El ejemplo del batacazo argentino
Lo que ha ocurrido en Argentina sirve para comprender cómo se desatan las crisis económicas. En un mes, las circunstancias económicas han pasado de ligeramente decepcionantes a catastróficas. Desde la toma de posesión del nuevo Gobierno los mercados internacionales han aumentado progresivamente la desconfianza en el país sudamericano por el mero hecho de que los índices de crecimiento se ralentizaban, pero con la dimisión del vicepresidente Carlos Álvarez las cosas, en lugar de mejorar, han empeorado hasta extremos inconcebibles.
Álvarez había puesto en marcha la única política que podía haber tranquilizado a los mercados, la contención del déficit público, y lo había hecho apretando las clavijas a las provincias, cuyos presupuestos son los que realmente han desequilibrado al país. Aunque no es muy conocido, el funcionamiento político de Argentina tiene una cierta semejanza con el español. Al tratarse de un estado federal, las provincias tienen una relevancia superior, en algunos casos, a la propia República, y participan en los ingresos estatales de acuerdo con una cuota que se ajusta cada cierto tiempo. Las provincias saben que disponen de este dinero, pero hace tiempo que no les resulta suficiente y acuden, como nuestras autonomías, al endeudamiento. Para ello, hipotecan los ingresos que deben recibir en el futuro, de forma que viven ahora de los impuestos que se recaudarán en el 2002 o en el 2003.
Al disminuir la tasa de crecimiento económico, se reducen las expectativas sobre los futuros ingresos fiscales del Estado y, por tanto, de las provincias. Eso ha obligado a una refinanciación que, a su vez, ha multiplicado las necesidades de endeudamiento del país. Argentina ha pasado semanas buscando en los mercados internacionales entre 18.000 y 20.000 millones de dólares, lo que provocado una caída en los precios de la deuda (habrá de pagar un diferencial cada vez mayor) y una enorme desconfianza en su economía. Y toda esta catarata de acontecimientos negativos ha surgido por algo que en un principio no podía calificarse, ni siquiera, de preocupante, dado que el país no ha entrado en recesión y el saldo fiscal del 2000 ha crecido con respecto al de 1999.
Es poco probable que el mismo ejemplo pudiese extrapolarse a Europa, pero es mejor no comprobarlo. Los mercados son extremadamente desconfiados y cualquier noticia negativa tiende a crear problemas que se realimentan a sí mismos. Cantabria comprobó en carne propia hace sólo ocho años cómo un disparatado endeudamiento dio lugar a que ningún banco del país aceptase prestarle dinero, a pesar de que el entramado institucional español es muy sólido y una administración no puede dar quiebra. La entrada en Maastrich sirvió para domesticar a las autonomías, cuyas necesidades financieras se multiplicaban cada año, y el Plan de Ajuste posterior ha controlado el endeudamiento en todas ellas, pero seguimos sin saber lo que esconden debajo de la alfombra y basta ver al ritmo que se crean empresas públicas para asegurar que es mucho. El endeudamiento se desvía hacia estas sociedades como un mero truco contable, pero esas fórmulas chapuceras son válidas a efectos meramente formales. Lo acontecido en Argentina es un aviso de la importancia que tiene el control de las veleidades financieras de las autonomías y de los ayuntamientos que suman ya una deuda oficial de 8,5 billones de pesetas. De la extraoficial nadie quiere acordarse.