de aplicar uno u otro, aunque corresponderá a los propietarios pactar cuál de ellos debe aplicarse.
Hay varios métodos que pueden servir para valorar o cuantificar estas compañías. Uno de los más habituales para los expertos es la comparación de los ratios a los que cotizan en Bolsa empresas del mismo sector o los precios a los que se han vendido otras compañías similares. También se tienen en cuenta otros indicadores como el PER, que es el número de veces que el beneficio por acción está contenido en la cotización del valor y que representa lo que los inversores están dispuestos a pagar por los títulos de una compañía. En el caso de que la empresa en cuestión no cotice en Bolsa se deberá aplicar un «descuento de liquidez», que en casos generales se cifra entre un 25% y un 35% del valor de la compañía. Si no existe ninguna de las referencias mencionadas, los expertos aconsejan buscar empresas de sectores que se vean influidos por los mismos factores que la compañía que se quiere valorar.
El patrimonio es otra de las vertientes que permite hacer una valoración. Suele ser la alternativa más utilizada en los protocolos familiares y la opción más útil en las compañías de la rama inmobiliaria. En este caso también se aplica un descuento de «liquidez», porque para hacer dinero ese patrimonio se necesitaría un tiempo determinado.
La proyección de caja que la empresa podría generar en un futuro inmediato es otro de los métodos empleados para cuantificar su valor. Se conoce como el de «descuento de flujos de caja». Sin embargo, no tiene demasiada buena fama entre los expertos, ya que intervienen muchos elementos subjetivos.
Lo más habitual es combinar diferentes fórmulas de valoración, de forma que se sopese de una forma más o menos objetiva tanto los aspectos tangibles como los intangibles.
El establecimiento de un sistema de valoración también depende del estadio de desarrollo de la empresa. Si se trata de una compañía de reciente creación y que, por lo tanto, está en la primera generación quizá no se trate de una gran preocupación, puesto que probablemente su trayectoria empresarial esté en situación de despegue o en pleno crecimiento. Sí es un tema a tener en cuenta cuando la empresa familiar ya ha sobrepasado esa primera generación y hay familiares que no participan en la gestión o se quieren desvincular de la empresa, a cambio claro, de su correspondiente valor económico.
El establecimiento de un sistema de valoración, en cualquier caso, no debe ser algo estático sino dinámico en el tiempo, para que se adapte a las circunstancias y las variaciones que experimente la compañía. Se utilice el método que se utilice, el conocimiento del valor de la empresa es una de las incertidumbres que todas las sociedades deben resolver.

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