‘Los chinos no descansamos’

El presidente de la asociación de empresarios chinos en Cantabria, Zepu Yang, es un tipo agradable que sonríe sin descanso. Pese a llevar catorce años viviendo en la región, todavía no habla el español con fluidez. Sin embargo, resulta muy fácil mantener una charla distendida con él porque suple sus dificultades idiomáticas con una amabilidad extrema y un trato servicial que le permite atender con idéntico nivel de compromiso las preguntas de la entrevista, los pedidos que van llegando a su restaurante chino ‘Gran Mundo’, en la transitada calle santanderina de Calderón de la Barca e, incluso, a los comensales que a esa hora están esperando para comer.
A pesar de que su rostro revela juventud, Zepu es padre de cuatro hijos –el mayor de ellos, de 21 años, estudia tercero de Económicas en la Universidad de Cantabria– y conoce como pocos la evolución que ha vivido la comunidad china en nuestra región.
Cuando llegó a Santander, en el año 1996, procedente de Zhejiang, una provincia situada al sureste del gigante asiático de la que proceden la mayoría de los chinos que han emigrado a España, apenas había una decena de familias de su país afincadas en Cantabria y todas ellas estaban al frente de restaurantes que seducían a sus clientes con menús baratos en los que nunca faltan los rollitos de primavera o el arroz tres delicias.
Hoy, sin embargo, sus compatriotas ya superan las seiscientas personas y al menos una sexta parte de ellos regentan –además de bares y restaurantes– bazares y cadenas 100, fruterías, tiendas de ropa, zapaterías y otros comercios minoristas en los que han ido diversificando su actividad.
Aunque la crisis también afecta a sus negocios, los chinos no están sufriendo la debacle económica que padecen otros colectivos de inmigrantes, ya que han apostado por la restauración y el comercio de bajo coste –alternativas que ganan fuerza en un momento de apuro económico– y apenas están presentes en los sectores que han resultado más afectados por la recesión, como la construcción o el empleo en el hogar. Además, se han hecho un hueco en los pequeños comercios de barrio, que estaban condenados a desaparecer por la falta de un recambio generacional.
El propio Yang, como representante del sentir de los empresarios chinos residentes en la región, admite estar contento de la buena marcha de sus empresas y, sobre todo, de la calidad de vida de la que disfruta: “Aquí hay tranquilidad, no hace ni frío ni calor y el aire es limpio”, dice.
Aunque nunca ha perdido el contacto con su país de origen, al que acude aproximadamente cuatro veces al año para visitar los negocios que aún mantiene allí, no tiene demasiadas ganas de regresar. La contaminación atmosférica de su región de origen, la dureza del clima y la escasez de la oferta laboral –limitada casi exclusivamente al ladrillo en las zonas de nueva construcción– son motivos suficientes para no hacerlo.

Emprendedores

Zepu Yang encarna a la perfección el perfil profesional y los valores de los chinos que han emigrado a Cantabria. Abandonó el país asiático con una meta clara: convertirse en empresario en España. Y, una vez aquí, pasó cinco años en Barcelona y otros tantos en Canarias –donde es propietario de varios negocios– hasta fijar definitivamente su residencia en Santander y montar un restaurante que tiene a su mujer e hijos como fuerza básica de trabajo.
A partir de entonces, la vida de este empresario ha girado en torno al trabajo y a la familia, los dos ejes que presiden su cultura. Pero, mientras Yang encuentra similitudes entre su visión de la familia y la que se ha encontrado en Occidente –“Me gustan mucho los cántabros porque se comportan como si fueran de la familia”, dice–, su enfoque sobre el mundo laboral dista mucho del que tienen los empresarios locales.
Su espíritu emprendedor y su obsesión por establecer un negocio hace que para él cualquier otra cuestión quede en segundo plano. Es más, es inútil preguntar a Zepu Yang por su tiempo libre, porque no lo tiene, y mucho menos por sus aficiones. Salvó ver algún partido de fútbol por televisión, el único descanso que se permite es el de Año Nuevo, la festividad más importante para la cultura china y una de las primeras actividades que la nueva Asociación de Empresarios de este país ha propuesto celebrar en Santander, con presencia de bailarinas llegadas de su país, y un gran show que sirva para reunir a todos los miembros de su comunidad.
Los 364 días restantes se los pasa trabajando: “Los chinos nunca descansan y no nos importa trabajar una hora más si tenemos que atender a un cliente”, dice Yang para justificar las dilatadas jornadas de trabajo y la prolongación casi indefinida de los horarios de apertura de muchos de los establecimientos orientales.
“El chino guarda el salario, no compra muchas cosas y se permite pocos viajes y pocas vacaciones”, confirma el empresario. No obstante, a pesar de las altas tasas de ahorro que depara su escaso consumo, y aunque trabajen de sol a sol, los salarios son bajos y no se hacen ricos. El dinero que consiguen reunir lo destinan a montar su propio negocio –normalmente bajo la protección de su patrón anterior– aunque también es habitual que lo empleen en ayudar a miembros de su familia o a otros emigrantes de origen chino que desean establecerse en nuestro país.
Esa costumbre de buscar el apoyo dentro de su propio colectivo –nunca recurren a bancos ni cajas– colabora a que se les considere una comunidad aislada, pero no es tan cierto que vivan en un mundo aparte, como lo demuestra que parte de sus ganancias sean destinadas a causas solidarias, entre ellas el terremoto registrado en Haití.

Falsos estereotipos

Lo que es innegable es que, aunque su dinamismo empresarial los hace cada vez más visibles, la comunidad china sigue siendo una gran desconocida y eso ha generado tópicos, falsos estereotipos e, incluso, leyendas urbanas que cuentan con bastante predicamento entre la sociedad.
Entre las más extendidas están las disparatadas teorías que tratan de justificar la escasez de defunciones. La explicación no puede ser más sencilla: La mayoría de los chinos sólo permanecen en España el tiempo que dura su vida activa y regresan a su país cuando han conseguido un patrimonio suficiente para establecerse en él o después de la jubilación; por eso apenas se encuentran chinos mayores de 65 años en Cantabria.
Otras circunstancias sí pueden atribuirse a su carácter, como el que no suelan demandar los servicios de hospitales públicos ni interponer denuncias ante la policía o su absoluta indiferencia ante las entidades financieras.
Yang reconoce que son una comunidad cerrada pero deja claro que cumplen con todas sus obligaciones fiscales. La principal diferencia, en su opinión, es que los chinos no tienen problemas de crédito porque cuando necesitan financiación recurren a familiares o amigos: “Sé que no es fácil de entender para un español, pero un emprendedor chino trabaja sin descanso para poder devolver el dinero a quien se lo ha dejado y éste espera lo que sea necesario para recuperarlo”, dice.
El propio Zepu reconoce haber ayudado a más de cincuenta compatriotas mediante préstamos sin intereses y sin límite temporal para su reembolso.

Asociarse para trabajar unidos

Darse a conocer ante la sociedad es el objetivo de la nueva Asociación Cultural de Empresarios Chinos en Cantabria, integrada por un centenar de emprendedores asiáticos residentes en la región, presididos por Yang. Este colectivo, que se constituyó la pasada primavera, es independiente pero sigue la estela que han marcado asociaciones de empresarios creadas en otras provincias españolas y que dan fe del creciente poder chino en España.
Los promotores de la Asociación esperan que suponga un gran paso para la integración entre ambas culturas y refuerce la unión entre los miembros de su propia comunidad: “Nos reunimos para intentar resolver los problemas que nos afectan a todos y para ayudar al que tenga algún problema económico o de inversión”, explica. Y es que, pese a la existencia de redes comerciales, amistosas o familiares entre muchos de ellos, Yang no cree que estén suficientemente unidos.
Más difícil será conseguir que se acaben fundiendo con la sociedad cántabra, aunque las cosas están mejorando mucho en los últimos años. Buen ejemplo de ello es la trayectoria académica de uno de los hijos de Yang, un joven de 21 años llamado Yu, que actualmente estudia tercer curso de Económicas en la Universidad de Cantabria, a pesar de no haberlo tenido nada fácil a su llegada a la región. Vino cuando estaba en plena pubertad, con 12 años y, como explica su padre, a los chinos les resulta más sencillo integrarse cuando nacen aquí o cuando llegan siendo adultos: “Cuando empecé al colegio, ningún compañero quería jugar conmigo pero ahora los estudios me van bien y la relación con los compañeros es fenomenal”, cuenta Yu. Mientras cursa sus estudios universitarios, sigue trabajando en el restaurante familiar, pero su intención es poner en marcha otro negocio cuando los culmine.
El idioma es un gran escollo y no sólo para que estos niños puedan relacionarse con la población local. También empieza a ser un problema entre los miembros de su propia comunidad, ya que muchos chicos de origen chino tampoco dominan su idioma materno, el mandarín y no pueden entenderse con sus abuelos y tíos que residen en el país de origen. Eso ha animado a la Asociación a proponer al Ayuntamiento de Santander la impartición de clases de lengua y cultura china en el Colegio público Numancia.
Es otra forma más de demostrar que una comunidad que hasta ahora había permanecido en silencio está dispuesta a hablar.

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