Inventario

Los ordenadores, un producto ´made in Spain`

De nuevo ha vuelto la cantinela de lo poco que usamos Internet y lo peligroso que puede resultar eso para nuestro futuro económico. Como todas las suposiciones, se basa en el hecho de que son muchos los que opinan lo mismo. Pero como bastantes ideas generalizadas, puede ser errónea. Y en la corta historia de las nuevas tecnologías el empirismo, lo único que nos ha dejado perfectamente demostrado es que casi todas las teorías anteriores estaban equivocadas.
Podemos hacer una prueba con la que probablemente tenga más grado de consenso en nuestro país: España perdió hace tiempo la carrera de la fabricación de ordenadores y jamás conseguirá entrar en ese negocio. Es decir, que ni siquiera nuestros nietos verán ordenadores españoles. Esta tesis la suscribirá de buena fe el 99% de los españoles, incluidos muchos expertos, pero es absolutamente incierta. Tan falsa que el año pasado en España de cada cuatro ordenadores domésticos que se vendieron, sólo uno estaba fabricado por una industria extranjera, aunque los compradores lo desconozcamos porque nos cuesta asociar con empresas nacionales las marcas Airis, Jump, Cofiman, ADL, Investrónica o Beep, que son las más habituales en este mercado. Y, sin embargo, lo son.
Es cierto que estas marcas no han conseguido una penetración significativa en el segmento profesional, donde todavía Dell, IBM, Toshiba, o Fujistsu son imbatibles, pero eso no impide reconocer que su mercado se expande mucho más deprisa (22% de crecimiento en los PCs domésticos frente al 8,8% de los profesionales). Y eso significa que los clónicos españoles cada vez conquistan más terreno en las ventas nacionales de hardware, quién lo iba a decir.
Es fácil responder que nuestra industria sólo es capaz de posicionarse en las gamas menos evolucionadas, lo cual no es incierto, pero también hay que reconocer que, para las mismas prestaciones, son capaces de llegar al mercado con unos precios un 30% más baratos que sus competidores extranjeros y ese es el factor decisivo para su éxito. Los usuarios domésticos, como se ha visto, se decantan por el precio y no por la marca, dado que los ordenadores se han convertido hoy en auténticas commodities, donde lo que importa son exclusivamente sus prestaciones y es muy secundario el fabricante. El comprador da por hecho que las únicas variables de las que dependerá el funcionamiento de su aparato son la capacidad de memoria o del procesador y no de la marca.

¿Porqué los fabricantes españoles, aparentemente descartados para el negocio de los ordenadores consiguen una cuota de mercado muy superior a la que tienen en los suyos los suecos o los finlandeses que tan magníficamente posicionados están en las nuevas tecnologías? Sencillamente porque una cosa es la innovación y otra la fabricación, y la producción de ordenadores no se diferencia mucho de la de cualquier otro producto, con la diferencia de que suele ser más barata. Fabricar acero requiere ingentes inversiones. Para hacer ordenadores basta con una pequeña planta de ensamblaje y adquirir los componentes al baratillo en alguno de los países orientales que surten a todo el mundo, incluidas las primeras marcas.
Hace veinte años era muy difícil pensar en una evolución semejante del negocio y suponer que cualquier empresita intentase disputarle terreno a IBM era síntoma manifiesto de locura.
Hoy está claro que las nuevas tecnologías son un mercado extraordinariamente cambiante donde todos los apriorismos pueden quedar rebatidos por el tiempo y nadie queda descartado para nada. ¿Cómo podía entenderse sino que Microsoft, un grupo de chicos melenudos a los que IBM encargó un sistema operativo para sus PCs, llegase en pocos años a ser mucho más grande que la propia IBM, o que los mejores programadores del mundo estén ahora en Paquistán o que los clónicos españoles hayan barrido a las grandes marcas del mercado doméstico o que un fabricante nacional (Infinity) haya conseguido colocar sus marcas en el primer lugar en el ranking de ventas de portátiles?

El mundo es poco generoso con los innovadores

Alcatel ha decidido volver a reorganizar sus negocios en España. Una decisión perfectamente razonable porque lleva dos años de pérdidas, y que quizá sea eficaz. No se trata de discutirlo, sino de comprender cómo una empresa innovadora, con liderazgo mundial y vinculada a las nuevas tecnologías se encuentra permanentemente con problemas de desfase en el mercado, mientras que otras compañías sobreviven desde hace cien años con el mismo producto y podrían durar otros tantos. Es, otro de los mitos de las nuevas tecnologías.
Lo que hoy es Alcatel España nació en 1926 cuando Primo de Rivera decidió que nuestro país debía tener una auténtica red telefónica y no la miriada de pequeñas compañías privadas con red propia que surgían por doquier. Nacía así Telefónica y Standard Eléctrica, propiedad de la norteamericana ITT, creaba las fábricas necesarias para el suministro de los equipos.
Durante el franquismo, como en todas las empresas que trabajaban en régimen de monopolio u oligopolio no hubo problema ninguno, pero la llegada de la democracia y el desarrollo del comercio internacional complicó mucho las cosas. En los años 80, a pesar de la vertiginosa ampliación del parque español de telecomunicaciones, Standard atravesó una situación muy difícil y la propia ITT tuvo que desprenderse de sus fábricas, que pasaron al grupo francés CGE para formar una nueva compañía paneuropea denominada Alcatel. En España agrupaba por aquellas fechas a casi 25.000 empleados.
De entonces acá, aunque apenas han pasado veinte años, han sido necesarias varias reestructuraciones más. Una de ellas desgajó del grupo la mitad de la planta cántabra. Pero una tras otra, las soluciones a los baches del mercado se han saldado con nuevas reformulaciones y, en esta última, el grupo se va a quedar con tan solo 2.000 trabajadores en España. En todo el mundo, de los 130.000 que tuvo, quedarán 60.000.
¿Cómo es posible que una empresa tecnológica de primer nivel se vea con más dificultades de supervivencia que una fábrica cualquiera de la vieja economía? ¿Si las telecomunicaciones son el futuro, por qué no son capaces de garantizar sus empleos al menos a medio plazo?
La explicación más obvia es que se trata de un sector inestable, en cuanto que está en permanente cambio. Es el mascarón de proa de la economía y, por tanto, tiene que pagar un precio muy caro, el de poder ser reemplazado por otro competidor. Pero ¿si esto es así, por qué querría nadie introducirse en un sector semejante si puede vivir más tranquilo fabricando productos de toda la vida? Sólo hay una razón, el suponer que los beneficios remuneran ese riesgo, de forma que aunque sólo pueda permanecer en la punta de lanza unos pocos años, como los corredores que tiran del pelotón y luego quedan reventados antes de acabar la etapa, esos años le recompensarán con largueza. Pero tampoco es así, porque basta ver las cuentas para comprobar que los resultados de los años de beneficios no han sido especialmente brillantes.

Por tanto, hay que concluir que las empresas de nuevas tecnologías asumen unos riesgos muy superiores, tienen más posibilidades de perecer, y no están suficientemente remuneradas, por lo que, hoy por hoy, se da la paradoja de que resulta bastante más rentable seguir fabricando casas, con la misma tecnología de siempre, que microchips, con una tecnología de ayer, que mañana ya resultará anticuada, y, por si fuera poco, las casas son cada vez más caras y los microchips cada vez más baratos.
Mientras alguien no resuelva estas paradojas, las empresas de nuevas tecnologías no serán más que iniciativas muy voluntariosas pero poco seguras y una prueba de ello es que ninguna comunidad española ha conseguido cumplir las expectativas que se había planteado hace diez años en este terreno. Se han creado empresas innovadoras, han desaparecido muchas de ellas y las que permanecen lo hacen en muchos casos en condiciones de mera supervivencia. Y es que el mundo es muy poco generoso con la innovación, a no ser que la condición de innovador coincida con una empresa que anteriormente ya disfrutaba de un régimen de cuasi monopolio, y puede administrar e imponer con absoluta tranquilidad y hegemonía su nueva tecnología, como Microsoft. Los demás no pueden estar seguros de nada.

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