El viento de Gamesa impulsa a Cantarey

Cantabria se ha quedado notablemente rezagada en el uso de la energía eólica, cuyo impacto medioambiental sobre el territorio sigue siendo una cuestión polémica. Sin embargo, alberga una de las industrias más importantes del mundo en la fabricación de generadores para los modernos molinos de viento. La adquisición hace dos años de la factoría reinosana Cantarey por Gamesa no sólo evitó la desaparición de uno de los referentes industriales de Campoo –cuyo origen se remonta a la histórica Cenemesa–, sino que ha colocado esta planta en un proceso de despegue. Y es que resulta mucho más fácil encontrar vientos favorables cuando se cuenta con el amparo de uno de los grupos industriales más potentes en el campo de las nuevas energías.
En el tiempo transcurrido desde el desembarco de Gamesa Eólica en Reinosa, la fábrica cántabra ha pasado de los 141 trabajadores que tenía con su anterior propietaria (la holandesa Buce Industries) hasta los 226 actuales. Sus instalaciones se han renovado en profundidad, después de la inversión de más de cinco millones de euros. Ha duplicado la capacidad de producción y el número de clientes ha crecido lo suficiente como para no depender en exceso de su casa matriz. Además, ha creado un departamento de investigación y desarrollo con el objetivo de tener un producto de diseño propio y no perder el contacto con los avances que cada día se producen en un sector en plena eclosión y al que se augura un largo recorrido.

Una opción estratégica

La gestión de Buce parecía ser un simple aplazamiento del horizonte de cierre al que parecía condenada tras el abandono de su penúltimo propietario, la multinacional ABB, pero la firma holandesa acertó al mantener la reorientación de la planta de grandes motores eléctricos hacia la emergente industria de la energía eólica. Esto fue, a la postre, lo que suscitó el interés de Gamesa en un momento en el que el grupo industrial vasco diseñaba su estrategia para hacerse aún más fuerte en ese sector de la energía eólica, donde ya tenía una importante presencia. Al incorporar Cantarey, conseguía reunir en su grupo la producción de todos los componentes claves. A las palas y las torres –su negocio inicial– ya había añadido en 2002 la fabricación de multiplicadoras para la transmisión de la fuerza generada por el viento, con la compra de una factoría en Guipúzcoa. La adquisición en 2003 de Cantarey le facilitaba el control de los generadores, el corazón del sistema.
El proceso se completó el pasado año al iniciar la fabricación de los componentes electrónicos dentro del grupo.
Gamesa ha conseguido tener, de esta forma, el control de todas las piezas clave de los aerogeneradores, lo que le asegura no sólo el suministro en un mercado con gran demanda, sino también la tecnología necesaria para disponer en todo momento de un producto competitivo. Esto resulta especialmente importante en un sector tan inmaduro que ni siquiera cuenta con datos fehacientes para conocer el comportamiento que pueda tener un aerogenerador a lo largo de los 20 años de vida útil que se le presumen.

Diversificar la clientela

Uno de los objetivos estratégicos que se marcó la dirección de Gamesa para la fábrica de Cantarey fue la de diversificar su cartera de clientes. Se evitaba así el error cometido por su anterior propietario, Buce Industries, cuya dependencia de un único cliente –Largeway– le abocaba al cierre cuando se produjo la quiebra de esta firma.
Actualmente, la planta reinosana fabrica entre el 40 y el 50% de los generadores que compra Gamesa. El resto de su producción eólica va dirigido a fabricantes competidores de su matriz, entre otras, una firma americana para la que está construyendo pequeños generadores de 100 kilovatios, diseñados para soportar las bajas temperaturas de Alaska y que son capaces de producir electricidad a tan sólo 20 revoluciones por minuto.
Los generadores que suministra a Gamesa –unos 600 este año– van desde los 850 kilovatios de potencia a los dos megavatios, unas prestaciones impensables en la todavía corta historia de la energía eólica.
Aunque buena parte de la producción de Cantarey tenga el comprador asegurado en su propio holding, el hecho de que Gamesa no haya dejado de comprar a otros proveedores impone a la fábrica cántabra una tensión competitiva que su director, Ricardo Chocarro, valora como conveniente para su buena marcha: “Si toda nuestra producción fuese a Gamesa –señala– podríamos caer en la autocomplacencia y alejarnos del mercado. De esta otra forma, lo que hace nuestro principal cliente es ponernos en competencia con las primeras firmas del mundo, y eso nos obliga a conseguir un producto tecnológico a su mismo nivel”.
La exploración de nuevos mercados se ha aplicado también en otra de las líneas de negocio tradicionales de la fábrica cántabra, la de los motores industriales, que ha sido potenciada por el nuevo propietario. “Estamos intentando recuperar muchos mercados de Cantarey en el campo industrial –reconoce su director–, sobre todo en centrales de generación de energía térmicas y nucleares, y en petroquímicas, siderúrgicas o cementeras”. Los gigantescos motores que requieren estos clientes son piezas muy especiales, diseñadas a la medida, para responder a sus necesidades concretas. Si la fábrica de Reinosa tiene suerte en sus negociaciones, a esta gama de producto se le unirán los motores destinados a centrales hidráulicas.
La ofensiva realizada en el terreno industrial para captar nuevos mercados, ha sido posible gracias a la creación de un departamento comercial, que nunca había existido en la planta de Reinosa.

Un producto propio

A lo largo de la ya dilatada historia de esta fábrica de motores –creada por Cenemesa (Constructora Nacional de Maquinaria Eléctrica, S.A) en 1930–, los grandes grupos industriales que han pasado por ella (Westinghouse y ABB) siempre la han utilizado como un simple centro de producción. Gamesa, por el contrario, ha optado por fortalecer la autonomía de la planta, dotándola no sólo de un departamento comercial propio, sino de capacidad para el desarrollo tecnológico de sus productos, lo que supone un salto cualitativo. Dado que la ubicación de Reinosa podía representar una dificultad para atraer a profesionales con experiencia, la oficina de I+D de la planta se complementó con la apertura de un departamento similar en el parque tecnológico de Zamudio (Bilbao). Actualmente, la oficina técnica de Cantarey cuenta con 18 personas, repartidas entre ambas localidades. Este esfuerzo ha dado como resultado el desarrollo de herramientas propias para el cálculo de motores y acuerdos tecnológicos con las empresas más importantes del sector.
Una muestra de la tecnología que ha desarrollado Cantarey es un modelo de generador basado en imanes permanentes, que obtiene 1,5 megavatios de potencia. Se trata de un generador de acoplamiento directo, que gira a muy pocas vueltas y que presenta notables ventajas al proporcionar más rendimiento, con un tamaño menor que los convencionales, y con una estructura mecánica más sólida, ya que lleva menos piezas. Esta tecnología se va a comenzar a implantar en los nuevos parques eólicos.
El giro dado a la planta reinosana con este impulso al I+D, es resumido por su director con una frase: “Me gusta decir que en Cantarey hemos pasado de ser una empresa de producción a una empresa de producto”.

El difícil negocio de la tracción

Más complicada se presenta la tarea de recuperar el peso que tradicionalmente tuvieron los motores de tracción para la compañía.
Cantarey, que a lo largo de su historia ha fabricado más de 5.000 motores para locomotoras con todas las tecnologías (ABB, Siemens, Alstom, AEG, Mitsubishi, GM, etc.), se encuentra ahora limitada a la mera ampliación de series hechas en el pasado, al no haber conseguido un hueco en las suculentas inversiones que España va a destinar a la red de alta velocidad (más de 2.300 millones de euros en material rodante). Esto es debido a que las empresas a las que se les adjudicó la construcción de las locomotoras, como Alsthom, Bombardier o Siemens, han optado por fabricar los motores fuera de España. De haberse producido algún condicionamiento político para obligar a los fabricantes a utilizar, en alguna medida, proveedores nacionales –algo que es habitual en este tipo de contratos de Estado– Cantarey podría haber aspirado a un volumen de ventas de 50 millones de euros y unas 400.000 horas de trabajo.
Sin perder aún la esperanza de poder entrar en este goloso mercado de la alta velocidad, la firma de Reinosa continúa fabricando motores de tracción convencional, como los 120 recientemente construidos para Alstom, destinados a la red ferroviaria de Egipto, o los fabricados para el Metro de Barcelona.
No obstante, la imagen de Cantarey parece ya definitivamente asociada con la fabricación y diseño de generadores eólicos. Una actividad que le ha permitido crecer el pasado año un 35% (este año facturará más de 26 millones de euros) y que le ha abierto las puertas de varios continentes. Ha bastado el éxito de esa actividad para que se alejen definitivamente las muchas incertidumbres que desde hace dos décadas han pesado sobre esta fábrica.

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