El santanderino que no conocía fronteras

Rufino Pereda parecía haber encontrado la llave para introducirse sin ningún complejo en el mundo de las tecnologías más avanzadas y los medios de comunicación de varias regiones, incluida Cantabria Económica, nos vimos utilizados al divulgar profusamente las iniciativas de un emprendedor con ideas indiscutiblemente seductoras, tanto que atrajeron a muchos inversores, a varios clubes de fútbol de campanillas y a grandes compañías dedicadas a la moda.
Después de más de diez años de trabajo en Cantabria a través de la Red Enlaza, donde hubo menos resultados que voluntad, Pereda descubrió que hay que pensar a lo grande para ser grande. Si las operadoras de telefonía estaban en la tercera generación, él directamente pasaba a la cuarta y, entre tanto, a fabricar teléfonos corporativos para que cualquier compañía de cualquier sector plasmase en ellos su imagen y los utilizase para fidelizar a su clientela.

Aprovechar los huecos del mercado

Con algunas investigaciones propias que salieron de Enlaza y con las facilidades que da la industria china, donde los componentes de los teléfonos se han convertido en commodities, simples piezas, de forma que cualquiera que haga un pedido razonable puede conseguir que le hagan un diseño totalmente personalizado y con las prestaciones a la carta, se lanzó a conquistar el mundo. Y pretendió hacerlo todo a la vez: convertirse en operador de telefonía y, al tiempo, en fabricante de móviles, como si Telefónica y Nokia se unieran en un solo grupo. No obstante, Pereda podía explicar sus proyectos con solvencia, aplomo e, incluso, con realismo, de forma que todo parecía alcanzable.
Lo suyo no era desafiar a los gigantes del sector sino, simplemente, colarse en los resquicios de mercado que, por su propia dimensión, no pueden aprovechar. Unas migajas que, no obstante, sumadas pueden suponer millones de unidades de teléfonos. En el caso del 4G la idea era aún más simple: aprovechar que los grandes operadores no han rentabilizado aún sus enormes inversiones en 3G, como para dejarlas de lado adentrándose en una nueva generación, una mochila con la que no tendría que cargar una empresa de nuevo cuño como la suya.

Fabricar los teléfonos

Pereda echó a rodar estas ideas por tantos lugares como tuvo oportunidad, pero necesitaba algo tangible para ofrecer y para generar recursos y optó por fabricar él mismo los teléfonos, algo más sencillo de lo que parece, ya que bastaba con manos hábiles en una planta de montaje. Los componentes llegarían en contenedores desde China, donde incluso se harían unas atractivas carcasas personalizadas para su cliente (Coca Cola, el Real Madrid o Zara) y por unos pocos euros podría producir unos aparatos que no necesitaban ser el colmo de la tecnología, pero sí los más coquetos, con formas inspiradas en la botella clásica de CocaCola, en la imagen corporativa del Madrid o con el estampado del modelito más chic de la cadena textil.
En ese momento, Pereda y los socios a los que arrastró creían de buena fe en la posibilidad de montar esa fábrica, que les iba a proporcionar la liquidez suficiente para los restantes proyectos, ya que podían producir los celulares bastante más baratos que los importados. No obstante, la realidad resultó bastante más complicada.

El proyecto de Ceuta

No convenció a las autoridades cántabras para que le facilitasen un emplazamiento y lo intentó en Siria, un país demasiado complejo. Finalmente, accedió a darle las facilidades el gobierno de la ciudad autónoma de Ceuta, un lugar idóneo porque los teléfonos llevarían el marchamo de la UE pero se harían con salarios del norte de África. La planta iba a dar empleo a más de 600 personas y se iba a convertir en todo un éxito político para las autoridades locales: sería la más importante de las industrias de Ceuta con mucha diferencia y con una plantilla compuesta casi exclusivamente por mujeres, cuya habilidad manual para manejar las pequeñas piezas de los móviles es mayor que la de los hombres.
Pero IMobility, la filial de Red Enlaza que iba a desarrollar el proyecto nunca pudo reunir el dinero suficiente para concurrir a la subasta de la parcela que el gobierno ceutí se vio obligado a convocar y, por supuesto, de la fábrica nunca más se volvió a saber.
Algo parecido ocurrió en Extremadura, donde, simultáneamente, la empresa de Pereda se asoció con una compañía local, Socintex, para poner en marcha la telefonía de cuarta generación, que a través de antenas y con una inversión “de apenas el 2% de lo costaría una red de cable” podía llevar la telefonía móvil e Intenet de veinte megas y televisión online en poco tiempo a toda la región y por sólo 15 euros al mes. Tendría que haber empezado a prestar el servicio hace ahora un año, pero el proyecto naufragó a poco de presentarse, cuando los socios extremeños quedaron convencidos de que no era técnicamente posible.
Los trabajos que se tomó Pereda por buscarse estas plataformas, que sólo podían empezar a generar alguna rentabilidad con el tiempo, o el centro de trabajo que tenía en Madrid con medio centenar de personas, permiten suponer que su intención no era la mera estafa a los inversores que iba recopilando por el camino para su compañía. Estos empezaron a fluir enracimados (la presencia de unos atrajo a otros) bajo el señuelo de un proyecto innovador, desenfadado y tecnológico. Si Steve Jobs había salido de un garaje, por qué no podía haber salido Pereda de una pequeña oficina de Astillero. Tampoco Jobs estudió jamas informática o telecomuniciones y eso no le impidió transformar el mundo de los ordenadores y de la telefonía móvil con sus Apple.

La cifras se desinflan

La investigación de la policía madrileña calcula la supuesta estafa en al menos siete millones de euros, pero es probable que la cantidad real captada por Pereda para su proyectos fallidos o para su fraude preconcebido –eso lo establecerán los jueces– sea bastante inferior y así lo sostienen fuentes vinculadas al caso, porque no todos los inversores entraron al mismo precio. A medida que el proyecto ganaba en credibilidad o en supuesta dimensión, Pereda y los socios que ya estaban dentro encarecían la prima de entrada (el precio pagado por las acciones de las que él se iba desprendiendo). Pero ni el valor teórico de la empresa tenía mucho que ver con la realidad ni son centenares los inversores de la compañía, aunque la mayoría de ellos son cántabros.
Las cifras del escándalo mediático no se corresponden con las de la instrucción judicial, mucho más modestas, pero tampoco los delitos. Por el momento, la imputación es por presunta estafa pero en ella no figuran delitos de blanqueo de capitales o fiscales, lo que también dejaría en entredicho la afirmación de que parte de los estafados utilizaron la inversión para lavar dinero negro.

La oficina que nunca se inauguró

La presencia de Pereda en Cantabria fue difuminándose desde mediados de 2009, el punto álgido de sus iniciativas, cuando se produjo la fallida inauguración de la sede local, una oficina que simplemente se creaba por imagen, dado que toda la operativa iba a seguir estando en Madrid. La compañía alquiló una magnífica oficina en el Paseo de Pereda de Santander que antes había ocupado la constructora Seop, e hizo una espectacular reforma, pero bastó que el presidente cántabro, Miguel Angel Revilla anunciase que no podía asistir al acto para que, después de haber repartido las invitaciones, se suspendiese sine die. Ese mismo día, el consejo de administración, por despecho, tomó la decisión de trasladar la sede fiscal a Madrid. La oficina nunca se llegó a inaugurar ni llegó a tener utilidad alguna y Revilla se libró de verse involucrado en un negocio tan oscuro, aunque fuese por el mero hecho de darle credibilidad. Suerte de tener la agenda ocupada o de tener olfato político, está por saber.

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