Leandro Postigo, fabricante de bolos: ‘El olor a madera es como una droga’

Desde recién acabada la Guerra Civil, la familia Postigo se ha dedicado a la fabricación de bolos, una labor artesanal de la que ahora se encarga la tercera generación. Con su taller de Torrelavega, Leandro, nieto del fundador, surte a todo tipo de clientes, desde la Federación Cántabra de Bolos a las peñas bolísticas, los ayuntamientos y a cualquier aficionado que lo desee. Él y Rubén Gómez, un artesano de Cabezón de la Sal, son los últimos fabricantes de bolos que quedan en Cantabria.


Cantabria es una comunidad con una fuerte tradición bolística, pero apenas quedan fabricantes artesanos de bolos en la región. Rubén Gómez –en Cabezón de la Sal– y el torrelaveguense Leandro Postigo son los últimos.

Postigo, que ha seguido los pasos de su abuelo y de su padre, está convencido de que el oficio morirá cuando él y su compañero de profesión cierren las puertas de sus respectivos talleres. Como ha sucedido con otras especialidades artesanas, la causa será la falta de relevo generacional. “Mi hijo es ingeniero informático y tiene la idea de seguir formándose”, augura.

Lejos queda aquella época en la que, solo en Torrelavega, había siete u ocho torneros de madera. Unos hacían mangos para picachones, otros se dedicaban a la ebanistería –patas de mesa, de silla, tiradores…– y otros se centraban en trabajos de carpintería o en fabricar moldes de queso. “Aquella gente trabajaba, pero no tuvieron un relevo detrás”.

No fue el caso de la familia Postigo, cuyo negocio va ya por la tercera generación. Al actual propietario del taller, le entró el gusanillo desde pequeño. “Empecé en 1984, nada más acabar la EGB. Tenía 13 años y mis padres me traían al taller. Ayudaba preparando el material y barriendo, y así me fui enganchando”, recuerda Postigo.

Varios palos de bolo palma. Arriba, Postigo perfecciona la base de un bolo y abajo, quita los nudos con una lija.

Él apenas conoció a su abuelo, quien fundó la carpintería en 1940. Su predecesor se ganaba la vida trabajando en un taller de carromateros situado en Pequeñeces, Torrelavega, hasta que decidió ponerse por su cuenta.

Los conocimientos se fueron transmitiendo de generación en generación y siguen igual de vigentes. “Una de las mayores enseñanzas fue su forma de trabajar”.

Hoy en día se emplean tornos copiadores automáticos que permiten producir unidades en serie. “Cuando empezó mi padre, solo había dos tornos de poleas planas que funcionaban gracias a un motor con varias palancas. Dependiendo de cuáles accionaras, se activaba un torno u otro”, asegura.

La maquinaría era “muy rudimentaria” y prueba de ello, dice, es que esos tornos de fundición, anteriores a la guerra, “hacían un ruido que parecía que iban a salir disparados”. Tampoco ayudaban las restricciones de luz de la época. “No había para todos y había que establecer límites”.

20 modalidades

A él le han tocado otros tiempos, en los que la antigüedad del oficio no le impide adentrarse en Internet para captar nuevos clientes. En su página web se ofrecen hasta 17 variedades de bolos distintas. Postigo fabrica bolos celtas, cartageneros, serranos, huertanos, bitlles catalanes, birlas valencianas, bolos femeninos segovianos… y, por supuesto, las variedades cántabras:bolo pasiego, pasabolo tablón y bolo palma.

La madera con que se hacen varía en función de la modalidad de juego. En bolo palma se usa abedul, aunque antaño se recurría también al avellano. En cambio, el bolo alavés requiere madera de encina y en los bolos típicos del Valle de Arán (Pirineos) se trabaja con madera de pino.

Cada variedad de juego tiene unas morfología de bolos, dimensiones y pesos distintas. Las medidas vienen determinadas por las respectivas federaciones y Postigo debe ceñirse a ellas de forma escrupulosa.

Por ejemplo, en bolo palma, los palos deben pesar entre 530 y 630 gramos. Teniendo en cuenta esa premisa, el torrelaveguense fabrica series largas de unos 300 bolos y clasifica las unidades por pesos, con márgenes de diez gramos, para que cada juego o bolera (nueve palos más el emboque) sean homogéneos.

Para ello, usa una balanza digital de precisión. De esta manera, solo tiene que seleccionarlos por peso para dejarlos listos para su venta a federaciones de bolos, particulares, peñas bolísticas y ayuntamientos, que no pueden decidir sobre la forma, pero sí por el peso que prefieren dentro de esta estrecha gama que permite el reglamento.

Los bolos están declarados Bien de Interés Cultural y, aunque no reciben por ello ayudas directas, sí suelen tener algunas indirectas. No es extraño que sean los ayuntamientos los que adquieran estos juegos para cedérselos gratuitamente a las peñas.

¿Cómo se hacen?

El proceso de elaboración de los bolos empieza con la preparación de la madera. Postigo cuenta con varios proveedores que le suministran la madera y él la corta en tacos de 50 centímetros en el almacén de un amigo. Una vez llega el material a su taller, realiza una primera labor de adelgazamiento del tronco. Para todo lo demás hay que esperar.

La madera, guardada en sacos, se deja secar en el almacén durante dos años.  (“Ahora estoy preparando la que usaré en 2024”, explica). Tras esa larga espera, el artesano rebaja la parte inferior del bolo, donde posteriormente colocará un aro metálico. Con ayuda del torno, da forma al bolo y luego, procede al vaciado de su base. Para finalizar, elimina los nudos de la madera.

El tornero vacía la base hasta dejar la base convexa.

El tornero sostiene que hay una clara tendencia a usar bolos de menor peso en las competiciones oficiales, porque caen mejor, aunque eso implique un deterioro más rápido. “Tampoco falta quien te pida bolos pesados. A veces te demandan eso porque los jugadores tiran con fuerza y así soportan mejor el impacto”, matiza.

En cualquier caso, el artesano recomienda guardar los bolos en un saco bien cerrado hasta volver a usarlos para evitar que se humedezcan. “Si la humedad entra dentro, van a sonar raro cuando les golpee la bola”, aclara.

El mercado bolístico no es tan amplio como para levantar una fábrica o adquirir un sistema de control numérico, pero es suficiente para mantener una actividad artesana como la suya durante los 365 días del año.

Los juegos de bolos pueden durar mucho tiempo, pero la Federación Cántabra acostumbra a estrenarlos en cada uno de los concursos puntuables tanto para el circuito regional como el nacional. Eso no significa que los anteriores se desechen. Por ejemplo, los juegos que se emplean en la final de San Antonio de 2022 se reservan para las tiradas clasificatorias de la siguiente edición. “Es la fiesta del pueblo. La bolera se llena y si hay buenos jugadores, gusta que también haya buen material”, comenta Leandro.

Pese a su enorme afición por los bolos, el tornero confiesa que se siente más cómodo fabricándolos que jugando. Cuando su trabajo se lo permite, acude a la bolera para ver cómo caen los bolos que hizo, pero eso no siempre ocurre. “Tengo poco tiempo”, señala.

Trofeos

Sus habilidades como tornero le permiten hacer otros trabajos de ebanistería y carpintería. Además, recibe encargos para elaborar trofeos. “En 2022 hice los del Torneo Internacional de Rugby Playa Ciudad de Santander, unas réplicas del faro”, subraya.

También salieron de su mano los que se entregaron en el Festival Internacional de Cine de Santander.

Los últimos pasos para dejar el bolo completamente torneado.

En ocasiones, realiza labores de restauración. Recientemente repuso una pieza de un sillón del Capricho de Gaudí que fue robada por alguno de los visitantes. “Tuve que reproducir con el torno la pieza original con las mismas características. Son trabajos muy exigentes, pero que dan mucha satisfacción”, opina.

Postigo tiene claro que la falta de relevo generacional le convertirá, si nada cambia, en uno de los últimos fabricantes artesanos de bolos, pero reconoce no sentir ninguna presión por ello. Su máxima es vivir el presente y disfrutar de su trabajo hasta que llegue el día en que decida poner punto y final a su carrera, un trance para el que todavía queda mucho tiempo. “El olor a madera es como una droga”, sentencia.

David Pérez

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